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La Córdoba cateta y Fernando III
La iniciativa del Ayuntamiento de Córdoba para encargar un grupo escultórico dedicado a Fernando III revela, una vez más, esa mezcla de provincianismo y falta de imaginación que tan a menudo caracteriza las decisiones institucionales en la ciudad. No es solo una estatua más, sino el síntoma de una Córdoba aferrada al cliché, ansiosa por agradar a los sectores más conservadores y, especialmente en los últimos tiempos, preocupada por seguir la estela que marca Vox, en aras de mantener al PP cómodo y sin sobresaltos internos.
El fantasma del “santo” que nunca lo fue
Fernando III de Castilla, el monarca que conquistó Qurtuba en 1236, parece destinado a protagonizar la enésima operación de homenaje local envuelta en mitología y tópicos sevillanos. La realidad histórica, que rara vez interesa a quienes manda levantar esculturas, es bien distinta. Por mucho que las autoridades y fieles sevillanos lo veneren como patrón y “santo rey”, lo cierto es que Fernando III nunca fue canonizado. Ni fue ni es santo, pese a los fastos y procesiones del siglo XVII que, más por consenso teatral que por decisión papal, consolidaron ese culto inmemorial en Sevilla y sus dominios.
La confusión se remonta a 1671, cuando Clemente X extendió la autorización de culto, pero sin llegar nunca a decretar la canonización. Por mucho que la propaganda local exhiba liturgias, toros y autos sacramentales, Fernando III quedó fuera del santoral oficial. No figura en el calendario litúrgico universal y cualquier repaso a la historiografía seria confirma que su condición de santo es una construcción, alimentada por el deseo de la monarquía y el impulso del arzobispado en tiempos de Felipe IV.
El mimetismo político y la Córdoba de siempre
Encargar una escultura a Fernando III retrata a la Córdoba oficial tal como es: necesitada de referencias “grandes”, aunque sean impostadas, y siempre dispuesta a imitar a Sevilla. El trasfondo político es aún más transparente. Lo que en apariencia parece una reivindicación del pasado cordobés es, en realidad, una maniobra orquestada para mantener el clima de entendimiento entre PP y Vox. Los gestos simbólicos, convenientemente recubiertos de nostalgia e “identidad”, sirven sobre todo para señalar obediencia y afinidad ideológica, y para evitar cualquier roce con los adalides de la España revisionista que han hecho de Fernando III su bandera.
La Córdoba “cateta”, como la definió más de uno en círculos menos complacientes, se vuelve de nuevo al espejo sevillano, reproduce el culto ajeno y olvida las verdaderas complejidades de su propia historia. Creer que el santo patrón de Sevilla, nunca canonizado, puede ser convertido en icono cordobés mediante un grupo escultórico es repetir la misma fórmula de provincianismo cutre que lleva años anestesiando el debate cultural y social de la ciudad.
¿Qué nos dice realmente esta iniciativa?
Más allá del mármol y el bronce, el encargo sobre Fernando III es un síntoma: Córdoba sigue mirando de reojo a Sevilla y se va a remolque de sus mitos, adaptando unos relatos que ni le pertenecen ni le favorecen, mientras el PP local, preocupado por mantener contentos a los aliados de Vox, legitima la ceremonia de la confusión.
Mientras tanto, la realidad persiste: Fernando III, ese “santo” de cartón piedra, nunca existió, más allá de la ficción levantada por el oportunismo y el seguidismo. Pero, por lo visto, en Córdoba algunos prefieren seguir alimentando las leyendas ajenas, aunque el precio sea eternizar el perfil más cateto y sumiso de la ciudad.
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