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Carta abierta a la comunidad universitaria

Imagen volcada del Rectorado.

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Escribo estas líneas como coordinadora del Aula Ingenia de Cultura y Tecnología de la Universidad de Córdoba (dependiente del Vicerrectorado de Cultura y Estudiantes), y como organizadora de la actividad titulada Cinefórum Ingenia: el pensamiento en estado crítico, que debía desarrollarse en la citada institución a lo largo del año 2023, pero que fue cancelada el pasado 22 de febrero.

Con profundo pesar e incomodidad, por el revuelo que ha causado la mencionada actividad, difundida por cierto medio de comunicación, en redes sociales y entre la comunidad universitaria, quisiera aclarar el propósito del cinefórum, que no era otro que el fomento del pensamiento crítico y el cuestionamiento, dentro del ámbito científico, de los límites filosóficos de la ciencia.

Las jornadas debían celebrarse en un ambiente lúdico educativo, con la finalidad de que el estudiantado aprendiese a argumentar y contraargumentar, seleccionando una serie de temas que, aunque están presentes en nuestro día a día, la Universidad no puede permanecer aislada de lo que ocurre en la sociedad. El diálogo es, siempre, una buena opción, como método científico, didáctico y de convivencia.

Así lo expresaba el ministro de Universidades, Joan Subirats, el pasado 9 de octubre de 2022 en el Diario de Sevilla: “La universidad es un ámbito donde se puede expresar todo tipo de ideas, siempre que no incorporen la xenofobia y valores contrarios a la libertad de expresión. […] Yo creo que cualquier opinión que respete esos límites puede manifestarse en la universidad, que si por algo se caracteriza es por su espíritu crítico y por ser el lugar en el que se pueden discutir ideas”.

Las sesiones temáticas organizadas, según lo acordado con el gobierno de la Universidad, incluían a contrapartes para exponer, desde distintos puntos de vista, los temas seleccionados. De los 11 temas presentados a discusión, solamente dos de ellos contaban con la presencia de un solo ponente, dejando siempre la posibilidad al debate abierto con la comunidad universitaria, tras la presentación argumental. Los 9 temas restantes, contaban con intervenciones dobles o múltiples, argumentación y contraargumentación, del ámbito científico, universitario y de los medios de comunicación.

De los temas presentados en el programa, que pueden consultar en nuestra página web (www.ingenia21.org/cineforum), ninguno trataba sobre terraplanismo ni vacunas, como así lo afirma de manera insidiosa en la publicación de El País (22/02/2023). Dichas sesiones fueron eliminadas del programa, por la ausencia de contrapartes (bien porque solicitaban un pago que no podíamos asumir, bien porque declinaban la invitación), en todo caso, no parecía adecuado tratar temas polémicos sin contar con los contraargumentos pertinentes.

Quisiera aclarar que nunca hubo una sesión para debatir si la tierra era plana, la sesión planteada en su día se centraba en el fenómeno del terraplanismo, desde el pensamiento crítico. Se trataba de dar respuesta a la pregunta de por qué existe un movimiento terraplanista tan numeroso a nivel mundial en pleno siglo XXI. La ausencia de contraparte provocó que esa sesión no se incluyera en el programa, como bien sabe el redactor del citado artículo de El País, al ser una de las personas contactadas como contraparte de dicha sesión. Al tener información de primera mano, causó mi extrañeza verla plasmada como su opinión, tergiversando mis palabras y la finalidad de la actividad, con el peligro de causar un innecesario descrédito a la institución pública en la que trabajo y a mí, como organizadora e investigadora.

En 2020, 150 personas escritoras, académicas e intelectuales, como Gloria Steinem, Margaret Atwood, Noam Chomsky o Salman Rushdie, firmaron una “Carta sobre la justicia y el debate abierto” donde denunciaban “el clima intolerante que se ha instalado en todos los lados […] una intolerancia de puntos de vista opuestos, una moda de vergüenza pública y ostracismo, y la tendencia a disolver cuestiones políticas complejas en una certeza moral cegadora”. Considero que las ideas discrepantes son el mejor antídoto ante el dogmatismo, pero no es posible llegar a acuerdos sin el diálogo que, además, asegura la paz social y la convivencia, dentro y fuera de la ciencia. La “caza de brujas” enrarece los ambientes académicos, los vuelve menos cultos, porque discrepar no puede volverse un deporte de riesgo. Como dice la citada Carta:

“Necesitamos preservar la posibilidad de un desacuerdo de buena fe sin consecuencias profesionales nefastas”, me atrevo a recordarle al intrépido periodista.

El debate que se plantea, tras lo acontecido el pasado miércoles, no es en torno a las creencias y convicciones que, como organizadora del evento, pueda tener acerca de los temas propuestos. Esas cuestiones pertenecen a la esfera privada de cada cual. Lo verdaderamente relevante es que, como comunidad universitaria, defendamos el derecho de toda persona a expresar su opinión.

El brillante director y compositor Leonard Bernstein, en su discurso de presentación, en abril de 1962, del concierto Nº1 en Re menor de Brahms de la Filarmónica de Nueva York junto al pianista Glenn Gould, dijo: “Están a punto de escuchar una interpretación poco ortodoxa […]. No puedo decir que esté totalmente de acuerdo con la concepción del señor Gould […] Lo dirijo porque el señor Gould es tan válido y serio como artista que debo tomar en serio cualquier cosa que él conciba de buena fe, y su interpretación es lo suficientemente interesante que siento que ustedes deben escucharla también”. La lucidez de Bernstein no era, obviamente, exclusivamente musical o interpretativa. Era una grandeza ligada a la amplitud de los grandes pensadores.

Las universidades, la ciencia y la cultura, siempre están en movimiento, en diálogo permanente, debatiendo casi en tiempo real y cada vez hay más enfoques basados en evidencias. Hace falta rebeldía y pasión para que el avance científico continue, por muy acalorado que sea el debate, a veces es la única manera de que avance la ciencia. Otra cuestión es que el debate sea cómodo. La ciencia no es cómoda. De hecho, la vida no es cómoda. El límite lo debe poner el marco normativo y la buena fe de la comunidad científica. Acabo, con la esperanza de que los entornos científicos consideren, como en la Carta, que “la forma de derrotar las malas ideas es mediante la exposición, el argumento y la persuasión, no tratando de silenciarlas o hacerlas desaparecer”.

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