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Sobre este blog

Soy una barcelonesa trasplantada a Córdoba, donde vivo creyendo ser gaditana. Letraherida, cinéfila aficionada, cultureta desde chica, más despistada y simple de lo que aparento y, por lo tanto, una pizca impertinente, según decía mi madre. Desde antes de tener canas, dedico buena parte de mi tiempo a pensar y escribir sobre el envejecer, que deseo armonioso. Soy una feminista de la rama fresca. Yo, de mayor, vieja.

Ahí abajo

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Pensaba titular este post Nuestro coño; pero entonces se me activaron los pudores de mi más tierna infancia -en la que, por cierto, el coño ni siquiera era nuestro y por lo tanto no teníamos palabras para nombrar esta parte del cuerpo-. Era un término tabú que normalmente utilizaban los ellos, casi siempre en modo de admiración, enfado o agresión.

Nosotras, a pesar de llevarlo incorporado, de trajinar personalmente con él en múltiples ocasiones a lo largo del día y de hacerlo en compañía en otros momentos, tuvimos que esperar a que Leonor Taboada y la charpa del Colectivo de Boston nos dieran unas lecciones teóricas y prácticas —que resultaron de gran utilidad y tuvieron enormes consecuencias positivas— para nombrarlo con orgullo y usarlo a conciencia.

Esta preciosa información mejoró nuestra sexualidad, la capacidad de disfrutar y de pasarlo más que bien y, por supuesto, nos invitó a asomarnos —espéculo mediante— a esta parte ignota y explorarla. Y nos pareció curiosa e interesante, la verdad. Descubrimos que ahí se nos abría un mundo de posibilidades. Albricias.

Todo esto me viene a la mente a raíz de las conversaciones que mantengo de vez en cuando con mi amiga Pilar, ginecóloga jienense, con la que me une, desde hace años y gracias a los seminarios de la Red CAPS de Mujeres y Salud en Barcelona, una amistad alegre y cómplice que tiene también un componente terapéutico. Con ella he aprendido a otorgar un valor y una consideración especial a esta zona que pudiera parecer de poco interés a medida que nos hacemos mayores. Justamente ahora, cuando nuestros cuerpos demandan una mirada atenta que no solemos recibir del sistema de salud donde, llegadas a la menopausia, se nos suele dar por amortizadas y, por lo tanto, no se nos ofrece / sugiere cuidados y autocuidados que son claves para el buen envejecer.

Nadie suele emplear demasiado tiempo en ilustrarnos sobre cómo ir sorteando los escollos corporales con que nos vamos encontrando y cómo disfrutar de nuestros cuerpos interesantes y rugosos. Esto es así para cualquier parte de nuestro cuerpo, pero cuando se trata de ahí abajo el páramo informativo es la ley. Entre otras cosas porque, probablemente, pocos profesionales de la salud se entretienen en pensar en esos detalles que consideran peccata minuta y, al fin y al cabo, a quién le importa.

Esto nos ocurre en una edad en la que necesitamos prestar a “la llave de nuestro deseo… el gran poder femenino” (El orden divino de Petra Biondina Volpe, 2017) más atención y mimos que nunca, si no queremos que tal abandono se convierta en una profecía de autocumplimiento. Con Pilar he aprendido la importancia de activar toda esta zona con el fin de mantenerla en perfecto estado de revista y, en definitiva, disfrutar de ella en la madurez. Por cierto que la última vez me habló de un pequeño e interesante artilugio pensado para la estimulación placentera y también para facilitar los ejercicios de Kegel, tan necesarios para el suelo pélvico. Una cucada, suave, efectiva.

Amigas, hablamos poco de estos asuntos, perpetuando así el misterio y la ignorancia. ¡Aunque nunca es tarde!

Nos vemos ahí abajo.

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Soy una barcelonesa trasplantada a Córdoba, donde vivo creyendo ser gaditana. Letraherida, cinéfila aficionada, cultureta desde chica, más despistada y simple de lo que aparento y, por lo tanto, una pizca impertinente, según decía mi madre. Desde antes de tener canas, dedico buena parte de mi tiempo a pensar y escribir sobre el envejecer, que deseo armonioso. Soy una feminista de la rama fresca. Yo, de mayor, vieja.

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