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La sanidad andaluza indemnizará a una familia por la muerte de su hija recién nacida, que sufrió una asfixia que nadie vio durante horas

Incubadora para bebés en un hospital

Alejandra Luque

29 de mayo de 2025 20:11 h

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Se llamaba María. Llegó al mundo en agosto de 2023 después de que su madre, Antonia, viviera un embarazo tranquilo y sin complicaciones. Era una niña muy deseada que se hizo de rogar. Antonia ingresó en el Hospital Valle de los Pedroches con la firme convicción de que de allí saldría con su hija en brazos. No podría ser de otra manera. Así lo transmite la creencia extendida en la sociedad, pero la realidad es que la muerte de un bebé puede producirse tanto durante el embarazo como en el parto.

La historia de Antonia y de su pareja es uno de esos relatos desgarradores tristes en los que una negligente asistencia sanitaria provoca el desenlace fatal de un recién nacido. Ahora, el Servicio Andaluz de Salud ha reconocido los daños y perjuicios ocasionados a esta pareja después de que ningún sanitario que atendió a la madre durante el parto viera que la menor estaba entrando en bradicardia, una falta de oxígeno que, de no atenderse rápido, puede acabar con la muerte del bebé. Y así le ocurrió a María.

Ella, natural de Villanueva de Córdoba. Él, de Badajoz. Decidieron pasar el verano de 2023 en el pueblo materno hasta que naciera la niña. Su fecha prevista de parto era el 7 de agosto, pero no fue hasta el día 10 cuando Antonia rompió la bolsa, quedando ingresada en el hospital de Pozoblanco. Apenas una hora después, los facultativos sanitarios consideraron que había que inducir al parto. “El líquido amniótico era blanco, por lo que se podía esperar hasta 24 horas para hacer esa práctica, pero me pusieron pastillas de oxitocina hasta en tres ocasiones”, explica esta madre.

Pasadas las 19:00, Antonia pasó a paritorio y le fue suministrada la epidural. No fue hasta cuatro horas después, a las 23:00, cuando comenzó el expulsivo, pero la bebé no nacía. En ese momento, recuerda la progenitora, comentó a los sanitarios que el monitor -que mide la frecuencia cardíaca de la madre y del bebé- “estaba pitando, pero dijeron que a veces pasaba porque perdía la señal. Según ellos, todo iba perfecto”.

Ya en la madrugada del 11 de agosto, las gráficas de monitorización estaban mostrando, sin que nadie lo percibiera, que la niña estaba en peligro. Cinco horas después de ingresar en el paritorio y sufrir la maniobra de Kristeller, la bebé nació -y sin llorar- tras el uso de fórceps. Antonia no pudo ver a su hija. Ni en ese momento, ni nunca. Inmediatamente, la niña fue trasladada a Pediatría hasta que pudiera ingresar en el Hospital Reina Sofía de Córdoba, ya que en este hospital de Pozoblanco no hay Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) de neonatos. Pero el traslado no fue inmediato: “Una ambulancia tuvo que venir directamente desde aquel hospital, por lo que llegaron a por ella más de una hora después de haber nacido”, denuncia esta madre, que no pudo acompañar a su hija porque ingresó en la UCI debido a una grave hemorragia causada porque su útero no se contrajo, necesitando una transfusión de sangre. Estuvo ingresada allí hasta el 15 de agosto, cuando acudió a Reina Sofía para recoger a su hija, que tuvo que ser incinerada. En el caso de sobrevivir, su hija habría sido una persona paralítica cerebralmente, “pero hay niños que, quizás, no están en una situación tan crítica y pueden salvarse gracias a una UCI”.

Mientras que la ambulancia llegaba a Pozoblanco, el padre tuvo que enfrentarse a la difícil decisión de acompañar a su bebé o quedarse con su esposa, que también estaba entre la vida y la muerte. Decidió lo segundo. Mientras que Antonia se encontraba en la UCI, él recibió la llamada más dura del Reina Sofía: su hija no tenía actividad cerebral y había que desconectarla. Para ello, un progenitor debía estar presente, así que el padre viajó al hospital de la capital cordobesa. La menor murió el 12 de agosto por la asfixia que experimentó durante su nacimiento. Él, a diferencia de su esposa, sí pudo verla. A Antonia solo le quedan los recuerdos de sus patadas en la barriga, una fotografía, su pulsera identificativa y la huella de uno de sus pies.

La madre permaneció ingresada dos días más y el 15 de agosto, los padres recogieron el cuerpo de su hija, que fue incinerada en Las Quemadas. La pareja no tiene, ni siquiera, las cenizas de su bebé debido a la naturaleza cartilaginosa de la estructura ósea. La pareja volvió a su casa de Jerez, donde todo estaba preparado para el nacimiento de María. Durante cuatro meses, la madre -que es trabajadora del SAS- estuvo de baja por maternidad. Como la bebé falleció, a su marido no se le reconoció este derecho, así que en septiembre se incorporó a su puesto de trabajo como docente.

Falta de humanización del hospital

La pareja ha querido difundir su caso para denunciar la falta de humanización que, describe, vivieron en el hospital. “Salí con los brazos vacíos y no recibí ninguna explicación. Nadie se preocupó en hablar con nosotros. No se puede deshumanizar tanto una sanidad cuando hay unos padres que acaban de perder a su hija recién nacida”, lamenta Antonia, visiblemente emocionada.

Ante todo esto, la familia acudió a El Defensor del Paciente y presentó una denuncia. La aseguradora del SAS, con su consentimiento, ha querido reparar el daño ocasionado en una cuantía que los padres han optado por no difundir. “Para nosotros, el dinero no es lo importante, sino que nada de esto pueda volver a ocurrir. A mi hija le podría haber hecho una prueba, el TH fetal intrauterino, para valorar cómo estaba, pero el hospital de Pozoblanco no la hace”, denuncia esta madre.

Desde aquel 15 de agosto, Antonia y su pareja trabajan por sobrevivir. Ella cuenta los días que lleva sin su hija. A la fecha de la entrevista con Cordópolis, son ya 675 días. Hablar de lo sucedido es difícil y doloroso en la familia, y los recuerdos de esta tragedia parecen un “lapsus” difícil de creer. Pero es el día a día de esta pareja.

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