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Veraneos, 7: Orson Welles y las cabras

Juan José Fernández Palomo

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Qué cosas las que uno aprende. Resulta que unas cabras que viven en un sitio bastante inhóspito se comen los frutos de un arbusto parecido al acebuche o a un pariente del olivo pero en pequeño. Luego hacen caquita y, de sus heces, tras el tránsito por su aparato digestivo, sale un aceite prodigioso: el aceite de argán.

El loco prodigioso de Orson Welles, un “vago activo”, como le llamó Jean Cocteau, rodó buena parte de su versión cinematográfica de Othello en Essaouira, Marruecos, en sus antiguas murallas junto al Atlántico que construyeron los portugueses hace trescientos y pico de años.

Allí conocí el aceite de argán y su proceso. No se usa mucho en gastronomía, pero sí en geles, jabones y lociones.

Una mierda esencial es el aceite de argán como una mierda fundamental es el Othello de Welles en la historia del arte y la de aquellos que lo han hecho buscando financiación bajo cualquier bandera y hasta oliendo el culo de las cabras por un fin superior. Como Orson. Como el propio Shakespeare.

Hay un hotel colonial en Essaouria (antiguamente conocida como la lusa Mogador), fuera de la medina, junto a la playa, donde se hospedó Welles durante el rodaje de la peli en el pueblo. En su puerta hay un moro disfrazado de moro, con su fez en la cabeza y su chilaba. Si le chapurreas algo en francés y le pones unos dírhams en la mano te lleva a la suite que ocupó el director.

Entro en ella, veo unas fotos en blanco y negro, un cigarro puro mordido, unos prismáticos, unos vasos y una botella de güisqui vacía. Así se construye la historia.

Vale. Seré un ajado mitómano, pero el aceite de argán mantiene mi piel joven.

En Essaouira, además del halo de Orson Welles, hay unas sardinas frescas y unas puestas de sol de puta madre. Y yo veo unas y me como las otras con Ella a mi lado.

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