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Veraneos 20; calva sagrada

Juan José Fernández Palomo

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Las iglesias románicas son bajitas y robustas como los boxeadores peruanos. Diríase que son fajadoras en sus combates de fe como los púgiles hispanos en el ring. No es fácil que besen la lona; pero tampoco sacan los brazos y reciben mucho castigo.

He estado visitando templos románicos en las orillas del Duero. Una de ellas luce aún una brecha en la frente, sobre una de sus ventanas, provocada por un uppercut lanzado por Terremoto de Lisboa a mitad del asalto XVI de nuestra era. Pero aún está en pie; ni siquiera dobló la rodilla.

En la iglesia del Santo Sepulcro de Toro (Zamora) está expuesta la imagen de un cristo calvo, sin cuero cabelludo. Jamás había visto uno así. Me cuentan que tendría cabello natural en su momento; pero ya no lo tiene. Parece tardorrománico porque sus brazos ya no están extendidos de forma horizontal y su rostro ha perdido cierto hieratismo y descansa un poco en dirección a su pecho.

Por cierto, ese templo está desacralizado; es decir, que no alberga los ritos propios cristianos para los que se construyó. Se trata, pues, de una iglesia castrada, un templo-eunuco que ha perdido los atributos. Que alguien se los

arrebató, para ser más exactos.

Por esas tierras zamoranas también he comido por primera vez crestas de gallo. Las preparan en los bares y en las carnicerías y mercados pueden verse grandes bandejas de crestas lívidas y crudas dispuestas para ser cocinadas (con pimentón, claro; esto es Zamora).

No sé si hay granjas específicas de gallos con las crestas seccionadas o si se las cortan ya muertos. Los pieles rojas creo que arrancaban las cabelleras de sus enemigos una vez que les hubieran dado muerte en combate y, después, las exhibían como trofeo.

Ojo; que también la caballería en la guerra de la Independencia de los EE.UU de América del Norte les cortó la cabellera a los indios cheyenne en la batalla de Sand Creek. Así que todo es ponerse.

Desconozco qué hace ahí clavado en la cruz un cristo sin cabellera. Hay muchos boxeadores con la cabeza rapada. Jamás he visto anunciar el alba a un gallo sin cresta.

Esta excursión me está deparando cuestiones algo extravagantes.

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