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Veraneos 19: Otra lengua propia

Juan José Fernández Palomo

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Iba a escribir que he visitado un país, pero mejor voy a decir que me he sumergido en una comunidad lingüística en la que las servilletas son guardanapos, los niños, crianças y los delfines responden al nombre de golfinhos.

En sus mercados los jureles se anuncian como carapaus y los melocotones son pêssegos vermelhos, amarelos o paraguayos y los cogumelos son champiñones.

Me gusta más sumergirme en una comunidad de hablantes que cruzar una frontera. Es el viaje. Aunque más que una inmersión sea un simple chapuzón y unos torpes chapoteos. Es mejor que envolverse en una bandera o cruzar una raya en la tierra. Mucho mejor que dejarse la piel en una alambrada y mejor sin duda que estar callado y mirar por encima del hombro.

El ideal es comer, amar, tal vez soñar usando otra lengua diferente a la que creías tuya. Que si tuvieras ganas de pedirte un perrito caliente dijeses que quieres un cachorro, demandar y devolver un beijo antes de dormir y durante y después, da manha, al despertarte.

“Pensar e fumar som duas operaçôes que consistem em lançar ao ar nuvens de fumo”, escribió Eça de Queiroz y eso hago yo en la terraza de esta cafetería de un pueblo del Alentejo mientras sorbo despacio uma bica. Fumar y hacer como que pienso y que se lo lleve todo el aire.

Y luego que todo sea devuelto como lluvia sobre el incendio.

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