Roma
Estoy cansado y me detengo un momento a beber agua de una fuente. Hace un calor húmedo, cercano y persistente. No me importa, estoy en Roma.
Me siento en la escalinata, me descalzo un momento, es mármol, todo es de mármol pisado y recorrido por miles de pies, de sandalias, de tacones, de zapatillas Nike o Adidas o de marcas sin nombre. Pies orientales, balcánicos, hispanos, latinos, descalzos, calzados en franquicia o en mercadillos.
Roma, peligro para caminantes.
Me cuentan que esta escalera –también de mármol- que sube al ayuntamiento se estudia en las escuelas de arquitectura, por su ergonomía, porque sus escalones miden dos pasos y tienen un ángulo de 20 grados y eso es lo perfecto y natural para salvar el desnivel de una ciudad construida entre colinas. Miguel Ángel.
El Renacimiento. Todo a la medida del hombre, por quien todo fue hecho, porque todo lo hace él.
Me lo creo. Claro que me lo creo.
Los puentes que cruzan el Tíber son sobrios, están a cota di terra y Santiago Calatrava sería fusilado al amanecer si los jode con alguna de sus mierdas.
En el Trastevere, en Vía Garibaldi, vivieron Alberti y María Teresa León y, tal vez, algún cuadro de Tiziano rescatado de El Prado, no sé.
E irían al mercado del barrio a comprar una maceta de albahaca.
He caminado por Roma, doblando sus esquinas, rozando sus fachadas, de la mano con ella.
Volveré. Si es que aún no me he ido del todo.
Y al final gana Alemania.
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