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La parábola del jefe de prensa

Juan José Fernández Palomo

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(no sé el autor, pero a mí me la contó mi amigo y maestro Rodolfo Serrano, al que Dios y la sanidad pública guarden muchos años)

En esto que Moisés, después de liarse con una de las hijas de un beduino, hacerse cabrero y subir a una montaña movido por la curiosidad para escuchar como un arbusto en combustión (posiblemente una zarza) le hablaba -sí, el matojo decía cosas-, decide que tiene que volver a Egipto para liberar a su pueblo: el hebreo.

Digo volver, porque Moisés, antes de hacerse mayor y parecerse bastante a Charlton Heston, llegó hasta las mismas puertas del palacio del faraón Seti siendo un bebé metido en una especie de minicayuco a través de las aguas del Nilo. Total, que allí lo acogen como de la familia real, disputa el favor del faraón-dios con su hermanastro o primastro o algo así, porque las traducciones del egipcio antiguo a pesar de la piedra de Rosetta son muy ambiguas o las dinastías faraónicas eran muy endogámicas y la consanguineidad los volvió a todos calvos y con la cabeza ahuevada o vaya usted a saber... Yo qué sé.

Luego hubo una serie de disputas y tribulaciones que no vienen al caso y acaba desterrado.

Pero vamos, que Moisés era judío y decide que hay que volver para liberar a su pueblo de la esclavitud a la que era sometido por los egipcios que usaban a los judíos como mano de obra más que barata para hacer sus templos, construir sus tumbas y erigir esas cosas tan falocráticas que llamaban obeliscos.

Consumada la liberación, el pueblo hebreo huye de Egipto hacia un sitio llamado Tierra Prometida (prometida no sé por quién, tal vez un profeta, que son los que pueden prometer y prometen, me parece) donde podrían asentarse, construir sus propios templos, sus muros, sus cositas y, con el tiempo, hasta sus silos de misiles y eso.

Y allí que va el pueblo judío, con Moisés al frente, cruzando desiertos de este a oeste con todos sus pertrechos y avíos: carros, mantas, trigo, dátiles, niños, ancianos, vacas de carne, vacas de leche, cabras, bueyes (cerdos no, todo kosher)... en fin, sus cosas.

En un momento, la gran caravana llega a orillas del Mar Rojo: un marrón.

¿Qué hacemos ahora? -se preguntan- Los egipcios les pisan los talones porque no querían quedarse sin mano de obra.

Moisés reúne a su gabinete de crisis y consulta. No pueden rendirse, son muchas las penalidades pasadas en la travesía, pero no hay puentes ni navíos para cruzar el mar. Parece el fin de la aventura. El fracaso. Nadie acierta con una decisión.

Moisés hace llamar a su jefe de prensa y le pregunta:

-¿Se te ocurre algo?

El jefe de prensa suspira y dice:

-Bueno, Moisés, creo que deberías dar tres golpes con tu báculo en el suelo, inmediatamente las aguas del mar se abrirán, pasamos todos; luego, al llegar a la otra orilla, golpeas de nuevo tres veces, las aguas vuelven a cerrarse y los egipcios que estén dentro se ahogan y los otros se quedan aislados. Camino despejado hasta la Tierra Prometida.

Silencio valorativo. Moisés enarca una ceja así un poco como Ancelotti y le pregunta al jefe de prensa:

-¿Tu crees que funcionará?

El de prensa responde:

-No tengo ni puñetera idea; pero, eso sí: te aseguro tres páginas en la Biblia.

Moraleja: 1.- Gracias a los gabinetes de prensa de empresas o instituciones nos enteramos de cosas que no importan y dejamos de conocer cosas importantes, con lo cual se mantiene un cierto equilibrio. 2.- Esta moraleja ya es en sí otra parabólica paradoja o paradójica parábola.

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