En manos de Dios
Hay cosas que se parecen porque no deberían parecerse. Y uno cree que no deberían parecerse porque, en el fondo, lamenta haberles encontrado un parecido. Un incómodo parecido.
Llevo unas horas, si no “en manos de Dios”, en manos de los medios de comunicación -que vaya usted a saber si no es la misma cosa-, asistiendo a la agonía pública de Adolfo Suárez anunciada por su hijo en un comunicado de prensa que finaliza con comprensibles muestras de dolor. La cosa recuerda a los últimos días de enfermedad del dictador Francisco Franco allá por el otoño del 75 y de la dictadura, recuerda a aquellos comunicados del “equipo médico habitual”, a las fotos “robadas” y “presuntamente filtradas” del anciano intubado que se publicaron en “Interviú”.
Hasta la rueda de Suárez Illana -en color- recuerda al comunicado de Arias Navarro -en blanco y negro- cuando anuncia a los españoles, llanto incluido, aquello de “Franco ha muerto”. Un extraño déjà vu.
Comunicar que tu padre va a morir en vez de que tu padre ha muerto tiene unas dosis de exhibicionismo que yo, humildemente, no alcanzo a comprender. Más allá de la importancia histórica del -aún no, cuando escribo esto- finado, algo en todo este asunto me huele a impudor. Ellos sabrán.
Y hasta me podría dar un puntazo demagógico y decir que las unidades móviles, los reporteros, las cámaras de la mayoría de los medios de comunicación prefieren apostarse a la entrada de una clínica para esperar a que pase lo que va a pasar a contar lo que está pasando, aunque a algunos le fastidie que suceda, como las marchas por la dignidad llegando a Madrid.
No entiendo de anatomía patológica, soy de letras; pero prefiero el cerebro de los hombres y sus asuntos que las manos de Dios y sus caprichos. Confío más en los neurólogos, que le voy a hacer.
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