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Sobre este blog

Como desde siempre he sido reacio a levantar pesos o manipular herramientas, pero sé leer, escribir y hablar, he acabado trabajando (es un decir) en medios de comunicación escritos y radiofónicos. Creo que la comunicación y la cocina tienen muchas cosas en común: por ejemplo ambas necesitan emisores y receptores, y tienen una metodología parecida, una suerte de sintaxis y de morfología que deben ser aplicadas. Cocino habitualmente en casa y mi último descubrimiento ha sido comprobar que recoger y limpiar utensilios mientras preparo la comida es muy bueno: ha cambiado mi vida, de hecho. Buen provecho a todos.

El lector predictivo

Entrevista a Olga Merino por su libro 'Cinco inviernos'

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Resulta que en el último mes me he leído, consecutivamente, Voces de Chernóbil y Cinco inviernos. El primero es la recopilación de testimonios de testigos y víctimas del desastre en 1986 de la central nuclear soviética en Bielorrusia recogidos por la premio Nobel Svetlana Alexiévich. El segundo es un diario de la periodista catalana Olga Merino que fue corresponsal en Moscú durante cinco inviernos desde 1993, poco después del derrumbe de la Unión Soviética que marcó el fin de una época.

El libro de Alexiévich demuestra mezclas de dolor y orgullo tras un suceso que, simbólicamente, es la metáfora perfecta del fin de un imperio –aunque, políticamente, se resolviera algunos años después-. Hombres y mujeres desplazados de sus tierras apestadas o “liquidadores” que trataban de limpiar la contaminación nuclear sin apenas equipos de protección. Una mezcla de catástrofes personales y colectivas que la premio Nobel “ata” como si fuera una tragedia griega con su coro, pero sin catarsis.

La mujer que limpiaba el piso de Olga Merino en los años 90 de la “Nueva Rusia” tenía el título de ingeniera aeronáutica. La inflación era horrorosa, el rublo y el dólar cambiaban de valor cada mañana y la sociedad rusa descubría, entre el pasmo y la desesperación, que pasaban de una economía intervenida a una democracia de capitalismo rampante. “Antes había sólo un tipo de queso en la tienda y lo comprábamos, ahora hay cientos de tipos y no podemos comprar ninguno”, se dice.

Aún con el runrún de esas lecturas en mi cabeza, apago la luz de la mesita de noche y, a las siete de la mañana, los informativos de la radio –también en la mesita de noche- cuentan que Rusia está invadiendo Ucrania. Por casi todas sus fronteras, también por la bielorrusa, donde está la muerta central de Chernóbil, el cadáver símbolo del pasado.

¿Es por mi culpa?, me pregunto. ¿Por qué acabo de leer esos libros?

Recuerdo leer Mortal y rosa, de Umbral, cuando era joven. Dos días después mi padre me dijo que a un compañero de trabajo se le había muerto un hijo muy joven.

¿Tengo un don predictivo cuando leo? Empiezo a acojonarme.

¿Qué puede pasar si me leo el dossier completo de la Base Logística en Córdoba?

También podría pasar que me encontrase con una novelita costumbrista en la que a un “tieso” le toca el sueldo para toda la vida de Nescafé y que, dos días después, le sucediese lo mismo al “tieso” de mi hermano.

Pero es que mi hermano no toma café.

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Como desde siempre he sido reacio a levantar pesos o manipular herramientas, pero sé leer, escribir y hablar, he acabado trabajando (es un decir) en medios de comunicación escritos y radiofónicos. Creo que la comunicación y la cocina tienen muchas cosas en común: por ejemplo ambas necesitan emisores y receptores, y tienen una metodología parecida, una suerte de sintaxis y de morfología que deben ser aplicadas. Cocino habitualmente en casa y mi último descubrimiento ha sido comprobar que recoger y limpiar utensilios mientras preparo la comida es muy bueno: ha cambiado mi vida, de hecho. Buen provecho a todos.

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