El fútbol. Nosotros
El fútbol es un grupo de amigos y un balón.
Es la infancia, el patio del cole y el bar del barrio. Son los amigos adversarios que se beben tu cerveza y se comen tus patatas fritas y el salchichón. Y se ríen.
El fútbol son también las novias a las que les hace gracia que a ti te preocupe tanto el partido del domingo y soporten tus manías y la camiseta esa viejuna que guardas en el cajón. Las chicas hablan de fútbol y parece que saben más que tú. Porque es verdad: saben más que tú y lo hacen desde una perspectiva inusitada.
El fútbol es la señora de la mercería del barrio de West Ham, en Londres, que cerró una tarde más temprano su tienda para irse al pub de enfrente, el “Boleynn”, con su camiseta verde y roja de los “hammers” para ver con los chicos el partido de su equipo contra el Tottenham, zampándose un pinta de cerveza sin alcohol. Empataron a 1. El árbitro pitó el final en mitad de un saque de esquina a favor del West Ham. Nadie en el pub se enfadó.
El fútbol es la prórroga del otro día entre el Bayern y la Juve, es Buffon y Neuer.
El fútbol es leer a Galeano o cualquier crónica de Segurola, de Ramón Besa, de Sámano, de Merino o de Antonio Agredano. El fútbol es ver a Miguel Reina en tu barrio diciéndole al del bar “podrías poner el partido del Nápoles, que quiero ver a mi hijo”.
A principios del siglo XXI le preguntaron a Paul Auster cuál era para él el mejor invento, la creación humana más significativa del siglo XX. Auster, norteamericano de Brooklyn, NY City, tan alejado del fútbol, respondió: el fútbol. “Se parece a mi literatura: es el azar”.
Lo clavó, el cabrón. Y me juego una derrota de mi equipo a que a Auster le importa una higa el fútbol. Pero lo clavó.
El entrenador colombiano Pacho Maturana acuñó la frase “se juega como se vive”, y todos hemos escuchado eso de que el fútbol es una metáfora de la vida.
Lo mejor y lo peor de la vida. Lo mejor y lo peor de nosotros. Por eso lo que hicieron los aficionados del PSV Eindhoven vacilándole a unas mujeres (no escribiré jamás las palabras “indigentes”, “pobres”, “mendigas”, “rumanas”; pero las estoy escribiendo y me jode) en el centro de la capital de España también habla de nosotros, de cómo somos, de cómo podemos llegar a ser.
Pero yo quiero que el fútbol vuelva al patio, que la pelota baje al pasto, que yo me ría en el bar con mis amigos. Que no haya balonazos. Un juego.
El fútbol es nuestro. Lo demás son los otros.
No los míos.
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