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Extraños centauros

Juan José Fernández Palomo

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Para ser un rastreador se necesita empatía, implicación, conocimientos informáticos, se aconseja saber idiomas si vives en comunidades plurinacionales -tener experiencia en un call center también suma- ganas y, sí: voluntad. Dicen.

Sirve también para buscar personas desaparecidas.

Sospecho del valor de la voluntad. Y del voluntarismo. No sé si nace del ocio o de las ganas de reivindicarse entre un grupo. Aún no sé si los supuestos actos solidarios nacen del más íntimo egoísmo y cuánto de universales tienen las misiones que un individuo se autoimpone.

Un poeta encerrado en el traje gris de un funcionario gris en un ministerio gris decidió que en España se estrenara una película de John Ford con el título de “Centauros del desierto”. Una genialidad que aún perdura. El título original era, es, “The searchers”, los buscadores, los rastreadores.

En la peli, John Wayne, tras volver de la Guerra, regresa con su familia y se encuentra con que su sobrina ha sido secuestrada por los comanches. Se autoimpone la misión de rescatarla rastreando el desierto inacabable en el espacio y el tiempo y tiroteando a cualquier indio que se cruce en su camino. A los ojos, si es posible, para que no puedan ver el camino al otro lado y sus espíritus se queden vagando en el viento eternamente sin encontrar puerta alguna.

(puede que su sobrina sea su hija fruto de una relación ilícita con su cuñada antes de irse a la guerra. Así son las elipsis de John Ford, que era un cabrón tan elegante como morboso)

No sé qué mueve en su peripecia al personaje de John Wayne, si es el amor, la venganza o la voluntad. Tal vez sean lo mismo con diferentes nombres.

Se me viene a la cabeza también el personaje de Paco el Bajo interpretado por Alfredo Landa en “Los Santos Inocentes”, rastreando, husmeando la hierba cojo y a cuatro patas, buscando la pieza que ha abatido su señorito. Sabedor que es el mejor en eso.

El mejor en la escala de la mierda.

Desconfío de la gente voluntariosa. Sospecho que cualquier rebaño puede convertirse en jauría.

A su pesar.

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