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El dedo

Juan José Fernández Palomo

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En la Capilla Sixtina, a Miguel Ángel -a mayor gloria suya y del Papa que lo contrató- le dio por pintar escenas del Génesis. La principal representa a Dios, rodeado de una rolliza corte de angelotes, que con su índice está a punto de rozar el dedo de Adán, que está semitumbado como con resaca en una Tierra recién creada.

Así imaginó Buonarotti cómo la Divinidad “conectó” la vida al hombre. Así nos lo quiso contar y, de paso, nos advirtió de la importancia que tiene el dedo desde el principio de los tiempos. Luego ya vinieron Stanley Kubrick y otras cosas.

Ese dedo es el mismo que extiende Colón en sus estatuas para señalar las Indias o Cipango o lo que a él le diera por señalar. Ese dedo es también el del vigía en la cofa del palo mayor del Pequod cuando lo lanzaba al horizonte y el dueño de ese dedo gritaba “Por allí resopla” alertando de la presencia de la Gran Ballena Blanca, que era -ya lo saben- el demonio interior de un capitán de barco (no voy a explicar aquí que Moby Dick es una novela teológica y tal, no tengo tiempo, ni espacio, ni lo tengo claro)

Ese mismo dedo, de naturaleza entre divina y humana, puede ser el que aprieta un botón rojo que desencadena el espanto, o puede también posarse sobre el botón azul que aborta el Apocalipsis.

Un dedo, si te señala, puede depararte un puesto de confianza, una concesión o una pensión vitalicia; pero también, con igual sencillez, puede llevarte al paredón, al paro, a la calle o a la mierda o a todo eso. El dedo es, más allá de lo iconográfico, muy poderoso.

Si el dedo muestra una frontera, alguien será desterrado, y si apunta hacia unos calcetines, no entrarás a la Discoteca.

El dedo, en estos tiempos, se mueve por pantallas táctiles -valga la redundancia- y se desplaza de abajo a arriba, de derecha a izquierda (si aún se puede decir esto), elige, vota leyes, sube emoticonos... El dedo también suprime.

Así es el dedo. Pero, no nos lo tomemos a la tremenda: Un dedo también acaricia la mejilla de un bebé y puede desencadenar un tsunami de placer en la persona amada.

No hay que perder de vista que el dedo hace todas esas cosas -y más- llevado por impulsos neurológicos regidos por el cerebro del dueño del dedo, si es que los dedos tienen dueño o si todo está al revés.

Eso suele pasar en los hombres; porque de cómo mueven el dedo los dioses no tengo ni idea.

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