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Comicalla doble: Obiturario de Bigas Luna y Kléftico vs Kebab

Juan José Fernández Palomo

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[Esta semana, Comicalla viene en sesión doble por motivos de actualidad. Ayer falleció Bigas Luna, y Juan José Fernández Palomo ha escrito el primer obituario de la historia de Cordópolis]

Obituario: Bigas Luna

Este es un ejercicio de estilo, tal vez de mal estilo, pero tenía que hacerlo. Nunca antes lo había hecho. Este medio de comunicación no mantiene ciertas secciones que son habituales en otros, pero las admite aunque sea sin cabecera al uso.

Voy a escribir una necrológica.

Ayer falleció Juan José Bigas Luna, cineasta y más, un señor de imagen feliz y disfrutona, mediterráneo y solar, guarro y limpio, de obra luminosa, aunque le recordemos vestido de negro y con gafas de sol, contradictorio así, como somos todos.

Me consta que, hace unos años, en los preparativos de una edición de Cosmopoética, se barajó la posibilidad de invitar a Bigas Luna a Córdoba, con la idea de poner en contacto los mecanismos de la poesía con la publicidad, comunicación al cabo. Bigas, entre otras cosas, trabajaba en el medio con su inseparable Cuca Canals y tenía gran relación con obras tan contrastadas como los poemas visuales de Joan Brosa. Luego hablaríamos de cine y de lo que fuese. Era una buena idea, como tantas otras, perdida como lágrimas en la lluvia. Problemas de agenda y calendario impidieron su visita.

Habría que imaginarse a Bigas en una primavera cordobesa frente a un plato de berenjenas a la miel hablando del mediterráneo y sus orillas, sus riberas y sus religiones, bebiendo vino e invitándonos a Tarragona a pasear por las huertas y los viñedos ecológicos que le ocupaban y le hacían seguir vivo.

Eros y Thanatos han vuelto a hacer tablas en una partida de ajedrez eterna, y han hecho que Bigas Luna haya cerrado el círculo. La muerte de un señor vitalista nos hace a los demás finitos y cuidadosos. Pero mañana se nos olvida.

Porque somos eternos.

Kléftico vs. Kebab

Al fin y al cabo es casi lo mismo: carne de cordero especiada y, luego, cocinada y servida de una manera diferente. La primera opción es un costillar del bicho con estragón, laurel, pimienta y limón cocido a baja temperatura durante mucho tiempo en un horno de piedra o ladrillo refractante y tapado con una pasta de cereal y agua parecida a una masa de pizza. La segunda la reconocemos fácilmente: es una receta de carne menor del cordero asada en una especie de espeto vertical, cortada a tiras y servida con pan ácimo, lechuga, tomate y salsa de yogurt y pepino.

Dieta mediterránea.

La primera opción se consume mucho en el sur de Chipre, la segunda opción se zampa generalmente en la República Turca del Norte de Chipre, porque Chipre, esa isla con forma de bandurria, es el único país europeo que tiene una capital dividida por una frontera, por un check-point en mitad de un boulevard de Nicosia (Lefkosia) que vigilan, es un decir, unos cuantos cascos azules de la ONU que bostezan y cobran a fin de mes.

Yo estuve allí y he rescatado la guía de viajes que me llevé en mi excursión. Está editada por El País-Aguilar y, entre otras cosas dice así:

“Los bancos chipriotas funcionan eficazmente. La red bancaria es amplia y muchos bancos extranjeros tienen sucursales en la isla. En las principales calles y hoteles hay cajeros automáticos en los que se puede operar con tarjetas de crédito y débito”.

Leído hoy tiene su gracia.

Cuando yo estuve en Chipre, los grecochipriotas del sur acababan de abrazar la moneda única europea y estaban encantados con el turismo británico que les venía a oleadas como ex-coloniales subidos al cambio libra-euro y tostándose entre pinta y pinta.

Al norte, unos cuantos turcos, enviados también como colonos, acuñan la lira turca como moneda, van más despacio, no tienen agobios con las hordas turísticas sajonas y conducen coches viejunos con el volante a la izquierda. Y no saben muy bien qué hacen allí, pero creo que les da igual.

Se come cordero a un lado y otro del check-point de Nicosia, y tomates y albahaca y queso. Pero hoy, al norte, en la cosa turca, donde las abadías góticas se han convertido en mezquitas, creo que miran al sur, donde están las iglesias ortodoxas, con cierto aire de suficiencia, candor o cachondeo.

En Chipre, en el todo Chipre, en esa isla que si miras un mapa parece el tapón de la bañera del mar Mediterráneo, están los yacimientos de Salamina, los frescos romanos de Pafos, la charca donde se bañó Afrodita, la cripta que acogió la segunda muerte de Lázaro, el monasterio que fundó San Bernabé o la colección de iconos bizantinos de la fundación del arzobispo Makarios.

Además de las murallas venecianas y el castillo portuario de Famagusta que inspiró a Shakespeare para centrar las tribulaciones de su Othelo, por no decir más.

Si eso no es Europa, sólo me queda parafrasear al personaje de Orson Welles en aquel monólogo en la noria del Prater de Viena en la peli El tercer hombre y preguntarme: “¿tanto tiempo para qué, para el reloj de cuco?”

Si yo fuera europeísta estaría muy enfadado.

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