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No descansen la vista

Alba Ramos

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Creo que ha llegado el momento de hablar de Yolanda. Mi muñeca de la infancia tenía nombre choni (sin ánimo de ofender aunque entiendo que ya lo he hecho amadas Yolandas) y un tamaño de bebé auténtico (incluso de niño rollizo, me atrevería a decir) que me permitía ataviarla con ropas viejas de seres reales. Muy bonica no era, pero hacíamos piñapiña.

El caso es que este juguete trataba de imitar a los de marca ultramolona con los que nos bombardeaban en los anuncios y, supuestamente, hacía cosas (rollo Pipo el que cogía el sonajero y lloraba, o Bea que no sólo andaba sino que, en un arranque de improvisación, también gateaba) como hablar.

Pero no. Algo le pasaba a Yolanda.

Tenía un utensilio en forma de corazón cuyo mecanismo mágico de mando a distancia hacía que el muñeco dijese “mamá, te quiero mucho” si un individuo se alejaba mogollón (o a medio metro, que ver no veía) y apretaba el mencionado aparato. Pero Yolanda pasaba de todo y para conseguir que dijese las palabras de amor (senzilles i tendres) tenía que darle puñetazos en su estómago de trapo o golpearle contra el suelo (mesa, silla, pared…) con el objetivo de escuchar esa frase que a día de hoy me resulta casi obscena para una relación muñeco-niño. ¿Mamá? A tope.

Todo por culpa de los anuncios. Habiendo playmobils, culpo directamente a los spots de inculcarme que solicitar a los reyes magos aquel muñeco era buena idea. Pero vamos, a mi los enfados me duran lo justo y cómo no perdonarles habiéndome dado tantos buenos momentos.

Mucha gente aprovecha la publicidad para hacer cosas o descansar la vista. Si presumen de ser este tipo de personas escúchenme porque esto es importante: los anuncios son lo más.

Los hay malérrimos, que hacen risas, informativos, de época (desde el medievo hasta el futuro, [Estrella, mira que venirte para fregar el suelo, cuéntate algo chiqui]), tristes, con grupos de niños interraciales, protagonizados por gente con sobrepeso, vergonzantes, inspiradores… ¿Se puede pedir más?

Entre mis preferidos están los que incluyen canciones o coreografías. Me chiflan. Desde los eslóganes cantados como Scotch Brite yo no puedo estar sin él (qué intensidad de mensaje) o los que pillan un jit de toda la vida y, si no lo destrozan, te hacen sentir libre como el sol cuando amanece (y, ya de paso, fan de El Chaval de la Peca) hasta, por supuesto, los de juguetes clásicos como las canciones del Tricky Bol o la de Lite Bright (que recomiendo entonar semanalmente, ahí lo dejo).

También me encanta cuando introducen a un personaje famoso como imagen de marca. Uno de los casos más molones de las últimas décadas fue contar con Irma Soriano para el anuncio de Cillit Bang. Más desconcertante es la opción de Jata por María Patiño (que no grites hombre ya), pero, lo miremos por donde lo miremos, siempre serán mucho mejor que escoger a futbolistas y mujeres de los mismos o a actores y actrices de moda y desmitificarles con su caspa y problemas de estreñimiento.

¿Y qué me decís de la nueva moda de dejar el eslogan de marca en versión original para que Pierce Brosnan nos aconseje de viva voz aseguradora? Será cosa de la “movilidad exterior” (qué moda loqui, juas) o por ahorro de unos dineros en dobladores, pero life's good LG.

Luego hay, como dice mi amiga Elena, anuncios que te joden la vida como el que cada verano ruedan los creativos de Estrella Damm para recordarnos a todos que hay gente con vidas mediterráneamente fantásticas. Tanto mancebo y tanta gati… metan a alguien normal por el amor de dios y déjense ya de tanta fideua, calas paradisíacas y tanta canción indie-pop pegadiza (bueno, eso manténganlo que mola, por favor).

En esta última categoría entran claramente los de Ikea con sus gentes con vidas cuquis y mesas lacadas y la gran mayoría de los anuncios de Coca Cola que te hacen sentir sucio por haber bebido capitalismo en formato lata en tantos momentos de tu vida y ansiar volver a hacerlo. Vale, se me ha ido (creo).

Algo que me extraña y me mosquea de un tiempo a esta parte son los anuncios de Pascual. Venga, ¿en serio no tenéis presupuesto para generar nuevo material y dejar de emitir el ochentero es una lata engordar a mí la grasa no me va (buf qué subidón)? Ídem con la línea de Kinder cuyos protagonistas infantiles están claramente jubilados a día de hoy (por no ir más allá). Caris, esto resta credibilidad. Una cosa es ser vintage (la virgen qué me molesta esta palabra) y otra cutres y repetitivos.

Cómo no hablar de los anuncios paja mentalpaja mental. Grupo coronado por los spots de perfumes, siempre puede contar con los anuncios de compresas y tampones (MATAR) y, últimamente, con los de Kh7 (¡uh! vaya viaje os pegasteis ¿eh amigos?).

En fin.

Estupendas pausas que, a modo de detalle, podían no superar los cinco minutos.

http://www.youtube.com/watch?v=nqiwmUiC4HA

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