¿Cómo se les llama a las mujeres que no son madres? Esta es una pregunta que aparece en un momento de Mamífera y que nos hace reflexionar sobre hasta qué punto hemos naturalizado determinadas conexiones, en este caso la de las mujeres con la maternidad, de tal manera que el lenguaje carece de términos para definir la realidad de quienes la rompen. De la misma manera que tampoco existen palabras, por ejemplo, para nombrar a quienes pierden a un hijo o una hija, cuando sí que existe “huérfano” para referirnos a quien pierde a sus progenitores. Es evidente que el lenguaje, que es siempre una construcción política, nos revela los mandatos sociales y forma parte de los procesos que definen lo normativo, de ahí que también refleje relaciones de poder (lo que no se nombra no existe). Porque recordemos que, como ya nos advirtiera Lewis Carroll en su Alicia, quien tienen la capacidad de decidir el significado de las palabras es quien tiene el poder. Mamífera, la tercera película de la directora Liliana Torres, tiene la gran virtud de poner el foco en una mujer de 40 años que no quiere ser madre. Rodeada de unas amigas que han sido o que desean serlo, Lola resulta ser el “bicho raro” que, al quedarse embarazada en un descuido, no deja de preguntarse si estará equivocada, si debería seguir la senda del lo normativo y si de alguna manera tendrá que llevar toda la vida a sus espaldas la culpa de haberse negado a ser simplemente una “mamífera”.
En un momento en el que las mujeres cada vez tienen más dificultades de todo tipo para ser madres, como hace unos días se explicaba en un magnífico reportaje de Isabel Valdés en El país, esta singular e imperfecta película nos plantea la cuestión sin resolver. Es decir, aborda de frente la maternidad como una expresión de la capacidad de autodeterminación de las mujeres y, en consecuencia, también la consideración de la “no maternidad” como parte de esta autonomía. De ahí la importancia de que un Estado de Derecho ampare el aborto como un derecho que las mujeres puedan ejercer sin necesidad de dar explicaciones ni ante terceros ni mucho menos ante el Estado. Ello supone tratar a las ciudadanas como mayores de edad y no como seres indefensos necesitados de tutela. Un actitud paternalista que estaba presente en la Ley Orgánica 2/2010 que reguló por primera vez en nuestro país el aborto como un derecho de las mujeres, estableciendo como regla general el plazo de 14 semanas como el período en que es posible la interrupción voluntaria del embarazo sin alegar ninguna causa o motivo. En dicha ley, sin embargo, se contemplaba un período de tres días para que la mujer reflexionara antes de decidirse finalmente por abortar. Una previsión, negadora de la capacidad de decisión de las mujeres, que afortunadamente fue eliminada en la reforma de la ley llevada a cabo en 2023.
La película se centra justo en ese período de tres días en el que la protagonista, interpretada con una impresionante riqueza de matices por una estupendísima María Rodríguez Soto, se enfrenta a todos los dilemas que le genera un contexto social en el que lo normal/natural es no solo que las mujeres sean madres sino que también deseen serlo. Lola, que además de profesora de Universidad, es artista y hace collages (un elemento más usado por la directora para la visualización de sus conflictos y miedos) , va pasando por dudas e interrogantes, que también repercuten en su vida de pareja. La película nos muestra con inteligencia cómo Lola y Bruno, interpretado por un adorable Enric Auquer, se enfrentan de manera distinta al hecho de tener o no descendencia. Y todo ello, en este caso, en un contexto de pareja en el que hay un equilibrio de posiciones, en el que es cotidiana la conversación y en el que el posible padre no responde a los cánones tradicionales de la masculinidad. Por el contrario, Bruno es un tipo tierno, dialogante, cuidador y que incluso en la discrepancia con su pareja sabe situarse en un lugar secundario, ya que es Lola la que debe decidir el futuro de su cuerpo y de su vida. Aunque ello suponga para Bruno tomar una decisión tajante y que nos abre a nosotros, los tíos, muchos interrogantes. En este sentido, de nuevo Auquer asume la tarea de interpretar a un hombre que debería servirnos de espejo para aquellos que estamos tratando de romper con esa masculinidad tradicional que siempre nos otorgó la categoría de importantes y la dureza de los invencibles. Algún día, por cierto, habría que hacer un recorrido por las “otras” masculinidades que ha interpretado en estos años el actor al que descubrí, en otro papelón, en la serie de Leticia Dolera “Una vida perfecta”.
La película, a la que a veces le falla el ritmo narrativo, y que se sitúa en el contexto muy sesgado de una pareja privilegiada - culta, con trabajo y posibilidades económicas, con una red de apoyo, admirablemente corresponsable y cuidadosa - y que a veces roza también el estereotipo de una cierta realidad “progre” y “guay” - tiene el gran acierto de ofrecernos con apenas unas pinceladas un retrato de cómo todavía hoy las mujeres se enfrentan al hecho de la maternidad. En este sentido, es brutal y desalmado el trato del ginecólogo que atiende a Lola, como es absolutamente insoportable el interrogatorio al que una médica somete a la pareja antes de tomar la decisión de abortar. De fondo, realidades que condicionan la ciudadanía de las mujeres como las dificultades para conciliar, la presión social para ajustarse a un papel o el eterno sentimiento de culpabilidad ante el incumplimiento de los mandatos de género. Todo ello, claro, a costa de la incapacidad para definir por sí mismas su proyecto de vida, tal y como en una conversación maravillosa le cuenta a Lola su madre cuando le pregunta si alguna vez se había arrepentido de haberlas tenido a ella y a su hermana. En mi memoria, el doloroso y necesario libro de Orna Donath Madres arrepentidas.
Mamífera es, pues, pese a sus imperfecciones de obra primeriza, y aunque a veces peque de ser demasiado políticamente correcta (el veganismo militante de la protagonista, el perro como sustituto “posible” del hijo, el mundo de la creación como supuestamente más abierto), una de esas películas que nos zarandean y en la que, imagino, muchas mujeres se verán reflejadas. Muy especialmente las que todavía hoy tienen que estar permanentemente justificando que no quieren ser madres sin que ello suponga una traición a su feminidad ni una amenaza para la estabilidad del contrato social. Un contrato en el que, no lo olvidemos, la reproducción nunca fue contemplada desde la esfera de los derechos y la autonomía sino más bien desde las claves que mantuvieron a las mujeres durante siglos en estado de subordinación.
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