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No molesten al respetable público mientras caen las bombas

Varios palestinos se reúnen junto a las ruinas de una casa familiar destruida por un ataque aéreo israelí, en Yabalia, al norte de la Franja de Gaza.

Aristóteles Moreno

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No es el momento oportuno

Diego Casas Presidente de la Asociación 'Córdoba solo hay una'

El Ejército israelí ha aniquilado en un tiempo récord a 15.899 seres humanos en Gaza, el 70% mujeres y niños, y el señor Casas considera que la gala de los Premios Qurtuba no es el momento oportuno para apiadarse de sus almas. El presidente de la asociación ‘Córdoba solo hay una’ cree que cada cosa tiene su sitio y a los trescientos asistentes del evento cultural del pasado miércoles no hay que incordiarlos con impertinencias ni operaciones de exterminio.

Por esa sencilla razón, que cualquiera puede entender, fulminó de un plumazo al presentador de la gala que cometió la imprudencia de compadecerse de los 6.000 niños triturados y difundió un comunicado ofreciendo su sacrificio público para salvar la reputación del colectivo. Que todo el mundo sepa que la asociación que preside no mezcla churras con merinas ni cuerpos mutilados con ceremonias lúdico-festivas. Hasta ahí podíamos llegar.

Nunca es el momento oportuno para incomodar al respetable público. No lo fue cuando 1.200 víctimas fueron masacradas por Hamás en una ejecución genocida que nos recuerda a la perpetrada por las falanges maronitas en Sabra y Chatila el 18 de septiembre de 1982. Ni tampoco el atentado del 11 de marzo de 2004 cuando 193 viajeros de cercanías fueron eliminados en la estación de Atocha por obra y gracia de un comando de iluminados.

El mundo del espectáculo tiene que seguir su curso, entre palomitas y serpentinas, mientras las bombas despedazan vidas en Ucrania, en Irak o en Afganistán porque cada cosa, queridos contribuyentes, tiene su lugar. Y un profesional del entretenimiento, si es realmente un profesional, debe afrontar su trabajo con rigor, competencia y frialdad.

El 16 de octubre de 1968, se entregaban las medallas de los 200 metros lisos en los Juegos Olímpicos de México. Mientras sonaba el himno americano, los atletas negros Tommie Smiths y John Carlos subieron al podio, bajaron sus cabezas y levantaron el puño en protesta por la discriminación racial de Estados Unidos. Hacía siete meses que Martin Luther King había sido asesinado por su inconveniente denuncia del apartheid.

Tommie Smiths y John Carlos fueron inmediatamente expulsados de la villa olímpica y al regreso a Estados Unidos fueron tenazmente perseguidos, estigmatizados y repudiados. No había sido el momento oportuno para molestar a millones de espectadores que se habían sentado ante el televisor para ver un evento deportivo y solo deportivo, que diría, en toda lógica, el señor Casas.

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