Huida hacia adelante
Un quinto contenedor para los restos difícilmente recuperables
La última vez que abrí el contenedor de materia orgánica me asaltó un paraguas de lunares. No estaba solo. Se encontraba agazapado junto a un macetero desvencijado y el brazo de una muñeca Chochona. Se trataba del contenedor de orgánica porque lo indicaba un letrero y el dibujo de una raspa. En el interior, solo había envases, zapatos viejos, fregonas moribundas y pare usted de contar. Hay días en que aparece una monda de naranja colgada de la oreja de un oso de peluche. Que todo hay que decirlo. Pero ya.
No es agradable convertir la cocina de tu casa en un centro industrial de separación de residuos sólidos urbanos. Sobre todo si tienes una cocina de tamaño medio tirando a pequeño. El cartón crece a la velocidad del vértigo por culpa (mayormente) de los bag in box de vermú o como diablos se llamen las cajas con el grifito de marras. Pero hoy no nos detendremos en el lado salvaje de la vida.
Tampoco es agradable bajar con dos, tres o cuatro bolsas de basura camino de la sala de contenedores del barrio. Mucho menos cuando abres la orgánica y compruebas que eres el único pazguato que separa las cáscaras de mango, por un lado, y las latas de conserva, por otro. Lo mismo me he convertido en un perfecto constitucionalista y aún no me he dado cuenta de ello. Que oiga.
Hace cuarenta años Córdoba era una ciudad puntera en el reciclaje de residuos sólidos urbanos. Hasta entonces mi vecina la del tercero dejaba caer desde la ventana la bolsa de basura al alcorque del árbol donde se agrupaban los despojos del día que recogían puntualmente los carreros. Cuando escuchábamos el petardazo contra el suelo sabíamos que acababa de terminar Starsky y Hucht.
Qué diablos ha ocurrido en estas cuatro décadas es un enigma. De ser unos impecables ciudadanos homologados por la UE hemos pasado a un batiburrillo negacionista de envases varios con cáscaras de melón. Y ahora, queridos contribuyentes, añadimos un quinto contenedor para los restos difícilmente recuperables. Con dos bemoles. No me digan que no estamos en una deliciosa huida hacia adelante.
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