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Qué dolor

Aristóteles Moreno

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¿Por qué vamos a demoler las naves de Colecor? Es absurdo

(Rafael Gómez. Constructor)

El problema de negociar con un poder fáctico debajo de la mesa es que nunca se queda satisfecho. Le hace usted un traje a la medida y siempre encuentra una costura mal hilvanada. Ahí lo ven con claridad palmaria en el titular. Ya le puede redactar toda la corporación en pleno un plan especial para embutir los ladrillazos que va soltando por ahí que ni por esas.

La frase, como ustedes observarán, tiene un aire de desafío al poder civil muy al estilo del poder fáctico. ¿Qué pensaban? ¿Que con un simple telefonazo y un caramelito de nada ya estaba todo solucionado? Por favor. Esta gente no se anda con paños calientes ni se traga un arreglo para salir del paso. Y si el trato eran 40.000 metros cuadrados de suelo comercial en terreno rústico de especial protección, pues no se hable más. ¿A qué diablos vienen los señores ediles ahora a darle un recorte de 15.000 metros para guardar las formas?

Los pactos están para cumplirlos, ya se hayan firmado en papel timbrado o en el reservado de un restaurante. Para los poderes subterráneos, el lugar y el soporte del acuerdo es pecata minuta. Un asunto menor. Y bien cristalino que lo dejó el dueño del entrecomillado ayer mismo: “Aquello se hizo con permisos y con una orden”. Más claro agua. Eso sí: resulta evidente que el señor promotor tenía una información de la que usted y nosotros carecíamos.

Lo peor de todo este tinglado no son las interrogantes que se quedan suspendidas en el aire y que casi es mejor no intentar descifrar. Lo peor es la cara de monaguillos que se les queda a nuestros representantes elegidos democráticamente mientras el señor Gómez dicta lo que hay que hacer. Ese dolor no está pagado con nada.

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