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Para acojonarse

Aristóteles Moreno

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"Soy sucesor de los apóstoles y garante de la fe en mi territorio

(Demetrio Fernández. Obispo de Córdoba)

Si usted va paseando tranquilamente por el Bulevar del Gran Capitán y se cruza con un tipo que le suelta una sentencia como la que figura líneas más arriba, es muy probable que se le aflojen las piernas y le tiemble el pulso. Más allá de connotaciones religiosas, que respetamos sin reparos, la frase acojona que es una barbaridad. Quiere decirse que la construcción verbal, con ese sujeto enfático de tres pares de narices y sus complementos celestiales, tiene una contundencia brutal como de otro mundo.

Lo más normal es que nada más escuchar la interjección se le seque el gaznate y se le cortocircuite el sistema límbico y que, en un acto reflejo, mire la hora en su smartphone para comprobar la fecha de su calendario. No: no está usted en el siglo XIII aunque lo parezca. Hay frases que se escapan de su tiempo y vagan por el espacio durante siglos hasta colarse en cualquier rendija de la historia, como parece que acaba de ocurrir con esta admonición mesiánica que nos ha sobrecogido.

Nos estremece la seguridad con la que este señor se presenta ante su interlocutor, en una actitud a caballo entre Luis XIV y Risto Mejide, y cómo presenta sus títulos, con qué aplomo, con qué convicción, con qué aire del barroco, qué decimos del barroco, carajo, de la baja edad media en el mejor de los casos. Como diciendo oiga, caballero, usted no sabe con quien está hablando.

A lo que íbamos. El autor del exabrupto es el señor obispo de Córdoba que, al parecer, entró en cólera cuando observó que los trinitarios, unas ovejas descarriadas, por lo visto, invitaban a un jesuita incómodo a un congreso de la referida orden. ¿Y cuál es el pecado del teólogo extraviado?, se preguntará usted. Poner en cuestión a la curia romana y defender la igualdad en el seno de la Iglesia. O sea, un sacrilegio.

Fue entonces cuando a monseñor le salió de las entrañas esta voz milenaria que, sinceramente, acojona una barbaridad. ¿O no?

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