Érase una vez Pozoblanco...
Érase una vez una carta desde Pozoblanco…
Nuestra querida tía Sor María,
Escribimos esta carta su sobrina Mari Ángeles (la de Madrid) y una servidora, su sobrina Isabel. Nos dicta la abuelita, que sigue como siempre. Su pelo gris recogido en moño bajo, la batilla negra de verano y esas gafitas redondas que eran del abuelo.
Quiere que le contemos que este verano darán una mano a la cal de la fachada y repasarán los trocitos de granito que se ven, porque ha sido un año grande de lluvias. De las baldosas nos ocupamos la prima y yo. Nos ha enseñado la abuela a limpiarlas a mano, de rodillas, y las dejamos más relucientes que el culito de un bebé (la abuelita me ha reñido por poner lo del culo): el pasillo central, los tres dormitorios de cada lado, el portal y la cocina. Pero no crea que nos libramos del patio, el huerto, la cámara y el pajar, ¡buen barrido le dimos! (otra vez me ha reñido la abuela, por quejarme).
Para que vea usted que no todo es trabajar, cuando acabamos nos tomamos un vasito de la mezcla esa tan rica que hace la abuela: gaseosa con un poquito de cerveza.
Después ya sabe usted que en esta casa la siesta es sagrada (tranquila, tía, otra vez me ha reñido por blasfemar). Quería decir que la siesta es importante y hasta las niñas la dormimos. Un día le toca a la prima Mari Ángeles en la cama con la abuela y a mí en el cuarto de al lado. Y al siguiente, al revés. La prima y yo quedamos para reunirnos sin que ella se de cuenta, ¡pero siempre nos oye! ¿Verdad, abuelita? La abuela dice que sí y se ríe.
¿Se acuerda usted de la señora que peina a la abuela, la Basilisa? Es una mujer grande y de la edad de la abuela. Dice la prima que tendrá ciento y pico años (la abuela riñe a Mari Ángeles, aunque no entiendo muy bien el por qué). La cosa es que se ha roto un brazo y llevamos toda la semana peinándola nosotras, hasta que se ponga bien. Cogemos una palangana llena de agua, le quitamos el moño y el postizo. Después mojamos el pelo y el peine en agua y le hacemos el moño metiendo otra vez el postizo en su sitio. ¡Todo muy profesional, tía!
¡Ay, que lo olvido! Ya sabe usted por otras cartas de los disgustillos que ha ocasionado mi problemilla de concentración, lo de las cosas: que se me olvidan. La semana pasada me pidió mi madre que comprase de cá la Felisa un bote de aguarrás. Lo quería para quitar las gotas de pintura del patio. Yo algo de agua recordaba, pero traje aguafuerte. Mi madre lo mezcló con no sé qué sin comprobarlo y... La vio el oculista y se está untando una pomada para los ojos.
Tía Sor María, la prima y yo estamos muy contentas porque mañana nos vamos de excursión a Añora con las bicicletas. Yo cogeré una de mis hermanos. [No le diga a la abuela que le escribo esto, que seguro que me riñe. Pero como usted conoce mejor al niño Jesús, ¿por qué no le pide que hable con los Reyes Magos para que este año me traigan una bonita bici de paseo? Las de mis hermanos son muy grandes y muy de niño]. Lo mejor del paseo dice la abuela que es el paisaje de la dehesa. Y es que, aunque mamá diga que la jara es muy triste, yo siento una cosa muy rara por dentro cuando la miro. Me dan como ganas de llorar pero, al mismo tiempo, me siento muy feliz.
Tía, tenemos que despedirnos, que ya es la hora de rezar el rosario. La abuelita quiere que responda usted pronto a nuestra carta para saber qué tal va todo en el convento. Nosotras también queremos que no tarde porque así podremos escribirle una carta nueva.
Vaya, ahora la abuelita está riñendo a la prima. Mari Ángeles ha dicho “No, abuelita, si yo ya he rezado el rosario”, y la abuelita le ha respondido que “Uy, bendito sea Dios, qué disparate, venga a rezar el rosario”. Ya sabe usted cómo es la prima y cómo es la abuelita.
Tía cuídese y ore por nosotras.
La quiere mucho, su familia.
Pincha y escucha: Canción de corro cantada por Isabel (y ayuda patosa de Sandra)
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