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Paquitoñi

Elena Lázaro

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Paqui mide más de metro setenta. Toñi apenas supera el metro y medio. Paqui es flaca como sólo lo son las mujeres-junco. Toñi luce michelín como sólo lo hacen las mujeres-tronco. Paqui es seca, tacaña en sus afectos. Toñi sonríe con una insistencia que apabulla.

Paqui viste pantalón y camisa a diario casi uniformada. Toñi tira de fondo de armario cuanto puede y pasa del estampado chillón a la minifalda sin detenerse a pensar si a su edad es legal seguir enseñando muslo. Paqui no pasa de las bisílabas para saludar. Toñi es capaz de preguntar por toda la familia antes de entonar el buenos días.

Son las primeras en llegar a la oficina y, cuando pueden, las primeras en irse, que no está la cosa para regalar al jefe ni un minuto extra. Pasean juntas por los pasillos de la sede central de la empresa trayendo y llevando correo, haciendo los recados como quinceañeras en su primer empleo de verano y eso que ellas el 5 hace tiempo que lo cambiaron de sitio.

Conocen los detalles de la vida y las manías de todos y cada uno de los empleados. Saben que a la secretaria del fondo a la izquierda hay que llevarle las revistas del corazón con la prensa del fin de semana el lunes a primerísima hora. Aceptan la costumbre de ese jefe de departamento que se empeña en dejar las cartas boca abajo en la bandeja de salida y asumen resignadas las prisas permanentes de la histérica del servicio de comunicación.

Toñi bromea con todas esas manías. Paqui ríe el chiste pero prefiere callar. No entiende que el personal de la oficina luzca esa cara de amargura al sentarse delante del ordenador; que pocos rían las bromas de Toñi o que las critiquen cuando se ayudan entre ellas.

Como aquella mañana en la que aprendieron a instalar un photocall -niña sí, el cartelón ese con los escudos para hacer propaganda, ah, ya-. Les dieron mil instrucciones técnicas, pero Toñi lo tuvo claro: “Paqui no te agobies. Esto se monta metiendo lo duro en los agujeros, como toda la vida”.

O la tarde en la que a Toñi se le rompió el forro de la falda y Paqui lo cosió allí mismo, delante de la puerta del consejo de administración: “No voy a dejar a la mujer que enseñe lo que no debe”. Eso es ser maravillosamente natural. Eso es renunciar a la deshumanización que parece llenar las oficinas. Eso es ser Paquitoñi.

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