La montaña en mi retina
He vuelto a la montaña. He cargado mi mochila con lo imprescindible y unos cuantos extras. Los suficientes para arrastrarme hasta el refugio y jurar que no volverá a pasarme.
Ha empezado a llover. Graniza fuerte y veo el poncho de Fran aligerar el paso. Es de un verde casi gris perfecto para perderse entre el paisaje de rocas, la laguna y el musgo.
He llegado al refugio, soltado la mochila y me he tumbado sobre una roca. El cielo parece una montaña más. Granítico firmamento. Creo que Rafa pasea cerca buscando una salamandra única en la zona.
He dormido entre ronquidos, olor a pies y un ataque de risa de verme disfrutando del momento.
Hemos empezado a subir la montaña. Sólo mirar el pico me produce vértigo. Cuesta respirar, pero Indi me acompaña, soportando la lentitud de mis pasos, animándome mientras observo a Julia andar decidida marcando el camino.
He dudado, he sentido miedo y me he refugiado con Pepe y Jota bajo una roca para evitar que las piedras sueltas bajo los pies del resto nos golpeen la cabeza.
He visto la niebla entrar entre los picos mientras empezamos a bajar.
Hemos llegado con tiempo para una ducha entre las rocas bajo la atenta mirada de un macho cabrío.
La noche me ha sorprendido sentada a la puerta del refugio con Ángel, que se esmera en narrarme las leyendas que los griegos inventaron para memorizar los cuerpos celestes: casiopea, la osa mayor, la estrella polar... No puedo dejar de mirar al cielo. Ha dejado de hacer frío.
Hemos vuelto a salir de madrugada. La luz parece enmarcar un sueño, creo seguir dormida. Al descender camino con Paco. Hablamos del amor, de sus incomodidades.
Comemos en el río. Tengo los pies en el agua mientras miro a Jota y a Tati compartir cómplices sus vidas.
Volvemos a casa y caigo en la cuenta de que llené la mochila, pero volví a olvidar la cámara. No tendré imágenes suficientes para recordar cuánto me gusta esto.
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