Beatriz de Nunca Jamás
Cada vez que baja al patio, todo el vecindario percibe su presencia. Beatriz no está; Beatriz se siente. Habla a un volumen digno de titanes; saluda a cada persona con la que se cruza por su nombre y con un “HOLA” en alta definición.
Conoce a cada vecino. Sabe dónde pasa las vacaciones cada cual, quién ha cambiado la lavadora, ha comprado un coche nuevo o ha pasado la tarde en el callista. Beatriz lo sabe todo, pero no comprende casi nada.
Su sonrisa es deforme y sincera. Su risa es escandalosa y sus abrazos honestos y asfixiantes, porque Beatriz derrocha amor en la misma cantidad que lo demanda. Por eso, dicen que no se extrañó cuando el hombre del banco del parque le pidió que lo acompañara al callejón y la abrazó y le levantó la camisa y le bajó el pantalón y le hizo aquello de lo que estaba prohibido hablar y por lo que enfermó y tuvo que visitar el hospital y soportar que le introdujeran aquella especie de aspirador. Fue entonces cuando entendió que a veces el amor duele.
A sus 22 primaveras, Beatriz ha logrado instalarse en el país de Nunca Jamás y no cumplir más de 10 años. Disfruta jugando en el patio, es ajena al infierno de los adultos, es sencillamente feliz. Beatriz será siempre una niña y muchas la envidiamos por ello.
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