Animaladas
Ayer cumplí años. Los suficientes para saber que gran parte de las felicitaciones que recibí se las debo al chivato de Mark Zuckerberg, un tipo patológicamente cotilla como yo.
Sea por la causa que sea, porque la agenda del teléfono avisara o porque alguien se lo recordara, no les voy a engañar: me sentí querida y eso es un privilegio. Me sentí tan tontamente mimada que decidí convertirme en objeto de mi observación.
Me vi sonreír al recibir una canción como regalo y un libro y una funda nueva para mi iPad y unos horribles pendientes elegidos por hija pequeña empeñada en convertirme en princesa rosa e incluso un viaje en el tiempo; me vi emocionarme al leer tantos buenos deseos y sabios consejos. Pero lo que más me sorprendió fue verme llorar como si los que cumpliesen fueran 9 años.
Fue al salir de trabajar. No acostumbro a moverme en coche, pero ayer lo cogí. Lamento haberlo hecho. Al salir del aparcamiento vi en mitad del camino a una madre y a su pequeño. Les advertí de mi presencia tocando el claxon, pero no se apartaron. Vi moverse al pequeño y pensé que jugaba travieso a fastidiar a su madre, a la que imaginé riñendo y suplicando que se apartara de la calzada. Me detuve y volví a mirar. Entonces entendí.
El pequeño no jugaba; convulsionaba sobre un charco de sangre ante la impotente mirada de su madre. Me quedé paralizada. Salí del coche en el último estertor del pequeño. Murió. Al cerrar la puerta la madre me miró y se asustó.
Suelo observar a la gente, escuchar la calle para aprender, pero como alguien me dijo ayer tratando de consolarme, los animales suelen darnos grandes lecciones de humanidad y ayer quien más me enseñó fue una gata. Una madre que no pudo hacer nada por su cría atropellada por el coche que me precedía. Me mostró con una claridad casi cegadora lo terrible de nuestra pretendida superioridad humana, esa que no se inmuta al ver sufrir a un animal, esa dispuesta a dejar al planeta que el planeta se desangre mientras sigue conduciendo su coche.
Entre las felicitaciones que recibí ayer estaba la de Marta que deseaba que los años me enseñaran a ver las cosas con claridad. No fueron los años, fue una gata. Gracias
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