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Resurrección

Luis García

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En 1950, la carrera cinematográfica de Bette Davis peligraba. Sus violentas divergencias con el director Edmund Goulding durante el rodaje de Amarga victoria levantaron la memoria del carácter tempestuoso e indómito de la actriz. Ésta, a principios de verano, acababa de cumplir cuarenta años, la edad comenzaba a ponerla nerviosa, su matrimonio estaba destruido y los guardianes de la domesticidad de Hollywood se habían propuesto apagar humos en la volcánica diva.

Estaba a punto de ingresar en la nómina de otra película doméstica de la Warner cuando Darryl F. Zanuck, de la Fox, la reclamó para que sustituyera a Claudette Colbert, que había caído enferma, en el reparto de una prometedora película del joven intelectual Joseph L. Mankiewicz. La fiera Bette bajó la guardia y aceptó (cosa meritoria, teniendo en cuenta su engolado temperamento) el papel de sustituta de una actriz que consideraba inferior a ella. Este insólito acto de humildad no sólo salvó su carrera, sino que la llevó a la cumbre.

Hay en Eva al desnudo muchas más cosas, pero ante todo el filme es un deslumbrante ejercicio interpretativo. La composición del personaje de Margo Channing (inspirado en la estrella de Broadway Tallulah Bankhead) por Bette Davis es un alarde de sinceridad, inteligencia y elegancia. Bette Davis asumió en este complejo papel sus temores más íntimos, hasta el punto de que Mankiewicz, arrastrado por la identificación de la actriz con lo que estaba haciendo, modificó la ecuación inicial del personaje.

El juego de máscaras depredadoras, oficiado por el cínico y genial George Sanders, entre Bette Davis y Anne Baxter se convirtió así en una búsqueda de la primera dentro de su propia situación existencial. La referencia a Tallulah pasó a un segundo plano: era la propia Davis quien ahondaba desesperada y despiadadamente en sí misma. Y en la lucha de dos fieras enjauladas entre las fronteras del teatro y de la vida se abrió paso un inesperado acorde lírico: la investigación de una mujer endiabladamente lúcida dentro del umbral de su envejecimiento.

Ahí precisamente  se vertebra el apasionante relato de Eva al desnudo, que de indagación de un estrecho mundo profesional se convirtió en un baño en el inabarcable universo de una mujer (de toda mujer) gracias a la universalidad del trabajo excepcional de Bette Davis, que vislumbra desde la cima su propio e inevitable final. Es el gran acorde de la caída, uno de los asuntos permanentes de la imaginación creadora en todo tiempo y en todas las épocas.

Casi sesenta y cinco años, en lugar de meter polillas en el filme, no han hecho otra cosa que añadirle frescura e inteligencia. Eva es precisamente eso, pura inteligencia aplicada a la pantalla. Suave de formas pero durísimo de fondo, el debate entre la media docena de personajes del filme, todos admirablemente intuidos y construidos, es un asunto eterno, porque Mankiewicz, individuo apasionado por los individuos, alcanza a penetrar en cada uno con tan singular perfección, maestría y limpieza que su Eva al desnudo es un monumento de sabiduría en el conocimiento de las personas, en el entramado de mecanismos psíquicos, sociales, biológicos y éticos que les hace actuar de una manera y no de otra.

Todos los actores realizan actuaciones eminentes, por lo que, al descollar sobre ellos, puede medirse la tremenda pasión interpretativa de la que para mi es la mejor actriz de la historia del cine, Bette Davis, que, por supuesto, no ganó un Oscar por éste su incomparable alarde. Los premios se fueron para Mankiewicz, que repitió el doblete de mejor director y mejor guionista que ya había logrado, aunque con menos alcances que en Eva al desnudo, una año antes con su Carta a tres esposas. Aunque, claro, un solo minuto de cualquiera de sus películas vale más que cien del noventa y cinco por ciento de las que se han estrenado en el último año juntas.

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