Mugre
He escuchado muchas veces en boca de gente que escribe sobre televisión (incluso puedo haberlo dicho yo en algún momento enfático o etílico pensando que quedaba guay) que ésta tiene la función de una ventana a través de la cual miras al mundo. Y se supone que la vida es algo complejo en la que ocurren todo tipo de cosas, divertidas y patéticas, sonrojantes y perturbadoras, que en el gran bazar hay de todo. Pero no es cierto. Hagan la prueba siguiendo con heroica asiduidad los espacios informativos de Televisión Española o la programación completa de Telecinco, ya puestos, y cualquier cerebro y sensibilidad con parámetros normales llegará a la desolada conclusión de que si la existencia es lo que vomitan estas triunfantes cadenas, convendría cambiar de planeta, comprendiendo demasiado bien las certidumbres de Neruda (“Sucede que me canso de ser hombre”) o de Groucho Marx (“Parad el mundo, que me bajo”).
No han llegado a programar todavía el suicidio en directo que imaginó el guionista Paddy Chayefsky en Network, pero todo se andará si perciben algún desfallecimiento en su millonaria audiencia. Psicólogos y sociólogos se pondrían las botas analizando el proceso mental de los incansables fabricantes y conductores de mugre.
Nuestra querida cadena pública se ha tirado dos semanas ofreciendo sin prisas y sin pausas el protagonismo absoluto a una cantante farandulera que nos sabía de dónde salían las bolsas de basura que llegaban periódicamente a su casa de la Costa del Sol y a un torero beodo que se presenta ante todos con cara de perro degollado, de niño travieso que ha cometido que ha metido la pata y que tan sólo espera una regañina sin consecuencias. Hemos visto desfilar impúdicamente por los juzgados malagueños a delincuentes de expresividad viscosa que pasaron de camareros a alcaldes, de peones de obra a gestores de millonarios patrimonios. Se ha montado con ellos una abyecta película con supuesto tono acusatorio y juicio público hacia estos infames gánsteres machacados por sus antiguos socios, una corte de macarras, estafadores, cotillas hepáticas, traficantes de todo lo vendible, putas redimidas, princesas de corrala que antes formaban la corte y participaban en los sucios bisnes de estos Padrinos de gambas con gabardina. Todo es siniestro en este simulacro de noticias con afanes naturalistas, en esa cloaca chillona, melodramática y soez.
El cine y la literatura negra norteamericana son memorables entre muchas cosas por la calidad y el estilo de sus villanos, por la mezcla de luces y sombras que sus personalidades desprenden. Aquí todo es casposo y zarzuelero. Los malos no infunden respeto y miedo. Sólo vergüenza ajena.
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