Juan Carlos Limia: “Córdoba no es una ciudad potente culturalmente”
Juan Carlos Limia necesita pensarse la propuesta de entrevista. Se produce por Whatsapp. En lenguaje directo. Sin rodeos: “¿Usted querría, se dejaría, se prestaría a ser entrevistado por servidor en una larga charla de domingo?”. Es el mensaje que llega al destinatario que pide una reflexión antes de aceptar y fijar la cita para el día siguiente.
Los minutos de reflexión son lógicos. Limia es el gestor cultural que más poder ha aglutinado en Córdoba en la historia reciente. Desde septiembre de 2020 es el gerente del Instituto Municipal de Artes Escénicas (IMAE), el organismo que programa y cuida de los teatros públicos de Córdoba, mientras sigue siendo Director General de Cultura del Ayuntamiento, lo que le hace responsable de la gestión de los programas culturales que nacen en Orive. La charla se produce, además, unos días después de hacer balance del 40 Festival de la Guitarra, un evento que, él mismo reconocía, no había cumplido las expectativas.
Así que, sin reticencias ni vetos, Limia acepta sentarse delante de la grabadora. Deja, en los casi 90 minutos de charla, algunas frases lapidarias que, en el momento en que se solicitó la entrevista, parecían casi imposibles. Pero aquí están. Suyas son algunas reflexiones sobre cultura, turismo y ciudadanía que no gustarán a todo el mundo, pero que se espera inviten a repensar la forma en que miramos la ciudad y a quienes aspiran a que en ella haya vida.
PREGUNTA. Ya que estamos en el Teatro Góngora y que justo hace diez años de su reapertura, podemos empezar hablando de este espacio que te tocó a ti reabrir a la ciudad.
RESPUESTA. Sí. Efectivamente. Yo llegué 15 o 20 días antes de que se reabriera el Teatro Góngora y creo que este teatro está dando mucho juego. Yo siempre he dicho que este teatro tenía dos finalidades. Una, descongestionar un poco el Gran Teatro o poner algunos espectáculos que, por tipo de aforo, convenía más hacerlos aquí. Y la segunda finalidad es que éste tenía que ser el teatro de los creadores cordobeses. Porque yo entendía que podía haber aquí una suerte de usurpación de los creadores cordobeses para hacerse con el espacio, tanto en la sala principal como en la Sala Polifemo, que se creó como una especie de cueva donde pretendíamos darle salida a espectáculos más alternativos, más vanguardistas. Por ejemplo, a la danza contemporánea. La Polifemo, que ahora, por cuestiones de la pandemia está siendo ocupada por la Orquesta, además es la única sala en Córdoba que tiene disposición en graderío, lo que, para determinados espectáculos, es mucho mejor porque acerca mucho al público al actor, al danzarín o al protagonista.
P. Ahora cuando te estaba esperando he visto que había un desfibrilador en el teatro y se me ha venido a la cabeza la idea de que la cultura ha sido, en muchos aspectos, un desfibrilador en estos tiempos tan raros.
R. Sí, pues te diré que efectivamente llevas toda la razón del mundo. Pero añadiré un complemento a tu razonamiento, que es que, en mi opinión, la cultura ha sido injustamente castigada durante la pandemia. Porque, uno no acaba de entender, y esto es algo que se lo oí decir a uno de los hermanos de Los Morancos, por qué en el AVE o en un avión se puede viajar uno al lado del otro y en los teatros eso no es posible. No sé, realmente es una incongruencia. Tiene que ver, seguramente, con alguna de las cosas que hemos hablado antes: la cultura no es un sector que esté en la agenda política en primer término. No se le ha considerado en esta situación y creo que ha sido perjudicada injustamente si vemos cómo han funcionado otros sectores sin ningún problema.
Hay que huir de la idea de ligar turismo y cultura
P. Yo, de hecho, el sitio donde más miedo al contagio he sentido ha sido en un AVE. Cuando fui a entrevistar a Ginés Liébana, el AVE iba absolutamente lleno y sin ventilación ninguna. Me acuerdo que pensé en eso de que igual había que empezar a programar conciertos en los trenes o en los aviones.
R. No había escuchado esa observación pero es estupenda. Pero es que no tiene sentido. Hace poco se han hecho, por ejemplo, un concierto al aire libre, en Barcelona, en el que puede haber 5.000 personas y que estén controlados con test de antígenos, al aire libre, y que yo ahora en La Axerquía solo pueda meter 1.000 personas...
P. Cualquier fin de semana en la plaza de la Corredera, que es un espacio acotado al aire libre, hay más de mil personas.
R. Yo creo que la cultura no ha sido bien tratada y que tiene que ver con este papel. Voy a decir dos anécdotas que creo que vienen al caso. Por ejemplo, a un presidente del Gobierno, del signo que sea, ¿se le hubiera ocurrido nombrar de ministro de economía a un señor que hacía programas en la tele? De economía no se le ocurriría. Ni de defensa, ni de hacienda. Digamos que esa frivolidad se la puede permitir en Cultura.
P. Eso por no hablar del último ministro.
R. Mejor que no, porque es penoso. Pues esas cosas pasan. Otro ejemplo: en las mesas de gobierno, ya sean autonómico o centrales, se ve al presidente y están los ministros. Y, si os habéis dado cuenta alguna vez, el ministro de Cultura suele estar casi siempre al final. Eso es un formalismo, pero es un formalismo que tiene sentido. Porque se sientan en orden a como fueron creados los ministerios históricamente y, si Cultura está al final es porque fue creado muy tardío. Y, como fue creado muy tardío, es porque a lo mejor no se entendía que fuera necesario un Ministerio de Cultura o una Consejería de Cultura. Y termino con otro símil: es profuso, es bastante habitual, que los responsables políticos, del nivel que sean, central, autonómico y local, sean mujeres. Es muy curioso.
P. Sí. Quizá porque presuponen una sensibilidad cultural mayor a las mujeres…
R. O se presupone que, como es una asignatura maría… Yo creo que igual son las dos cosas.
P. Cada uno ha aportado una visión.
R. Yo creo que hay mucho de eso: “Total, para esto, vale pepita”. Porque los ministerios de cultura lo ocupan mujeres muy habitualmente. Comenzando por la primera, que fue Soledad Becerril.
P. ¿Cómo estás viviendo la pandemia a nivel de gestión?
R. Pues está siendo muy dificultoso. Aquí en los teatros, la pandemia ha significado permanentemente cambiar, reprogramar, aforar, desaforar, una incertidumbre enorme… Ha sido una enorme dificultad. Yo he llegado a pensar que es mucho más fácil construir que destruir (Se ríe). Porque destruir era muy dificultoso: que si la devolución de entradas, alguna gente protestando -la mayoría era muy condescendiente porque han sido comprensivos con la situación-, ha habido compañeros del equipo de taquilla a los que les ha pesado esta situación y que han estado muy muy estresados. Alguno al borde de la baja.
P. Es verdad que la mayoría es bastante comprensiva, y también que los que levantan la voz hacen mucho ruido.
R. Sí. Porque eres un poco vulnerable. Estás en un sitio a donde viene el público y sabes que puede haber protestas y que puede haber quejas e incomprensión. Y tú, en el fondo, no tienes culpa de nada. Eres un trabajador que está allí y que estás intentando cumplir en base a las distintas restricciones que han ido surgiendo. Claro, ten en cuenta que, como las restricciones se daban los miércoles, algunas veces había que cambiarlo todo para el espectáculo del sábado. Teníamos 40 horas para reaforar, sacar nuevas entradas o devolver… O sea, era una situación tensa.
P. ¿Se llega a acostumbrar uno a ese estrés y a esas críticas?
R. No ha habido muchas. Te digo la verdad. Pero como tú bien decías, a veces los más intolerantes se manifiestan de una forma bastante grosera. A la gente que le gusta el teatro, lo que choca, lo que ha tenido verdadero impacto emocional ha sido entrar al teatro y ver que solo hay medio aforo. Eso es lo que impacta. Ver a Ana Belén con medio aforo. Eso es una cosa que yo he sentido personalmente y lo he hablado con compañeros. Todos hemos sentido esa frustración. Porque, al final, el lío que tienes que hacer para contratar a Ana Belén es el mismo, entren 400 o entren 2.000. El lío es el mismo.
El Festival de la Guitarra trae a una ínfima cantidad de turistas
P. ¿Qué has percibido en la relación del público con los teatros?
R. Positivo. La verdad es que la gente venía a los teatros como un balneario mental y emocional. Así que todo aquel que ha podido y ha querido entrar, estaba muy placentera. No hemos tenido ningún problema grave con nadie. Todo el mundo cumplía la normativa cuando salía y cuando entraba. Por eso que tú decías de que la cultura ha tenido un cierto efecto sanador. En muchas ocasiones ha habido gente que ha venido buscando ese efecto sanador, más que la obra de teatro o el concierto en sí. Buscaba un sitio donde se sentía seguro, porque habíamos demostrado que los teatros eran seguros, así que salían de casa, con su pareja, con su hija o con su hijo, y entraban, y le daba igual lo que iban a ver, porque entraban en una suerte de burbuja emocional y social.
P. Me ha llamado mucho la atención que, cada vez que he ido al teatro en este año, te he visto en todas. Entiendo que es un extra que le metes a tu trabajo, que, creo yo, consiste más en programar que quedarte hasta el final para palpar todo esto de lo que hablamos.
R. Yo, sinceramente, creo que no hay que ir a todo. Y estoy de acuerdo en que mi papel no consiste en eso. Pero creo que hay que venir. Porque estás manteniendo un contacto con lo que estás haciendo y con la gente. Y es una cosa que a mí me gusta mucho, que también lo hago en cultura, que es venir como una suerte demostración de signo. Es algo muy sutil pero que creo que se capta: es decirle a los compañeros que están trabajando en esos días y a esas horas no necesariamente agradables “yo también estoy aquí, con vosotros”. Y es verdad que vengo mucho. Es posible que ahora atempere. Pero a veces lo que hago es que me voy a la hora. Si es teatro me quedo entero. Pero en un concierto a lo mejor me voy a la hora.
P. Anda, ¿y eso?
R. A mí me gusta la música. Casi toda. Una más que otra. Pero mi satisfacción personal como espectador está en una hora. Para mí, una hora de música, de la que sea, clásica, flamenco, pop, ya me satisface. No necesito más. Entonces, hay muchas veces que en los conciertos me voy a la hora. Y me voy satisfecho, me voy lleno. Esto a lo mejor pude parecer una boutade, pero si uno escucha 14 canciones de Loquillo, lo mismo piensa: ¡“Coño, a partir de la ocho, todo es lo mismo!” (Se ríe).
P. Como psicólogo, además, sabes que está escrito que a partir de los 45 minutos disminuye la capacidad de concentración.
R. Bueno, yo es que cuando presido reuniones digo siempre: durará una hora. Yo no hago reuniones que duren más de una hora. Como mucho, si la cosa está calentita, suelo decir “una prórroga de diez minutos”. Porque efectivamente, está demostrado científicamente que la capacidad de atención disminuye a partir de los 45 minutos. Y para los espectáculos, yo creo que la duración perfecta son 90 minutos. Todo lo que pase de 90 minutos me parece una locura.
P. Y más ahora con la mascarilla.
R. Sí. Yo creo que está bien con eso.
P. Una de las cosas que más han debido marcar esta etapa ha tenido que ser el trato con los artistas. Sobre todo en una ciudad como Córdoba en la que, como bien sabes, la cultura depende bastante de lo público. Del IMAE y de Orive.
R. Es que es un sector duramente afectado. Entonces, los artistas han venido con plena conciencia de las medidas de prevención sanitaria. Ellos querían estar seguros. Eso ha sido lo primordial. Y lo segundo es que, por mor de la pandemia, los artistas no han permitido contacto con el público. Y después, con respecto a la parte de contratación, el contacto que se establece para que vengan aquí a trabajar, creo que la frase que lo resume es “muy agradecidos”. Es que esta gente lo está pasando muy mal. Y, aunque no quiero hacer una hipérbole de esto, diré que muchos teatros públicos, no digo ya los privados sino los públicos, es que estaban cerrados. Ese es un aspecto que se ha notado y que algunos artistas lo han manifestado públicamente. Es que, tú ten en cuenta que hay artistas top ten, como Manuel Carrasco o Pablo Alborán, que a día de hoy siguen suspendiendo conciertos. Entonces, claro, de pronto los llamas aquí y están encantados de la vida.
La cultura ha sido injustamente castigada durante la pandemia
P. También hay alguno que no se ha querido adaptar a la situación.
R. Sí. También los hay.
P. Lo hemos visto con Calamaro.
R. (Se ríe) Yo no sé qué hubiera pasado aquí con Calamaro si hubiera venido.
P. Ahora está en una deriva muy interesante.
R. (Se ríe) Yo no sé si se hubiera liado. Me hubiera complicado la vida porque el servicio de prevención de riesgos laborales igual me hubiera dicho: “Oiga, este no está vacunado”.
P. No sé si has visto la última de Eric Clapton. Dice que se niega a tocar en espacios que pidan pasaporte de vacunación.
R. Ah, bueno, como sabemos, el país con mayor índice de negacionismo es Estados Unidos.
P. Y aparte que Eric Clapton tiene un largo historial de declaraciones controvertidas, como cuando apoyó al líder fascista Enoch Thompson.
R. Cuando se habla del Festival de la Guitarra, una de las cosas que se oyen es “ya solo queda por venir Eric Clapton”. Primero, cobra un pastizal. Y segundo, habría que saber que Eric Clapton se mueve muy poco fuera de Estados Unidos. Sale poquísimo de allí.
P. Sí. Me consta que no da muchos conciertos. Ahora, si te parece, hablamos del festival. Antes quiero preguntarte qué crees que aportas en esta nueva etapa en el IMAE.
R. Pues mira, creo que había habido una etapa aquí, al inicio del mandato, bastante convulsa. Y yo creo que una de las cosas que aporto aquí es serenidad. Creo que soy capaz de aportar una cosa que creo que es muy importante en este trabajo, que es darle el valor al trabajo de los demás. Yo sé, porque así lo he decidido, que las decisiones más fuertes y controvertidas me van a tocar a mí. Pero yo soy un defensor de la delegación de responsabilidades. Y el principio por el que tiene que actuar una organización como ésta es el famoso principio de subsidiaridad.
Yo no soy de laminar las minorías
P. Esta vez, sin embargo, además del IMAE, también sigues siendo director de Cultura al mismo tiempo. No sé si alguna vez te imaginabas tirando con las dos adelante, porque no es lo normal.
R. No. No es lo normal. Nunca ha sido así y es la primera vez. A mí me causa, como puedes imaginar, mucho trabajo y muchísimo estés. Pero bueno, en un momento determinado me pidió el alcalde, y nunca dejaré de agradecerle su confianza, que me hiciera cargo de la gerencia del IMAE y, bueno, o debió él ser muy persuasivo o estar yo muy condescendiente, y al final acabamos aquí. Pero claro, yo tenía mis responsabilidades en Orive. De hecho, yo, en esta semana, los cuatro primeros días de la semana he estado en Orive, donde tenía cosas por hacer y que resolver. Es una sobrecarga de trabajo. Yo no me suelo quejar, porque, entre otras cosas, esto fue un pacto…
P. ¿Te lo pensaste mucho?
R. Sí sí. Sí que me lo pensé. Pero, claro, yo le tengo especial cariño al IMAE desde la anterior época y me parecía que tenía que aceptar, por una suerte casi de compromiso moral, con los compañeros que, al parecer, lo habían estado pasando mal -yo, de hecho, tenía llamadas casi frecuentes-. En fin, me resultó difícil negarme. También en lo escénico: no es fácil negarse cuando te mete el alcalde en su despacho. Si a ti te mete el alcalde en su despacho y te pide que te ocupes de la jardinería de Colón, pues puedes decir que no. Pero, por una cosa y por otra, acabé aquí.
P. Así que no lo esperabas.
R. No. Yo no lo esperaba. Ni esperaba tener tanto trabajo.
P. Me da la impresión, por tanto, de que te gusta bastante tu trabajo. Tienes esa suerte.
R. Sí. Yo tengo la suerte de que me gusta mi trabajo, de que me pagan y de que hasta me pagan medio bien. Sí, soy un apasionado de mi trabajo. Yo tengo una cierta adicción al trabajo.
P. Eres adicto a un trabajo, el de la cultura, en una ciudad como Córdoba. Así que la pregunta que hay que hacer es: ¿es Córdoba una ciudad cultural?
R. Esto va a ser controvertido, pero yo creo que a medias. Es muy posible que distintos sectores de la sociedad y que distintos líderes de todo tipo -sindicales, vecinales, políticos, por supuesto, artísticos-, pues crean que esta es una ciudad potente culturalmente. Yo sinceramente creo que Córdoba no es una ciudad potente culturalmente. Alguna vez yo he dicho en alguna conversación, ante una pregunta de estas características -algo que quizá no podría decir ahora-: ¿En qué división juega el Córdoba? En segunda. Pues en esa jugamos nosotros en la cultura. ¿Que podemos tener capacidades y buena plantilla para subir a primera división? Sí. Pero tenemos una serie de handicaps y de problemas por solucionar a nivel cultural, tanto de infraestructuras como de creadores, de gestores, que está por construir. ¿Que podemos ponernos de acuerdo todos como pasó en el 2016? Claro, aquello tenía un elemento simbólico muy importante. Y sí, podemos ponernos todos de acuerdo en que somos muy buenos. Entonces lo hicimos. Había que creérselo y se hizo. Pero, ¿qué vino después? Cuando pasó la designación de 2016, el suflé volvió a su sitio. Al final eran los cinco buenos poetas, no los cuatrocientos que habíamos dicho; eran los mismos cinco artistas plásticos, no los doscientos que habíamos dicho; Al final, éramos una ciudad media y mediana en el sentido figurado de la palabra. Entonces, nos faltan cosas. ¿Tenemos elementos? Sí. Porque los tenemos sobre todo los que pueden ligarse a elementos patrimoniales de un enorme valor.
No es fácil negarse cuando te mete el alcalde en su despacho
P. Sí. Pero a menudo me da la impresión de que lo muerto tapa a lo vivo. Quiero decir, que tenemos tal patrimonio, que eso es tan importante, que solapa el resto. Nos da tanto que no nos preocupamos por tener una agenda que complemente. ¿Y qué ocurre? Que la gente viene, ve lo muerto, y no se queda a ver a los vivos.
R. Totalmente de acuerdo. Efectivamente, el peso específico, cultural y emocional de la Mezquita y otros elementos patrimoniales, a veces es como el peso que cargaba el gigante Atlas. Es un peso que es difícil hurtarlo y caminar por otro lado. Yo recuerdo que cuando vine aquí a Córdoba, de Sevilla… Yo soy muy cordobita, quiero que quede claro para que nadie me me malinterprete. Pero yo recuerdo que cuando llegué a Córdoba, veía casi toda la cartelería y casi todos los logotipos con los arcos de La Alhambra, de la fase de Almanzor o lo que fuera. Y yo decía: aquí hace falta crear nuevos códigos. Por ejemplo, si el Obispado le encargara ahora mismo una iglesia a Rafael Moneo, digo yo, que no se le encargará que haga una como San Lorenzo. Ya tenemos San Lorenzo. Lo que necesitamos son nuevos códigos. Lo que debe aportar cada generación son sus nuevos códigos. Entonces, esa repetición constante -ahora es menos- que hay en los gráficos, todo alrededor de la Mezquita, es errónea. Lo que tiene que hacer la ciudad, en términos de infraestructura física, es tensionar hacia el este. No seguir circundando la Mezquita. Porque eso no nos va a resolver algunos de los problemas que tenemos con el turismo, al menos en el índice de pernoctaciones. Y ya no solo por tensionar con el turismo, sino porque está demostrado que la creación de un equipamiento cultural dinamiza al barrio.
P. Y además, seguro que lo sabes, está más que demostrado que mientras más te alejas de esa zona con actividades culturales, mejor son acogidas por los vecinos. Hay una diferencia brutal entre hacer algo en La Ribera, que todo son críticas, y hacerlo en el otro lado del río, donde los vecinos están encantados.
R. Claro. Eso es un tema que se ve con Cultura en Red, que es el programa que yo más reforzaría. Porque hay una confusión muy extendida de la que hay que huir. Hay que huir de la idea de ligar turismo y cultura. Más bien, solapar turismo y cultura. (Agarra un papel y dibuja dos círculos unidos en su centro, uno es cultura y el otro es turismo) Cuando nos enseñaron la teoría de conjuntos, esto podría ser cultura y turismo (señala el espacio donde convergen los dos círculos). Lo que ocurre es que algunos políticos empiezan a darle valor a aquello que supuestamente trae turismo. Ante eso, yo digo: “Oiga usted, usted es responsable de los servicios públicos de su ciudad, para sus ciudadanos. Si además vienen de Ávila o de Alicante, pues estupendo”. Por eso yo soy un defensor de fortalecer Cultura en Red y el otro programa territorializado que es el de las bibliotecas. ¿Que además podemos hacer un concierto de no sé quién? Pues estupendo. Pero no confundamos.
P. A menudo, de hecho, se confunde la idea del evento con la actividad. La actividad es el programa que es constante y el evento que, aunque te saca en el periódico un día, no tiene valor si solo se hace puntualmente.
R. Claro. Pero incluso estoy viendo yo algo a la inversa. Esto lo estoy conociendo yo en este mandato, y es algo que no había visto nunca. Lo habitual en determinados discursos era que Cultura se solapara con Turismo. Pero ahora resulta que me encuentro con que Turismo se quiere solapar con Cultura. Y tú dices -sin ser yo un experto de nada-, ¿una delegación de turismo que es lo que tiene que hacer? Tiene que traer gente para acá. De Badajoz, de Ávila, de Lisboa… Entonces, ¿qué hace haciendo productos locales? Porque lo que se está haciendo hoy en Turismo son actividades culturales para consumo local.
P. Bueno, he de puntualizar que eso no es algo que solo sea de este mandato.
R. ¿Ya venía de antes? Bueno, yo lo estoy viendo ahora. Aquí hay una confusión a la inversa, en la que Turismo quiere hacer de Cultura, cuando no es correcto. Y no lo digo por una suerte de narcisismo, en plan esto lo tiene que hacer Cultura y si no lo hace Cultura no sale bien, Sino porque las competencias de Infraestructuras es arreglar calles, las de Turismo es traer gente de fuera y las de Cultura el hacer espectáculos.
P. Desde hace una década ya, yo creo que sobre todo especialmente a partir del título de la Unesco para los Patios, en esta ciudad es casi imposible desligar la idea de cultura y turismo.
R. Es que no tiene sentido. Fijaros, había antes un error histórico, no diré ideológico, pero que era muy común: los hospitales españoles elegían a un cardiólogo de gerente del hospital. Era un despropósito, porque un cardiólogo lo que sabía era cardiología. Entonces, quitabas de pronto al mejor cardiólogo del Ramón y Cajal y lo ponías a comprar vendas. Claro, era un desastre. Pero es que cada uno tiene que tener su competencia. ¿Podemos encontrarnos? Sí. Pero usted tienen que hacer esto y yo tengo que hacer lo otro. Y, si hay puntos que permiten una osmosis entre los dos, estupendo. Yo no digo que no los haya. Yo no niego que la cultura tenga un valor turístico, lo que creo es que el problema está en la primacía. En la primacía que se le quiere dar a un asunto o a otro. Que son dos cosas muy distintas.
P. ¿Se le ha pedido un rendimiento turístico a la actividad cultural que usted programa?
R. No. Yo hice una vez, con la Facultad de Economía, un informe sobre el impacto del Festival de la Guitarra. Y la verdad es que no recuerdo los resultados. Pero te voy a decir la verdad, posiblemente en aquellos tiempos el festival casi competía consigo mismo porque no había grandes festivales y podía traer grandes nombres. Y efectivamente venía gente de fuera. Yo lo he visto eso, yo mismo en mi anterior etapa, por ejemplo en Sting, en Bob Dylan. Pero después no es así. Esto le cuesta digerirlo a algunos dirigentes políticos, pero yo lo digo: El Festival de la Guitarra trae a una ínfima cantidad de turistas. Así de claro.
Me parece tan respetable un concierto de David Russell de 200, que uno de La Pantoja de 3.000
P. Es algo que algunos llevamos diciendo bastante tiempo.
R. Como Cosmopoética. ¿A quién se le puede ocurrir que va a venir a ver recitar a un poeta un tipo de Segovia? Eso es un disparate. En ambos casos, salvando todas las distancias del mundo, lo que estamos hablando es de una marca de prestigio de la ciudad. “Yo hago el mejor festival de guitarra del mundo, tengo el Cosmopoética, que es premio nacional”. Vale, pero no me pida usted que vengan turistas. Porque no es verdad. Turismo cultural hay, por supuesto. Pero hay en las grandes urbes, que tienen una oferta cultural muy potente. Entonces, nos vamos a Madrid a ver lo último del Museo del Prado, del Thyssen o el musical de turno. Esto lo hace mucha gente en España. Pero un tipo de Ávila no se va a venir a Córdoba a hacer eso.
P. Y tengo también mis dudas de cuánto de turismo cultural hay que no sea, en realidad, un turista matando el tiempo libre. Me explico: ¿hay gente que va exclusivamente a Madrid y a Barcelona a ver los museos? Claro que los hay. Pero lo cierto es que la mayor parte están en Madrid y aprovechan para ver los museos.
R. Claro. Exacto.
P. Hablamos de gente que, a lo mejor, en su propia ciudad, no han ido a un museo en la vida. Con lo cual, llamar turista cultural a ese cordobés que va de viaje a Madrid y va al Prado es algo que me genera dudas.
R. Eso me recuerda una pequeña trampa dialéctica que yo hice en una reunión en la que estaban empresarios del sector turístico, responsables municipales… La queja y la demanda que hacían los empresarios es la de la pernoctación. Y había quien decía: “Es que lo que hay que hacer es más actividad cultural”. A mí me miraba el alcalde de turno. E hice lo siguiente: “Miren ustedes, seguro que todos los que estamos aquí en esta mesa, como mínimo hemos ido a cuatro o cinco ciudades Patrimonio de la Humanidad”. Todos dijeron, sí. “Ahora hago la pregunta: ¿alguno de ustedes ha ido alguna vez al gran teatro de alguna de esas ciudades? Voy a contestar yo primero, no se preocupen. Yo no. Porque yo voy a esas ciudades a otra cosa, igual que ustedes. Porque a este tipo de ciudades medias, se viene a ver el patrimonio, y a aprovechar la gastronomía”.
P. Porque comer tenemos que comer todos. Ahora, no todos tenemos por qué ver a Concha Velasco o Ana Belén.
R. Claro. Nadie va a Cáceres y decide ir al gran teatro de Cáceres. Eso es absurdo. Eso se hace en las grandes urbes. Eso se hace en Madrid o en Barcelona, donde, en efecto, uno va atraído por un supuesto efecto cultural. Allí toca la Filarmónica de Londres o está el musical de Los Miserables, que sabes que no va a venir a tu ciudad. Pero, cómo vas a ir a Cáceres a ver a Ana Belén, si ya das por supuesto, si tienes cierto sentido común, que la vas a poder ver en Córdoba. Por lo tanto, es muy engañoso lo del turismo cultural en ciudades como la nuestra. Aquí viene la gente a ver la Mezquita. Eso es así. Aquí vienen un millón de personas porque vienen a ver la Mezquita. Y, si son curiosos, pasan por el Alcázar, la Sinagoga y comen en El Churrasco. Eso es lo que yo hago cuando voy a otras ciudades.
Córdoba tiene dos grandes déficits en materia de infraestructura cultural: un auditorio y una gran sala expositiva
P. Es el mismo molde para todos. Si algo tienen el turismo de masas es la uniformidad del rito. Juan Carlos, ya que hemos analizado un poco el presente, quiero hablar de proyectos que hay sobre la mesa. Uno de ellos es Córdoba ciudad de las ideas. No sé si has podido leerlo.
R. No tengo mucha idea. Lo he visto en el periódico y sé quién está detrás. Pero no sé mucho más. No me atrevería a hacer un diagnóstico o un pronóstico sobre su recorrido.
P. ¿Cuáles serían los handicap que un proyecto de esta naturaleza se encontraría?
R. Yo creo que un proyecto de este tipo se va a topar mucho con los mecanismos propios de la administración. Pero, insisto, no lo conozco en profundidad.
P. Y también con la falta de un circuito cultural estable. Esto es algo de lo que podemos hablar largo y tendido, de por qué en Córdoba se ha diezmado el circuito cultural privado.
R. Pues esto es una reflexión personal de un cordobés que viene de fuera: yo digo muchas veces en broma que Córdoba tiene dos problemas, uno insoluble, que es el calor, que es una cosa sofocante. Y el otro, una cosa viscosa y rara que los cordobeses llaman senequismo. Y, para mí, el senequismo es que el cordobés tiene muy poca capacidad de iniciativa y se solaza bastante en lo que ha sido y lo que es. Y esto no es malo, sino una virtud, el cordobés es feliz con lo que tiene. Es que tiene su cierta lógica. Aquí se vive bien, no es una ciudad cara, la mayoría de servicios están razonablemente bien cubiertos, tiene buena comunicación.
Entonces, yo creo que el cordobés dice: “¿Y yo para qué me voy a meter en líos, si yo vivo bien?”. Así que creo que esto tiene mucho que ver con la propia idiosincrasia del cordobés. Porque, sino, ¿por qué en Málaga, en Granada o en Sevilla, todas ciudades un poco más grandes que nosotros, tienen cinco y seis compañías de teatro, fuertes algunas, incluso teatros privados, pequeños teatros que no se los ha dado nadie, que son de ellos? ¿Y por qué Córdoba no tiene ni una sola galería de arte mientras estas ciudades que he mencionado tienen tres, cuatro, cinco? Eso no puede ser una casualidad. Evidentemente la explicación que yo doy reconozco que es una cierta sociología metafísica, pero yo creo que tiene mucho que ver con el alma de Córdoba.
P. Tú dices que el cordobés vive feliz con lo que tiene, pero, yo apunto, al mismo tiempo no valora lo que tiene.
R. Sí.
P. Te pongo un ejemplo: este año ha sido el 90 aniversario de Julio Romero de Torres. ¿Crees que se le ha dado la categoría que se merece? Me parece impensable que llegues a Córdoba a la Renfe y no haya un cartel gigante del 90 aniversario de Julio Romero de Torres.
R. Creo que tiene que ver con esa idea. Que el cordobés tiene una especie de resignación positiva. No es una resignación bíblica, sino algo positivo. Es como una sensación de que no es necesario tener una enorme inicitiva, porque lo que hay está bien. Yo creo que el cordobés es un poco así. ¿Alguno de nosotros pensamos que, si las Caballerizas Reales estuvieran en Sevilla, hubiera sido capaz del Ministerio de Defensa de llevarse los caballos de Sevilla?
P. De ninguna manera.
R. De ninguna de las maneras. Aquí se escribieron un par de cartas a la prensa, que eso se nos da muy bien y ¡ea! (Se limpia las manos de forma muy sonora) Y se fueron los caballos y ya nadie se acuerda de los caballos. Es verdad que el cordobés no valora lo que tiene. Creo que tenemos una red sanitaria, pública y privada de las más potentes de nuestro país, por ciudad y tamaño. De hecho, superior a nuestro tamaño. Tenemos dos universidades. Que hay muy pocas ciudades que tengan dos universidades. Y a eso la sociedad no le está sacando rendimiento ni le está dando valor. Dos universidades son dos fuentes de conocimiento, de valor, de transmisión, y esa es una de las cosas que el cordobés no valora. Yo no sé si está estudiado, pero insisto, creo que todo esto pasa porque el cordobés es feliz.
P. Igual es necesario hacer ese estudio y sale que los cordobeses somos los más felices.
R. Yo lo digo como algo positivo. Pero igual que antes decías eso de que la Mezquita puede aplastar, esto también dificulta, a la misma vez, que tú quieras montar una galería, un negocio, lo que sea…
Lo que debe aportar cada generación son sus nuevos códigos
P. Dada esta sociología metafísica tan particular y este público, al mismo tiempo se ponen sobre la mesa varios proyectos que hablan de aumentar los incentivos culturales. ¿Necesita Córdoba otra sala de arte contemporáneo?
R. Por supuesto. Córdoba tiene dos grandes déficits en materia de infaestructura cultural: un auditorio que tenga una capacidad, como mínimo de 2.000 personas, es decir el doble del Gran Teatro; y otra es una gran sala expositiva. De arte contemporáneo o no contemporáneo.
P. Pero Córdoba ya tiene una gran sala de arte contemporáneo. Es el C3A. Eso ya existe.
R. Sí. Pero hablo a nivel municipal, porque hay propuestas. Hay una encima de la mesa que ha sido muy controvertida y, de hecho, rechazamos algunas propuestas porque la sala municipal más grande que hay es la de Vimcorsa, que está muy bien, pero es una sala de tamaño medio. Es decir, necesitamos una sala de tamaño mínimo dos o tres veces mayor que la de Vimcorsa para que el Ayuntamiento desarrolle sus propios proyectos expositivos. Y no tenga que mendigar o rechazar, ni invadir. Escuchamos al inicio del mandato, que ojalá se sustancie, respecto al auditorio, que una empresa privada, un holding privado, lo quería hacer. Por mí ojalá se haga. Yo, encantado de la vida.
P. Es una empresa privada, pero se haría en suelo público. Que salas privadas ya hay.
R. Sí, sí. Eso tiene su polémica. Y después el alcalde ha defendido públicamente usar la parte superior de Caballerizas Reales como un espacio expositivo. Yo creo que son dos déficits que tenemos.
P. ¿Pero de verdad cree usted necesaria una sala de exposiciones cuando las exposiciones de este tipo son cuatro al año? ¿No sería mejor hacer un uso inteligente de los recursos de los que tenemos? Si se puede llegar a un acuerdo con la Junta de Andalucía para hacer una exposición de arte sacro en el C3A, no me diga que no se puede negociar la cesión para una de esas exposiciones de arte contemporáneo.
R. Bueno, es una visión. No creo que sean contradictorios. Me parece que sí, que tu visión también es cierta. Se pueden aprovechar los recursos que hay para cubrir las necesidades que tenga la ciudad. Pero es verdad que el C3A, hasta ahora, era una quilla de arte contemporáneo, quizá de uno como que muy contemporáneo. Pero sí. Podría ser una posibilidad, llegar a acuerdos para hacer un programa expositivo común. Pero la otra opción, que es la de tener una gran sala, no tiene por qué ser solo de arte contemporáneo.
P. Yo digo arte contemporáneo porque es lo que dijo el alcalde. A mí me es igual.
R. No, pero por ejemplo, por qué no tener una gran sala donde confrontar a Sorolla con Julio Romero de Torres. O una exposición que venga rulando de Europa, que es algo que se da mucho, una exposición, yo que sé, de pintura holandesa.
Los museos son públicos y hay que intentar rentabilizarlos
P. ¿Deberíamos dejar de valorar la rentabilidad de los museos por las visitas que tienen?
R. Te voy a volver a dar un símil. Yo no soy de laminar las minorías. “¿Va poca gente al Museo Julio Romero de Torres? Lo cerramos”. Yo no soy de esa opinión. Yo soy de la opinión de que hay que lograr que entre más gente en el Julio Romero de Torres. Porque, claro, si laminamos las minorías, entonces laminamos unas cuantas religiones en España, y laminamos las cuestiones de género o la poesía. Porque, habrá quien diga, como de la poesía, el máximo número de tirada es 3.000 y eso no va a ningún lado (palmea la mesa). Nos la cargamos y ya no hay poesía. Yo no soy partidario de eso. Evidentemente los museos son públicos y hay que intentar rentabilizarlos. Pero es que los museos juegan otra labor fundamental que no es la de exhibición, sino la de conservación. Conservación como legado a las generaciones futuras. Si hay menos visitas, lo que hay que procurar es que haya más. Que haya programas infantiles, programas para la tercera edad… Pero ese tipo de razonamientos… Es que acabas cerrando todos los museos de España.
En la anterior etapa me pidieron un balance del Festival de la Guitarra. Me estaban dando caña porque había bajado un poco. Así que yo dije: “Ahora lo entiendo. Como tenemos que tener conciertos muy mayoritarios, siguiendo tu criterio, el programa mejor que hay en este país es Salvame. Porque ese sí que es mayoritario. Muy por encima del resto. ¿Eso es lo que me estás queriendo decir? Porque a mí me parece tan respetable un concierto de David Russell de 200, que uno de La Pantoja de 3.000”. Es que la cultura no es un bien apreciado, se abre paso con mucha dificultad. La cultura sigue teniendo un valor bajo.
P. Sí, España puede que sea uno de los pocos países en los que cultureta es un insulto.
R. Claro. En las típicas discusiones por el presupuesto y tal, se oye. “Tú eres un cultureta”. Es despectivo. Porque nadie le diría a un arquitecto que es un arquitectero, o lo que sea. Pero, claro, efectivamente, la cultura es un ornato. Y los ornatos gustan si son bonitos, pero sabemos perfectamente que tienen una utilidad menor. Pues eso es, un ornato. Es, como decía Juan Ramón Jiménez, que se refería a la poesía pero vale para la cultura, es para una inmensa minoría. Tú vas a los teatros y, casi casi casi, el 80% de los que vamos somos los mismos. Pero es que, si al día siguiente vas a una inauguración de Vimcorsa, somos los mismos casi al 70%.
P. Nos vamos a ir hablando del festival. Se habla mucho de las visitas, que no me parece que definan para nada la calidad del cartel. A mí, del Festival de la Guitarra, lo que me interesa es la edad media de los espectadores.
R. Efectivamente, uno de los principales retos de este festival, no de ahora, de hace muchos años, es el relevo generacional. Solemos ver mucho en los conciertos a gente que empezamos con el festival, hace 30 o 40 años. Y necesitamos un relevo. Este año lo hemos intentado, pero desde luego no lo hemos conseguido. Hemos metido cosas que nos parecían atractivas para el público joven. Era el caso de Sidecars, era el caso de Triángulo… Y no hemos acabado de conectar. Y efectivamente ese es un reto. Hay que intentar conectar más con este público, que no parece que lleguemos, al menos, con el formato del festival. Yo alguna vez he contado mi propio caso. Mi hija menor, cuando yo empecé como director del IMAE tenía 20, y mi mayor 23. Eran jóvenes. Y su papá era gerente del teatro y podían ir a todos los conciertos del festival. Pues no fueron a ninguno. ¡Ninguno! Es que es muy significativo que dos personas de entre 20 y 25 años, sin problema económico, no hayan ido a ningún concierto. No fue ninguna de las dos.
El cordobés es feliz con lo que tiene
P. ¿Esto no lo soluciona externalizar?
R. No. Esto no lo soluciona. El modelo que se decida, habrá que verlo. Yo en alguna ocasión lo he comentado: ¿Cuál es el mejor modelo para el festival? El que mejor funcione. Por lo tanto, se puede ver, se puede probar, se puede hablar. Esto no es algo malo. Y el modelo de relación público-privado es constante en la administración, no de ahora.
P. Tenemos el ejemplo de Cosmopoética, por no irnos más lejos.
R. Claro. Esto no es nuevo.
P. Lo que no sé es si quizá, al plantear la externalización y de la manera en la que se planteó, fue la más adecuada. Hablo a nivel comunicativo, que yo con la idea puedo estar de acuerdo. La cuestión es que se venda como el único modelo posible para “rescatar al festival”, saltándose otra opción, que es la de una dirección artística.
R. Sí. Ese puede ser otro modelo. El que acabas de decir de un director artístico, externo pero contratado por el festival, es algo que se ha puesto sobre la mesa desde hace años. Y buena parte de los festivales de música y de teatro suelen tener una dirección propia, que trabaja todo el año en él. Así que sí, hay muchas posibilidades. Yo, que no he estado tanto tiempo en el festival como para patrimonializar nada, sí que creo que el festival le ha ido bastante bien a Córdoba y a Córdoba el festival. Bastante bien. Ocurre, en efecto, que los tiempos cambian, que los niveles de competencia son brutales, que ya no ves a B.B. King en Córdoba, sino que lo puedes ver en seis ciudades más. Que todo eso ha cambiado. Y bueno, que se planteen estas posibilidades me parecen bien. Puede haber varias alternativas.
Hay que subir el presupuesto del Festival de la Guitarra
P. Hay una tercera, que es la de no tocar nada pero dotar al festival de un presupuesto digno. Del presupuesto, que es de lo que menos se ha hablado este año, ha sido de medio millón de euros. En 2018 fue de 1,2 millones. En 2019, fue de casi un millón de euros. Digamos que, externalizado o con un director artístico, un buen festival debe contar con una apuesta financiera potente. Un festival de 2 millones de euros siempre será mejor que uno de medio millón de euros.
R. Sí. No sé si son exactas las cifras que acabas de decir, pero, efectivamente, una de las cuestiones que hay que hacer es subir el presupuesto del Festival de la Guitarra. Eso está claro.
P. Cualquier festival, de media, gasta entre 2 y 4 millones de euros
R. Sí, sí. Ese es el nivel. Dos millones. Estamos muy lejos. Así que, uno de los pasos sería subir los recursos económicos, y los mismos recursos personales también. Ya sea con una dirección artística o lo que sea.
P. ¿Cómo anda Cultura de personal?
R. Hombre, se necesitaría, como mínimo, cubrir la gente que, en el último año y medio, prácticamente desde que empezó el mandato, se ha ido por diversas circunstancias, bien por traslado o por jubilación. Hemos perdido cuatro efectivos, se acaba de incorporar uno, y no voy a decir que se cubran los cuatro, pero al menos, dos-tres deberían cubrirse.
La cultura no es un sector que esté en la agenda política en primer término
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