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José Chamizo: “La calle está calentita, si fuese político me preocuparía”

FOTO: MADERO CUBERO

Redacción Cordópolis

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FOTO: MADERO CUBERO | VIDEO: VICTOR MOLINO

Tiene la mirada de quien ha visto de todo y ya se sorprende de muy poco. Esa que dan más de tres lustros como Defensor del Pueblo andaluz y aguijón de la conciencia de los políticos. José Chamizo (Los Barrios, Cádiz, 1949) puede parecer que se mueve y habla lánguidamente. No. Es crudo y claro en lo que dice. Por eso, a algunos les escuece todo con solo oír su voz. Sus visitas al Hospital de las Cinco Llagas, actual Parlamento andaluz, suelen ser de antología. En la última, les dijo llanamente a los representantes del pueblo que sus representados ya empezaban a estar hartos de todos ellos. Chamizo sigue pensando lo mismo. Y desde hace más de un año barrunta que lo peor, en forma de gran estallido social, puede estar por llegar.

PREGUNTA. Estamos todos un poco atónitos por los temas de corrupción política. Como defensor del pueblo andaluz, ¿cómo ha visto este deterioro?

RESPUESTA. En temas de corrupción intervengo relativamente poco. Tengo otras urgencias. Y para el tema de la corrupción ya están los tribunales, los fiscales, la policía... Si me llega alguna queja, puedo tratarla pero generalmente me vuelco más en otro tipo de cuestiones. Pero es obvio que la corrupción es un mal que está trayendo ahora mismo unas consecuencias terribles para el sistema democrático. El desapego y el desafecto de la gente hacia la política es una realidad y es un peligro. Siempre está detrás de la puerta un populista como Silvio Berlusconi que puede hacer que el sistema quiebre definitivamente. Los partidos políticos tienen que hacer una ley de transparencia de su financiación. Y espero que la hagan pronto porque ya no se puede esperar más tiempo.

P. ¿Es corrupción que a una familia la desahucien de su casa por no poder pagar su hipoteca?

R. Más que corrupción es una injusticia. Un contrato que firmas libremente no puede llamarse corrupción pero sí entra en el ámbito de lo injusto. Tenemos muchísimas quejas por los desahucios. También estamos trabajando con la gente que ha ocupado viviendas, por ejemplo en las distintas corralas de Sevilla. Pero esto es un universo un poco complicado. Es cierto que todo ser humano tiene derecho a una vivienda digna -lo dice la Constitución- pero claro, luego vienen unas leyes. Y ahí empiezan los problemas. En Andalucía impulsamos el Capítulo que hay en el Estatuto de Autonomía sobre Derechos Sociales y Deberes. Fue idea de la Institución [Oficina del Defensor del Pueblo] pero nos hemos quedado a mitad de camino. Nuestra idea era que los derechos sociales se pudiesen reivindicar ante los tribunales y eso no lo hemos conseguido. En Francia, en cambio, existen dos movimientos -los del abate Pierre, que ya murió y Los hijos de Don Quijote- que han conseguido que haya una ley por la que puedes recurrir a los tribunales si no tienes un techo digno y el tribunal te lo busca. Aunque no sé si a estas alturas se está practicando allí, creo que hay que ir por este camino, con el derecho a la vivienda y con otros muchos derechos, como el del trabajo. ¿Cómo hacer todo esto? Pues no lo sé. Para eso hay mucha gente pensando, espero.

Es cierto que todo ser humano tiene derecho a una vivienda digna, pero claro luego están las leyes

P. ¿Cómo defiende al pueblo de la corrupción un Defensor del Pueblo?

R. Lo importante es que el pueblo no se contagie. Hay una idea que no comparto, esa que dice que una sociedad corrupta tiene políticos corruptos. Se está usando mucho ese argumento y yo creo que no es así. La corrupción es un mal que rompe con todas las reglas del juego, especialmente las basadas en la confianza. La gente vota a alguien porque confía en una persona y no la puede defraudar. La corrupción nos devuelve la peor imagen que se puede tener de los asuntos públicos. También quiero dejar claro que al hablar de los políticos individualmente, yo creo que es gente honesta, de verdad. El problema está en las estructuras de los partidos que sí necesitan un cambio importante que no sé si se va a producir o no.

P. Desde lo que llamamos ahora mercados se obliga a los gobiernos a dictar una serie de medidas que terminan atenazando económicamente a los ciudadanos.

R. Estamos en el gobierno de los contables, quien manda son los contables y los que imponen a los gobiernos lo que hay que hacer. Tenemos un problema muy grave: el divorcio entre la gente que elegimos y los que dirigen la economía, que son los contables. La Unión Europea, o aclara esto o nos hundimos todos. Porque si van a gobernar los contables que lo digan para votarlos o no. Lo que no podemos es tener una democracia solo formal en este sentido.

Tenemos un problema muy grave: el divorcio entre la gente que elegimos y los que dirigen la economía, que so los contables

P. Algunos de esos contables dicen que en España tenemos figuras multiplicadas por cada una de las comunidades autónomas.

R. Y quieren echar a los defensores.

P. Eso parece.

R. Mira que hay figuras repetidas. Lo que pasa es que no somos agradables para nadie. Y mira que somos formalitos y no rompemos un plato. Pero en el momento en que rompes medio se lía lo más grande. Es muy curioso, pero es cierto que hay un interés muy particular en cargarse estas instituciones. Entiendo que los defensores molestan porque tenemos que supervisar a las Administraciones y aquí nadie quiere que le supervise nadie. La obsesión que hay con la Oficina del Defensor no existe con el resto de consejos consultivos o audiovisuales, con los consejos económico- sociales... o con los Parlamentos. Son instituciones que creo que prestan un servicio, como el mío. Por eso veo sospechoso esta obsesión.

P. ¿Qué cree que hay detrás?

R. No quieren controles, nadie quiere controles. Es eso, básicamente.

P. Pero si no los hubiese, ¿entonces qué sería de los ciudadanos?

R. Ahora hay controles y fíjate la que tenemos... (Risas) El control bueno lo deberían de hacer los parlamentos pero para eso se necesita su reestructuración. La vida parlamentaria adolece de ese parlamentarismo del siglo XIX en el que opinan solo cuatro de cada grupo.

P. Cuando se planta usted en el Parlamento de Andalucía y les canta a todos las 40, ¿qué respuesta nota?

R. Noto una respuesta crítica. “¿Qué se habrá creído este?”. Después, más serena. Aunque la última vez que les dije que el pueblo ya estaba de ellos hasta la coronilla creo que me puso verde todo el mundo: la derecha, la izquierda, el centro, que no sé si existe... Todos dijeron: “Vamos a por él”. Pero yo cumplo con mi obligación que es transmitirles a ellos lo que hay y luego que hagan ellos lo que quieran, pues es su responsabilidad. Lo que está claro es que la calle está calentita y si yo fuera político ahora mismo estaría preocupado.

Ahora mismo se dan varios componentes para que pueda haber una explosión de violencia

P. Alfonso Guerra dijo hace unos días que piensa que podemos estar cerca de una explosión violenta en la calle.

R. Yo lo llevo diciendo desde hace un año. No tengo nada en contra Guerra pero es en la Oficina lo decimos desde hace un año. Porque la institución del Defensor es una especie de laboratorio del pensamiento colectivo. Nos llega todo y haciendo solo un mínimo análisis ya se sabe por dónde puede ir esto. Y ahora mismo, creo que se dan varios componentes para que pueda haber una explosión de violencia. No la hay -y ojalá no la haya porque siempre trae consecuencias nefastas- porque existen todavía algunos amortiguadores, entre ellos la propia Oficina que algunos se quieren cargar. Y otro de los amortiguadores los forman las familias. Estamos viendo situaciones complicadas de padres y madres jubilados y mayores que habían visto a sus hijos casarse y marcharse de casa pero que de pronto vuelven porque van a perder la suya. Y antes de que los desahucien, se meten en casa de los padres. Tenemos familias de siete u ocho personas viviendo en pisos pequeños. Esos son elementos que van calentando a la gente. Llegas a tu casa un día y otro día y tienes que dormir en el suelo; por la mañana vas a buscar trabajo y no lo encuentras... Todo esto provoca que se esté dando un incremento en problemas de salud mental también, desequilibrios que pueden provocar lo inesperado. Y luego está la pérdida de la esperanza de la gente cuando la escuchas decir que esto no tiene arreglo. Yo lucho mucho contra esa idea porque creo que en el fondo es lo que quieren los mercados: que pensemos que no hay esperanza porque es cuando más negocio hacen. Al no haber esperanza, decaes en el derrotismo y ellos van creciendo y creciendo. Y privatizando, claro.

Los mercados quieren que pensemos que no hay esperanza porque es cuando más negocio hacen

P. Esa falta de alternativa, de lucha, de rebelión puede ser porque tampoco se tiene ese ánimo, esa esperanza necesaria. Casi no se sabe ni qué pedir.

R. La gente sabe que quiere trabajo. Esa es la base para normalizar su vida. Lo sabe la gente de vuestra generación, los mayores y los parados de más de 50 años. Todos lo saben. Otra cosa es que uno vaya trapicheando la vida con el tema de los 400 euros de ayuda, con algo que sale por aquí, algo por allá... Pero a la larga todo eso desgasta. La gente ya ni siquiera me pregunta que cuándo va a acabar la crisis. Antes había un horizonte y se era capaz de resistir pero la actual sensación de desesperanza se da también porque no se le ve el final a esto.

P. Bueno, el Gobierno dice que al acabar el año

R. Ojalá, de verdad. Ojalá. Pero yo no soy capaz de decirle eso a nadie.

P. ¿Es su trabajo ahora mucho más duro que cuando empezó?

R. Siempre ha sido duro. Ahora es duro sobre todo por la impotencia. Nos encontramos con que las administraciones no saben ni contestan. Si antes, por ejemplo, tenías un desahucio -que los ha habido siempre- y llamabas al Ayuntamiento, pues solía dar tres meses de ayuda para las personas mientras que se resolvía su situación. Hoy siempre dicen que no hay dinero. Antes, para una persona que no tuviera para la luz y el agua existían unas ayudas de emergencia. Hoy no, su única salida es ir a Cáritas, a la Hermandad de Cofradías o a Cruz Roja. Así que hemos hecho una red de unas 200 organizaciones que palían en la medida que pueden lo que no hacen las Administraciones.

P. Pero volver a la caridad...

R. Es un error que se está cometiendo. A quien tiene hambre hay que darle de comer o si no se tiene techo, ofrecerle un albergue. Pero no hay que olvidar que estamos en el ámbito de los derechos y si estamos en el Estado del Bienestar y todavía no lo han quitado de la Constitución, tenemos que ir hacia prestaciones desde la Justicia. Hace más de cuatro años pedimos al Gobierno una ley de Inclusión Social que se hizo pero no se aprobó. Esta ley incluye la renta básica como un itinerario personal, es decir que si la estás recibiendo, a cambio tienes que trabajar dos o tres horas para la comunidad. Si es necesario, se te formará gratuitamente, pero son itinerarios que no ahondan en la prestación sin más, pues no deja de ser un paternalismo. Hay mucha gente que con la ley de inclusión podría ponerse las pilas a la hora de trabajar por su propia dignidad.

P. En la exclusión ya están cayendo las clases medias, licenciados universitarios incluidos.

R. En Andalucía tenemos 300.000 excluidos que ni en la época del estado del bienestar consiguieron salir de la pobreza. A este grupo se habrá sumado otro de unas 500.000 personas que proceden de la clase media. Su tragedia tiene mucho que ver con una doble vertiente. Por un lado quedarte sin puesto de trabajo y sin rentas, por otro carecer de habilidades sociales para pedir ayuda. No hace mucho, en Sevilla, de la mano de los hermanos de San Juan de Dios, nos enteramos que había familias que se estaban muriendo de hambre en las casas pero les daba vergüenza pedir. Eran familias medias con mucho abolengo que nunca se habían visto en esas. Dentro de las clases medias, además, está el colectivo juvenil de titulados o no, cuyo paro supera más del 50%. Y se están yendo. En Londres ya se habla español en la calle, en Múnich también. Todos los jóvenes se están yendo. Antes lo hacían con la maleta de cartón y ahora con el iPad que le regalan los padres.

No hace mucho, en Sevilla, de la mano de los hermanos de San Juan de Dios, nos enteramos que había familias que se estaban muriendo de hambre en las casas pero les daba vergüenza pedir

P. Los periodistas a veces tenemos la sensación de que estamos escribiendo de lo mismo que hacían nuestros colegas de varias décadas atrás. Los mismos problemas siempre.

R. No son los mismos. Los problemas sociales tienen dinámicas internas diferentes.

P. Pongamos como ejemplo el campo andaluz. En la Vega de Córdoba, hace solo unas semanas, los jornaleros gritaban consignas parecidas a las de sus abuelos, hace 80 años.

R. Pero no os engañéis, no son los mismos problemas. Lo que sí es un problema es que las Administraciones a veces apliquen las mismas políticas de siempre. Ahí está el error. Por ejemplo, los sin techo no son los mismos los de ahora que los de antes, lo mismo ocurre con la inclusión social a la que hay que incluir a todos los universitarios a los que les falta trabajo. Los problemas en líneas generales son los mismos o parecidos, pero las dinámicas internas son diferentes. Por eso estoy harto de ver a las Administraciones aplicando las políticas de siempre a una realidad que eso otra. ¿Para qué tanto curso de formación? La gente ya está muy formada. ¿No hay manera de que ese dinero se pague para crear un pequeño empleo o beca que sirva de algo? Algo que dinamice a la gente.

¿Para qué tanto curso de formación? La gente ya está muy formada

P. La reforma agraria, que se sigue pidiendo en algunos sectores, ¿sería una vía de solución para dar empleo a los trabajadores en paro del mundo rural?

R. Tenemos el ejemplo de las cooperativas agrarias que surgieron a raíz de todas las movilizaciones del Sindicato de Obreros del Campo. Algunas de ellas tienen problemas, como todo el mundo, pero otras es cierto que van muy bien. Yo, más que en reforma agraria, creo que hay que insistir en la economía social, en el cooperativismo. He defendido que cuando haya fincas públicas que no se estén trabajando se entreguen a personas para que las pongan a producir.

P. Como Somonte.

R. Claro. Y no sé por qué no se hace más. Hay gente que es capaz de llevar esto porque conoce el campo y la tierra. Pero contestando a la pregunta anterior, veo complicado una reforma agraria. Y, venga, hacerme la última pregunta que me voy, que estoy ya harto (risas).

P. Está harto de ser defensor del pueblo

R. Harto de vivir… (Risas)

P. Porque lleva 16 años de Defensor...

R. No me importaría irme pero no creo que sea el momento. La gente se lo tomaría como que salgo corriendo. El año que viene me jubilo y creo que he hecho suficiente. Pero mucha gente que trabaja conmigo, usuarios de la Oficina o miembros de ONG me dicen que ahora no puedo dejarlo. Y lo comprendo. Se interpretaría como una huida. ¿Que me quitan? Estupendo. Pero yo no me voy.

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