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ENTREVISTA

Elvira Navarro: “La obsesión por prolongar la juventud encubre un miedo atroz a la muerte”

Entrevista N&B a Elvira Navarro

Juan Velasco / FOTOS Y VÍDEO: MADERO CUBERO

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La escritora Elvira Navarro (Huelva, 1978) se retrasa un poco sólo porque ha aprovechado su llegada a Córdoba para dejar su maleta en casa de su padre, situada cerca de donde ha quedado para la entrevista. Cuando llega, pide disculpas y no tarda en reconocer un cierto cansancio provocado por la tournée de entrevistas promocionales que hay detrás de la publicación de Las voces de Adriana (Random House), su nueva novela.

Es un jueves de enero en horario comercial, y la nueva librería que acaba de abrir en Claudio Marcelo está cerrada por causas que ninguno de los que miran por el escaparate (el fotógrafo, la escritora y el periodista) alcanzan a entender. “Parece muy bonita”, dice la autora de La isla de los conejos (nominado al National Book Award de literatura extranjera 2021) y La trabajadora, seguramente imaginándose una charla en el bonito sofá que hay ubicado debajo de la escalera.

Así que subimos calle arriba y nos sentamos en un café a hablar de algunos de los temas que construyen su última novela, empezando por su propia vinculación con la Córdoba de la que es su familia. Navarro, una de las mejores narradoras de su generación, responde con estilete a algunas de las cuestiones planteadas, huyendo de ciertos discursos y tonos. Si, como dice en esta entrevista, todos somos nuestro propio novelista, Navarro no tarda demostrar que ella es, además, una excelente dialoguista.

PREGUNTA. Te pregunto por Córdoba porque no todo el mundo sabe que Elvira Navarro es de aquí.

RESPUESTA. Claro, porque, aunque yo he estado muy vinculada siempre aquí, hago vida a medias. Vengo todos los meses, pero vamos…

P. Sí que hay una parte de tu vida que la pasaste aquí, ¿no?

R. Yo pasé en Córdoba la infancia, casi toda con mi abuela en Dos Torres, pero también en La Carlota, que es donde vivían mis padres. Y luego ya, cuando mis padres se fueron a vivir a Valencia, venía aquí los tres meses de verano largos, además de las navidades y la Semana Santa. Vamos, no me he desvinculado nunca y, como mis padres se volvieron, pues vengo todos los meses.

Hay un pacto de indiferencia social frente a la vejez, no queremos mirar, porque es lo que nos espera

P. Entonces tienes muchos recuerdos felices, porque si están vinculados a la infancia…

R. Sí, en el cole era feliz como una perdiz.

P. Las ciudades y los entornos, de alguna manera, nos construyen. No sé qué ladrillos te han dado los sitios donde has vivido.

R. Los sitios donde uno vive, sobre todo durante la infancia y la adolescencia, son fundacionales. En el sentido de que es a través de ellos donde tienes tu primer contacto con el mundo y tu visión se configura a través de esos lugares y de las personas que forman parte de ellos. Y, entonces, yo considero que son fundamentales, porque hemos aprendido a ver el mundo a través de esos sitios, son casi narradores de nosotros mismos. 

P. Las ciudaces o los pueblos se nos meten en la cabeza.

R. Sí.

P. Esta novela es menos madrileña. De alguna manera he sentido que es una especie de reverso de La trabajadora, al estar establecida en tres partes. Sólo que aquí la protagonista se busca en el extrarradio y en las ciudades de provincias.

R. Sí, la novela transcurre en Valencia por un lado, y en un pueblo de Extremadura. Y es una novela donde los espacios son más interiores que exteriores. Está la casa familiar en Valencia, y está la casa de la abuela en el pueblo de Extremadura. Entonces, lo que sobre todo se escribe, puesto que se trata de una novela de duelo y de lugares que se van vaciando de vida, que son los hogares, lo que más se describe son las casas.

Todos somos novelistas de nuestra propia vida

P. Y, además, el sitio donde vive la protagonista: las afueras de la M30.

R. Hay una mijita de periferia de Madrid, pero, a diferencia de La trabajadora, donde había muchísimo Madrid, aquí Madrid no tiene más lugar que para señalar lo difícil que le resulta a la protagonista, a Adriana, compaginar el cuidado del padre con su vida laboral. Porque tiene que estar viajando continuamente. Y eso me servía para añadirle más peso al tema de los cuidados cuando la conciliación no es posible. 

P. También hay una especie de idealización de su trabajo. Ella está terminando la tesis, y cómo se mueve por espacios que no le aportan nada, en medio de un conflicto.

R. Sí, pero porque está en una especie de impasse vital. Ella ha escogido algo que se da cuenta de que no le gusta, que es la investigación y la docencia universitaria. Y, en realidad, yo quería reflejar mi impresión, cada vez más acusada, de que se están destruyendo muchas cosas ahora mismo, y la universidad es una de ellas. Yo no he trabajado nunca en la universidad, pero tengo muchos amigos que sí, y que se quejan amargamente de que todo se ha burocratizado muchísimo y que no pueden dedicarse a lo que en realidad deben dedicarse, que es a investigar, a formarse y a enseñar. Entonces, esa desilusión que tiene Adriana, yo la he tomado prestada de gente de mi entorno que está en esa situación. Porque, además, ella empezó con mucho entusiasmo a estudiar filosofía.

P. Como tú.

R. Sí, ese componente es muy autobiográfico porque yo también estudié filosofía y es una carrera que estudié con verdadero amor porque me gustó muchísimo. Y, con eso, intento reflejar las ilusiones que tienes cuando eres muy jovencito y empiezas a conocer otras cosmovisiones, otro pensar del mundo, que es algo muy estimulante y necesario, sobre todo porque te sales de tu propio paradigma de pensamiento. Y, cuando uno es joven, crees que conocer otras visiones del mundo va a ser algo absolutamente revolucionario, pero en realidad, todo es más borgiano. Es decir, no dejan de ser ficciones. Quería trasladar lo que ha sido mi propia experiencia con ese asunto.

P. El conflicto central de la novela está en la muerte y la enfermedad de los padres. Son dos tabúes de los que se habla muy poco en esta sociedad. 

R. Yo no diría que la enfermedad es tabú. Porque (se lo piensa)… Creo que la enfermedad no es tabú, al menos no tanto como el tratamiento que se hace de la enfermedad en los medios. No sé, pienso que, cuando se habla del cáncer, siempre es “la lucha”, “la batalla”… La enfermedad en los medios se plantea con unos términos muy épicos. 

Las redes sociales son una fantasmagoría del otro

P. Pero yo creo que eso es un reflejo de la propia sociedad. A la sociedad le gusta ver eso así. Sólo hay que mirar los fenómenos en redes sociales que hay en este ámbito.

R. Sí. Es muy consolador asumir una enfermedad grave en términos épicos. De alguna manera lo necesitamos, porque estamos hundidos y necesitamos darle un sentido. Entonces, hemos fabricado toda una épica de la enfermedad. Por eso te digo, yo no sé si es bueno o malo, no lo sé, tengo mis dudas al respecto. 

P. ¿Y la muerte?

R. Somos una sociedad obsesionada con la salud, estar guapos, vivir más años que Matusalén, con no fumar, con hacer deporte… Tenemos una obsesión por prolongar la juventud, porque la juventud encarna la vida. Y, para mí, la obsesión por prolongar la juventud encubre un miedo atroz a la muerte. Porque sí es verdad que apenas nos quedan rituales de duelo. Antes, un cuerpo se velaba en una casa, y no digo que esto sea mejor, pero el caso es que así era y había un contacto directo con el cuerpo de la persona fallecida. Ahora, los cuerpos se llevan a los tanatorios, donde hay un escaparate de cristal, donde el muerto está expuesto. O sea, hay una seperación del cuerpo muerto. E insisto, no sé si es mejor o peor. La novela no emite juicios en ese sentido, ni yo tampoco porque no he velado nunca un cadáver en casa y no puedo compararlo con el tanatorio. Pero sí está claro que estamos separados de los cuerpos muertos. Los avances médicos han hecho que la vida se prolongue mucho, lo cual está estupendo, no nos queremos morir nadie pronto, pero eso también ha alejado a la muerte. La muerte está muy lejana. 

P. Al final de ese otro tabú que es la vejez.

R. Sí. Y, además, creo que hemos gestionado muy mal el tema de la vejez, cuando empiezas a no poder valerte por ti mismo. No es que antes estuviera mejor que los mayores se quedaran en casa, porque a la que le tocaba cuidar a los mayores era a la mujer. O sea, antes había unos roles inamovibles, por los que la mujer tenía que cuidar a los familiares enfermos, y eso suponía una carga. Pero es que, ahora mismo, la solución que hemos encontrado no es mejor, que es que, cuando una persona muy mayor no puede valerse, lo metemos en una residencia. Yo no conozco a nadie que haya entrado con alegría en una residencia de ancianos. Esta no es una solución que guste a ninguna persona. En realidad, tampoco a los propios familiares. Y evidentemente, hacerse cargo, por ejemplo, de una persona con Alzheimer avanzado destroza a cualquier cuidador. Es algo que puede destrozar vidas. O sea, esto es algo que tiene muy difícil solución. Y la que le hemos dado es que estén ahí, con cuidados, algunos estarán mejores y otros peores, pero la solución que hemos tomado para la vejez nos permite no verlo. 

P. Les ponemos un velo.

R. De hecho, lo que ha pasado con el Covid en las residencias de ancianos es lo más terrorífico que ha pasado en España desde los atentados de Atocha. Ancianos encerrados en sus habitaciones, pidiendo ayuda, muriéndose… Y no ha habido responsabilidad por eso

Hemos fabricado toda una épica de la enfermedad

P. Ahí hay una responsabilidad política más que evidente, pero que no se pide porque también hay una responsabilidad social.

R. Hay una responsabilidad social en primer lugar, efectivamente. Y luego política. Los políticos actúan por electoralismo. O sea, para mí los políticos son gente sin escrúpulos casi por definición. Tengo una imagen muy mala de los políticos. Pero hay un pacto de indiferencia social interesado frente a la vejez. Primero, no lo queremos mirar, porque es lo que nos espera. Y, además, no queremos asumir nuestra responsabilidad. 

P. En la novela y en la vida, la muerte está muy presente, si bien también lo está el pasado. Yo, mientras la leía, me venía a la mente aquella frase de Paul Thomas Anderson de “puede que hayas acabado con el pasado, pero el pasado no ha acabado contigo”. 

R. Exactamente (Se ríe). Yo creo que el pasado lo llevamos de manera inevitable, porque una persona está constituida por sus vivencias. No nacemos como un folio en blanco, nacemos en un contexto emocional que se vive desde que eres un feto, aunque no tengas conciencia ni nada por el estilo. Ni tampoco nadie corta con su pasado alegremente. Como mucho, uno sólo puede aspirar a negociar con su pasado. Llevarlo mejor cuando ha sido malo, y aprovechar las cosas del pasado que han sido muy bonitas.

P. La familia es otro de los pilares del libro. Y se muestra de muchas maneras. Uno de ellos es como una especie de cadena invisible que te ata a tu pasado, precisamente, aunque vitalmente estés en otro punto u otro sitio.

R. Sí, yo creo que uno no se deshace nunca de sus lazo, incluso cuando los negamos. En esa negación, estamos afirmando en negativo. O sea, cuando uno huye de su origen, en esa huida de no querer saber nada, en esa negación tan fuerte, estás llamando a esa presencia. En este caso, la protagonista no huye, porque no tiene una relación tan conflictiva como para no querer saber nada, pero sí está en un proceso de duelo. Y, en ese proceso, que viene por la muerte de la madre, la muerte de la abuela y la enfermedad del padre, lo que pasa es que toma conciencia de sus herencias. Yo creo que, cuando algo lo tenemos muy presente, lo damos por hecho y no lo pensamos. Sin embargo, cuando algo desaparece, comenzamos a pensarlo y empieza a vivir en nuestro interior en el momento en que empezamos a añorarlo, cuando vemos lo que significa la desaparición de ese lazo. Y, entonces, hay ahí una toma de conciencia. 

P. La desaparición muchas veces deviene en ficción. Muchas veces nos convertimos en novelistas de nuestros seres queridos cuando mueren.

R. Ah, por supuesto. Es que es inevitable. Yo creo que, en primer lugar, todos somos novelistas de nuestra propia vida. Porque, ya cuando contamos nuestra vida, no es que mintamos, pero es que el recuerdo siempre tiene una adulteración. Nunca se recuerdan los hechos tal y como acontecieron. Entonces, cuando se trata de otras personas, empezamos a meter ficción a lo bestia. Porque las reconstruimos. Además, es que nosotros no tenemos nunca acceso a la conciencia del otro, sólo a lo que hemos vivido con él, con lo cual, hay una parte que nunca hemos recibido. Y ahí es cuando empieza la ficción. Y ya no te digo, cuando te cuentan historias de ese tío que, a lo mejor conociste cuando eras niña, o de una bisabuela o bisabuelo que no conociste. O la anécdota del tío Basilio, que es lo único que sabes de él. Todo eso es muy literario también. La memoria tiene mucho de ficción, sólo que esa ficción está ordenada en torno a una verdad emocional. No son verdades de hecho, son verdades de emociones y cosmovisiones.

No todas nuestras abuelas fueron heroínas, muchas eran misóginas

P. La familia también tiene otro papel en este libro, que es casi como manual de autoconocimiento. Eso que comentabas: huir del nido es huir de las claves que te definen. 

R. Exactamente. Por mucho que uno huya, eso lo llevas dentro. En cualquier caso, no es algo general, que no soy nadie para dar consejos.

P. Sí, vaya, la novela no es un libro de autoayuda.

R. (Se ríe) Para nada. Yo creo que, en mayor o menor medida, heredamos absolutamente todo. Algunos rasgos los heredamos más, otros menos, pero lo heredamos todo. Y conocer los rasgos que hemos heredado es un paso fundamental para conocernos. 

P. Y finalmente está el papel de la familia como fuente de cuidados. En el libro hablas de que, cuando el hijo se convierte en padre de su padre, inmediatamente toma conciencia de que está más cerca de la soledad.

R. Sí, hay una pregunta sobre el cuidado. Sobre todo porque la protagonista trata de cuidar al padre, pero el padre no quiere ser cuidado como ella quiere, sino que quiere vivir a su manera. Entonces, el libro plantea una pregunta sobre qué es el cuidado. Porque parece que el cuidado es una cosa que está muy clara, pero ¿qué pasa cuando la persona no quiere hacer aquello que le recomiendan hacer? Porque no quiere hacerlo, sencillamente. Ahí hay un dilema. A veces el cuidado puede ser muy agresivo. Y la protagonista es consciente de su propia imposición, y no se siente bien. 

P. Además, con la diferencia de que los cuidados paternales o maternales son impuestos y nadie los juzga, pero cuando se da la vuelta, cuando es el hijo el que cuida del padre…

R. Sí, ahí se te mete toda la familia a decirte que haga esto o que haga aquello. Todo esto yo he procurado contarlo con humor, porque, cuando esto ocurre, normalmente no es para mal. Normalmente, nadie intenta imponerse al otro por más, lo haces por su bien, ni la gente que te rodea lo hace por nada malo. Sin embargo, lo que se puede generar es esa presión que a lo mejor él no desea.

Como mucho, uno sólo puede aspirar a negociar con su pasado

P. El concepto de la familia está, a mi juicio, un poco en crisis. Hablamos de un concepto que, además, es reciente, esto de que vivan varias generaciones de la misma familia bajo el mismo techo, pero que ahora está en crisis porque choca con el modelo que vida que tenemos. 

R. Yo creo que hay una crisis de la familia tradicional y, por otro lado, no creo que sea negativo que esté en crisis, porque los roles estaban, desde mi punto de vista, excesivamente definidos. Pero siempre que se encara este debate, se hace de una manera muy polarizada: familia sí, familia no. O la familia es muy mala, o es sagrada e intocable. Y no es ni una cosa, ni la otra. Además, yo creo que, si la familia tradicional está en crisis, es algo positivo, porque significa que nos podemos abrir a otros modelos de familia. Es que la familia puede cambiar. Aunque, sí que es verdad, que yo considero que lo que está en absoluta crisis por nuestro modelo de vida, no es la familia, son los lazos comunitarios. Los familiares, los amigos, los vecinos… estamos en una sociedad cada vez más atormentada, que nos aísla. A mí me parece muy significativo que estemos muchas veces conversando y saquemos el móvil. O que veas a personas sentadas en un bar totalmente aisladas con el teléfono. Están aislándose de ese lugar y de ese momento, para irse a lo suyo. Y creo que eso afecta a todo, no solamente a la familia.

P. Sí, la familia es como un gran debate, porque es como la última barrera de lo comunitario. Yo el proyecto social, lo doy ya casi por perdido. El sistema lleva 40 años apostando por el individuo. El proyecto vecinal es otra batalla perdida, cada vez más inexistente. ¿Qué queda que sea comunitario? La familia.

R. Sí, y la familia es algo necesario. No se puede vivir sin lazos fuertes. Yo, no sé, igual peco de optimista o soy demasiado mediterránea, pero me parece inconcebible que la familia vaya a caer del todo. Porque en nuestros países, los lazos siguen siendo fuertes. Pero las familias ya no son tan extensas, etcétera. Yo no creo que la familia vaya a caer, a menos que los niños empiecen a generarse en probetas o algo así, y el ser humano mute del todo. Pero creo que tendría que darse un cambio incluso en la condiciones de gestación; que ya no te geste un ser humano, que te geste un aparato. No sé, me estoy yendo a la ciencia ficción (se ríe)

P. Bueno, es que hay un punto muy distópico en este universo de gente mirando el móvil, totalmente aislada. Es que eso ya es ciencia ficción, es Un mundo feliz.

R. Exactamente. No sé, igual yo peco de optimista.

P. Yo creo que puede estar en cuestión, aunque no en riesgo. 

R. Es que creo que la familia tradicional que está en cuestión es la idea de marido-mujer y tener niños constantemente. Todo esto que viene del catolicismo. Pero otra cosa es la familia que tú quieras tener o cómo la quieras tener. Yo creo que la familia es saludable mientras quiera funcionar de manera saludable.

Es positivo que la familia tradicional esté en crisis porque significa abrirse a otros modelos de familia

P. Al final del libro hay un coro de voces griego, que a mí me llega casi como una visión del feminismo intergeneracional, por la simple comparación entre las vidas de una abuela, una madre y una nieta.

R. Sí, ahí se ven tres generaciones de mujeres que están monologando y que van alternando su visión. Efectivamente esa parte funciona como un coro, y claro, es verdad que no he querido contar esto desde un prisma feminista. Decía el otro día en la presentación Rosario Izquierdo que está un poco harta de los libros feministas en los que todas las mujeres son heroínas: que nuestras abuelas eran heroínas, que pobrecitas, que no las dejaron hacer, y que si las hubieran dejado hacer el mundo sería una especie de paraíso de los cuidados y no sé qué… Y yo creo que eso no es así para nada, sobre todo en lugares como España en los que hubo un analfabetismo muy grande incluso entre las clases acomodadas. A ver, nuestras abuelas eran misóginas porque las educaron así. Nuestras abuelas eran muy duras con las mujeres y la misoginia se transmitía por la vía materna también. No sólo por la paterna. Y había una cosa que dijo Rosario y que yo he vivido en mi propia familia, en mi madre o mi tía: ellas pudieron estudiar porque fue mi abuelo el que quiso que estudiara, no mi abuela. Para mi abuela, la mujer tenía que estar en casa con los maridos. Es decir, hay una idealización bienintencionada pero que al final falsea intencionadamente la historia. No es verdad, no todas nuestras abuelas eran heroínas, muchas eran misóginas porque habían sido educadas en un catolicismo oscurantista. Entonces, lo que hay en la novela es un contraste generacional entre una abuela que fue educada así -y no es que fuera mala, es que ella no pudo acceder a nada más que a ese catolicismo-, entre una madre que ya pudo ir a la universidad porque su padre lo quiso, y luego la generación que corresponde más o menos a lo que somos tú y yo, y cuyas condiciones son muy distintas a las de una persona nacida a principios del siglo XX, sobre todo en la España rural.

P. Y ya empiezan a ser muy distintas de una persona nacida a principios del siglo XXI.

R. Sí. Ya hay generaciones que vienen después que miramos asombrados y que no sabemos por donde van a ir. Son generaciones criadas en la pantalla, ya es otra movida. Es un cambio de paradigma.

P. Las redes sociales tienen su papel en la novela. Casi nos hemos convertido en seres binarios, y me refiero a 1 y 0. Nos estamos convirtiendo en stories de alguien, match de otros… Somos casi una tapa de amor, una tapa de amistad, o de entretinimiento para otros.

R. Sí, las redes sociales son una fantasmagoría del otro. En el sentido de que no tenemos a la persona delante, no le estamos viendo el gesto, no escuchamos su voz, las conversaciones son parciales, sólo vemos lo que la persona ha decidido que vea y, sobre eso, proyectamos nuestra movida particular, todos nuestros juicios, prejuicios, suposiciones… Entonces, en las redes sociales hay un borrado del otro y, sobre ese borrado, lo que tenemos es un espejo; proyectamos lo que creemos al otro, pero no lo tenemos. 

P. En el libro te preguntas qué significa decir un te quiero. ¿Qué significa hoy decir te quiero? ¿Puede haber perdido hasta algo tan simple su valor hoy en día?

R. Bueno, depende. Es muy difícil generalizar. Yo sigo conociendo a mucha gente para la que decir te quiero es un asunto muy serio y a gente que te dice rápido “ay que te quiero mucho” aunque no te conoce de nada. Y también es bonito. Recibir un te quiero siempre es bonito.

Lo que está en crisis por nuestro modelo de vida son los lazos comunitarios

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