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Carmen León: “Los hombres tienen que declararse feministas”

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Manuel J. Albert

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Carmen León, de 70 años, forma parte de la punta de lanza de las mujeres cordobesas que dijeron basta. Con otras compañeras puso en marcha la Plataforma Cordobesa contra la Violencia de Género en 1997 coincidiendo con uno de los asesinatos machistas más salvajes vividos en Andalucía, el de Ana Orantes. León ha estado en primera línea desde que se inició en el movimiento asociativo a mediados de los setenta y no hace demasiado desde que dejó de ocupar el cargo de presidenta de la Plataforma. Aún así, el domingo de la semana que viene volverá a encabezar la manifestación con motivo del 25 de noviembre, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer.

Una semana antes, CORDÓPOLIS se cita con ella una noche para charlar en el restaurante El Astronauta. Una hora de conversación frente a dos cañas de cerveza y milenios de patriarcado. La conversación comienza con una noticia descorazonadora que esa misma mañana se ha conocido. Las cifras de violencia de género entre menores no dejan de crecer.

PREGUNTA. Acaban de publicarse datos de violencia de género en adolescentes y no dejan de subir.

RESPUESTA. Es muy, muy preocupante.

P. Las nuevas generaciones han crecido en un ambiente en el que la violencia de género, a diferencia de lo que ocurría hace décadas, ya se considera un problema social que es recurrente en los medios de comunicación y del que se trata en las escuelas.

R. Los jóvenes han crecido en un ambiente democrático -bueno, con el modelo que tenemos, también cuestionable- y, en efecto, en una época en el que la presencia de la violencia de género en los medios de comunicación es muy distinta a la de hace unos años. Pero sin embargo, están creciendo con unas actitudes que nos sorprenden. Creo que cuando yo empecé a descubrir el feminismo [años ochenta] el ambiente en la juventud era distinto. Mi hija, que tiene 50 años, era mucho más libre, independiente y confiada cuando era adolescente que las chicas de ahora. Es cierto, está habiendo un retroceso tremendo.

P. ¿Y a qué se debe?

R. Los colectivos de mujeres hemos conseguido algunos logros. Entre otros, sacar la violencia de género del ámbito privado al público o conquistar una ley integral que ya cataloga como delito en sí las agresiones machistas. La ley se diseñó de manera multidisciplinar e incluía la prevención pero creo que, entre otras muchas cosas, hemos puesto el foco en lo más urgente: atender a las víctimas, hacer público el problema y buscar recursos para crear los juzgados de violencia. Es decir, en primer término nos hemos preocupado por arropar y proteger a las mujeres víctimas. Pero las instituciones y la sociedad en general -incluidos los colectivos de mujeres- no hemos puesto el foco suficientemente en la prevención. Si hubiésemos puesto el mismo interés en ambos aspectos al mismo tiempo, tal vez el retroceso no hubiese sido tan grande. De todas formas, para explicar estos pasos atrás, tenemos que tener en cuenta la situación social y política que vivimos, marcada por un avance general del conservadurismo a todos los niveles. Y si hay algo que se puede considerar absolutamente conservador es la ideología machista.

No hemos puesto el foco en la prevención de la violencia machista

Empezamos a preocuparnos en serio cuando, en 2012, hicimos un estudio en los institutos de Córdoba con unos resultados desesperanzadores. Constatábamos que la juventud no está respondiendo. Por un lado, el discurso oficial de la igualdad en derechos y el respeto se lo saben muy bien. Además, según ellos y ellas percibían, estaban recibiendo una muy buena educación en igualdad por parte de las propias familias. Pero claro, luego preguntábamos acerca de los roles familiares y, aunque en la mayoría de los casos eran familias en los que ambos trabajaban y aportaban económicamente, los roles en casa seguían siendo los mismos de siempre. Y en cuanto a las cualidades, de nuevo ellos y ellas seguían viendo el modelo de mujeres tiernas y hombres fuertes...

P. Os disteis entonces cuenta de que la labor que quedaba iba a durar generaciones enteras.

R. De eso las feministas nos dimos cuenta hace ya muchos años. Desde siempre hemos sabido que estos son unos cambios que van a requerir de muchos años porque son milenios de patriarcado y apenas dos siglos de feminismo organizado. Y en España mucho menos porque los años de la dictadura fueron terribles para nosotras, pues se marcó un modelo tremendo que sigue pesando. Este jueves hemos tenido un debate con unas terapeutas que trabajan con maltratadores condenados en la prisión de Córdoba y nos cuentan que la justificación de sus actos siempre deriva de una culpabilización de la mujer. La conclusión que sacamos es que el machismo, el patriarcado, les marca unos modelos de ser hombres que les dificultan poder expresar lo que sienten más allá de culpar a la mujer. Y no se pueden salir de un esquema de fortaleza y dureza. ¿Expresar sentimientos? Eso es de chicas, les dicen. Y cuando un hombre se sitúa de manera rígida en ese marco y espera que la mujer se comporte como él desea, solo le queda un paso para convertirse en un maltratador.

No queremos perder nuestros derechos porque los tenemos recién estrenados

Todo esto no se explica sin entender que hasta la Constitución de 1978 nosotras pasábamos de la potestad del padre a la del marido o la del hermano, pero siempre bajo la de algún varón. Y la ley permitía al marido corregir -incluso físicamente- a la esposa para que fuese buena cónyuge. Así siguió hasta hace poco menos de 40 años lo que, en la historia de una sociedad y un pueblo, no es nada. El patriarcado, esa cultura que considera que el hombre es superior a la mujer -aunque dicho así ya no se oiga porque no es políticamente correcto- perdura en el día a día, en los machismos y micromachismos cotidianos sigue presente. La sociedad igualitaria no existe, no es real. La sociedad igualitaria solo es legal. Pero el que hizo la ley, hizo la trampa.

P. Los frentes de trabajo que se os abren son enormes: familias, empresas, educación...

R. Sí, es como si nos enfrentáramos a molinos de viento. Somos un poco quijotescas. El trabajo es enorme y a muy largo plazo. Estoy convencida de que la sociedad igualitaria no la voy a ver porque, insisto, estamos en un momento social y cultural en el que impera un modelo de capitalismo que imprime un perfil de ser humano acorde. Un perfil del que solo interesa que la persona sea una buena productora y consumidora. Y nada más. El trabajo de los cuidados que planteamos desde el feminismo, el trabajo social, no cuenta. En cambio, el trabajador y la trabajadora tienen que estar a disposición de la empresa siempre; no puede organizar ni su vida familiar ni social ni de participación ciudadana. Estamos en un muy mal momento para la igualdad en todos los niveles, tanto para la igualdad de género como la igualdad entre todos los seres humanos porque la brecha entre ricos y pobres es cada vez mayor. A todo esto, súmale el planteamiento de crisis cíclicas que provoca el liberalismo económico y que hace retroceder todas las conquistas que la clase trabajadora y las feministas hemos ido consiguiendo. De esta forma, se ha vaciado de contenido la ley integral contra la violencia de género porque no se le dota de presupuesto por culpa de los recortes económicos. ¿Y entonces, para qué sirve?

La sociedad igualitaria solo es legal pero no es real

P. ¿Es imposible un feminismo capitalista?

R. Yo creo que no es posible. El feminismo, por principio, está reñido con el capitalismo que tenemos ahora, tan ultraliberal. Lo que planteamos desde el feminismo es una sociedad de iguales en la que todas las personas vivan sin ningún tipo de discriminación y eso el capitalismo no puede aceptarlo. El capitalismo apuesta directamente por la competitividad entre las personas pero, ¿dónde están ahí la solidaridad, el trabajo en equipo, el respeto y la preocupación por el débil y la débil? Eso es básico en cualquier feminismo. Trabajamos por los derechos de todas las mujeres pero especialmente de esas que están pasándolo peor.

P. ¿Os habéis sentido arropadas por los hombres progresistas y de izquierdas en vuestra lucha?

R. En general, no. Desde mi experiencia, por parte de las estructuras de los partidos de izquierdas no se ha pasado de decir “compañeros y compañeras”, pero a la hora de la verdad el patriarcado y el machismo están ahí de manera tremenda. Ante esto, lo que siempre hemos dicho es que tiene que llegar el día en que vayamos de la mano y los hombres se organicen con su propia pancarta. No detrás de la nuestra, sino con la suya. Los hombres tienen que coger su propia pancarta y declararse feministas.

P. Tampoco parece que vaya a ser fácil.

R. Lo tenéis muy complicado porque no tenéis modelo. En eso llevamos ventaja porque nosotras llevamos muchos años organizándonos, sabiendo los que nos pasa, sabiendo que el machismo también está en nosotras, sabiendo que tenemos que deconstruirnos para empezar de nuevo... Y aún así, nos sigue costando trabajo todo ese proceso. Imagínate vosotros, los hombres, que casi ni os lo habéis empezado a plantear.

P. Pero los hombres desayunamos todas las semanas con noticias de mujeres heridas o asesinadas a manos de un hombre. ¿Ya estamos tardando en salir a la calle?

R. Algunos salen el 25 de noviembre. ¡Pero solo el 25 de noviembre! Y tenéis que hacer un trabajo de ir propiciando y trabajando nuevas masculinidades, nuevas formas de ser hombre, de la misma manera que nosotras estamos aprendiendo a ser mujeres de una manera distinta a las que nos exige el patriarcado. Ese trabajo que os queda por hacer a los hombres es igual al nuestro: reuniros y quitaros toda las capas de cebolla que suponen siglos de mala educación. Además, tenéis que tomar conciencia. Si yo fuese hombre, me sentiría avergonzada de lo que ocurre. Y afortunadamente, la inmensa mayoría de los hombres no sois maltratadores y hay muchísimos chicos estupendos pero claro, os queda espabilar porque nosotras estamos ya un poquito cansadas. Bastante hemos hecho, con mucho esfuerzo, educando a los nuestros en la igualdad. Y es muy duro ver cómo tus propios hijos o los chicos cercanos que intentan desarrollar un modelo diferente de hombre son rechazados. Eso va minando todo.

P. Pues vamos regular, entonces.

R. Fatal (Risas). Como poco, lleváis bastante retraso. Pero también hay que reconocer que existen grupos organizados que llevan mucho tiempo trabajando, como Hombres por la Igualdad, que realizan una actividad bastante estimulante.

P. ¿Cómo afectan a la lucha los casos de denuncias falsas? Hace poco se conoció uno muy mediático en Ponferrada de una mujer que fue detenida tras acusar a su exmarido de secuestrarla y torturarla.

R. Negar la existencia de falsas denuncias sería una tontería porque el hecho de ser mujeres no nos convierte en buenas personas. Es verdad que ese tipo de denuncias nos hacen muchísimo daño pero no podemos olvidar que según los datos del Consejo General del Poder Judicial -que no es un ningún órgano que podamos calificar como progresista- las denuncias falsas suponen el 0,01% del total. Y se producen muchas menos que en otros tipos de delitos. Por eso nos preguntamos por qué se subrayan tanto cuando hay muchos más casos de maltratadores que no han sido procesados porque las mujeres han retirado las denuncias, no han querido seguir adelante con el proceso o no han podido demostrar la existencia de maltrato psicológico. Y tampoco podemos olvidar la existencia de funcionarios machistas en la judicatura española.

El feminismo está reñido con el capitalismo

P. En este clima, ¿cuál es el papel de las redes sociales y de los medios de comunicación?

R. Las redes y los medios son instrumentos muy buenos para avanzar y concienciar en materia de igualdad. Podrían serlo y de hecho lo son en muchos casos, pero también pueden ser tremendamente nefastos. Tienen las dos caras porque cada cual puede verter en ellos lo que quiere y lo que le parece sin que nadie compruebe si es verdad o no. En ellos se refleja un profundo miedo por parte de la cultura del patriarcado a los avances que vamos consiguiendo las mujeres. Un sector de la población sigue pensando que los avances que hemos conseguido las feministas les hacen daño. E incluso tenemos el caso de jueces como Francisco Serrano [magistrado de Familia en Sevilla que fue apartado de la carrera porque cambió el régimen de visitas de un niño de 11 años para garantizar su salida en una procesión de Semana Santa en 2010] que opinan así. O todos esos padres que se han organizado reclamando la custodia de los hijos enarbolando teorías sobre la necesidad de la figura paterna para los hijos que ya se ha descartado por parte de psicólogos y psiquiatras, aunque la sigan usando los jueces.

P. ¿La custodia de los niños qué papel juega?

R. Algunos hombres la usan para hacer un daño tremendo a la mujer. Y las mujeres ceden infinidad de veces por no perder a sus criaturas.

P. La ley da ahora prioridad a la custodia compartida.

R. Y me parece que es la solución ideal en el caso de una separación acordada y normal. Pero cuando estamos hablando de un maltratador o de un maltratador condenado, la cosa cambia. Fíjate en Ruth [Ortiz, la madre de los niños asesinados en Córdoba por su padre, José Bretón, tras pedirle ella la separación], pobrecita mía. Es que eso no puede ser, un maltratador nunca puede ser un buen padre de ninguna de las maneras porque tienen un modelo paterno autoritario y dominador. Recuerdo a una mujer llorando en nuestra sede porque tenía que dejar a su hija con su padre maltratador por orden del juez algunos días. Yo misma le decía que lo dejase y que ella ya se daría cuenta de todo con los años. Pero la mujer me respondía: “Carmen, si él llegó a convencerme a mí, una adulta, de que solo él me quería, mucho más que mi familia, mis amigos y mis hermanos, de qué no será capaz de convencer a mi niña”.

Estamos en un muy mal momento para la igualdad en todos los niveles

P. La manipulación.

R. La manipulación es lo básico en la tortura psicológica y lo primero que hace el maltratador.

P. ¿Se ha sofisticado el maltrato con las nuevas tecnologías?

R. Ese [señalando a un teléfono móvil encima de la mesa] es un instrumento más pero también es muy sutil. Las chicas pueden creer que sus parejas las llaman porque se interesan por ellas y quieren saber dónde están porque las quieren. Cuando ese control se agudiza y empieza a ser agobiante y asfixiante, ya le ha llegado a dar todas las claves de su móvil, sus redes sociales o sus correos electrónicos, perdiendo toda intimidad. Ahora, parece que la muestra de amor definitiva ya no es el sexo sino entregar las claves a tu novio.

P. Lo que no ha cambiado es el tema del amor romántico de siempre con todos sus ingredientes de celos y demás.

R. ¡Cómo está todavía! Es increíble... No sé si es por Disney, la tele, las películas, novelas como Crepúsculo o lo que sea. Todo eso está haciendo mucho daño. Y las letras del reggeaton... O los videojuegos. Estamos bombardeando cada vez con mensajes que están normalizando una serie de actitudes y comportamientos de roles clásicos muy marcados. Y así tenemos casos que degeneran con chicos que insultan a las chicas con absoluto desprecio. Delante de mi casa tengo las escaleras de la iglesia de Cañero y en verano muchas veces se sientan juntos allí y puedes oírles tratarse con una falta de respeto que impresiona. Tanto de ellos a ellas como al revés.

P. ¿Ha aumentado la violencia también entre chicas jóvenes?

R. Yo diría que sí, pero como la violencia en general en la sociedad porque hay mucha frustración, pataleo, desinformación y desengaño. De alguna forma, cala en los jóvenes y entre ellos y ellas se relacionan en esos términos: puta, cabrón... Insultos así que te sorprenden. Y pasa en cualquier otro sitio. Es muy decepcionante.

P. Tú empezaste tu activismo social de la mano de la Iglesia.

R. Empecé en los años setenta trabajando con las mujeres de Acción Católica, que a nivel nacional pusieron en marcha la campaña del hambre con Manos Unidas y por otro lado, los Centros de Cultura Popular que se centraban en la promoción de la mujer, fundamentalmente. Ahí empecé a conocer la situación de las mujeres en los barrios de Córdoba. En esa misma etapa empiezo a descubrir que el ser cristiana supone tanto ser buena cristiana y educar a mi familia según los mandamientos evangélicos, como transformar la sociedad para convertirla en una verdadera fraternidad. A eso creo que estamos llamados todas las personas que nos llamamos cristianas y que estamos bautizadas. Lo que pasa es que a esa dimensión social y política la Iglesia no le ha prestado la suficiente atención. Ni tampoco se la presta ahora.

Un maltratador nunca puede ser un buen padre

P. ¿Y el feminismo cuándo llegó?

R. Cuando empecé a ir a estos centros con Acción Católica lo del feminismo ni lo había oído, pero ahí descubrí el sufrimiento de las mujeres y que había que trabajar por liberarlas y liberarme yo de todas esas ataduras. Se creó la Vocalía de la Mujer en la asociación vecinal de mi barrio, pues nos dimos cuenta de que había muy poco asociacionismo de mujer en Córdoba. Justo entonces, entré en el Área de la Mujer de Izquierda Unida para, desde ahí, participar en las áreas de elaboración programática y plantear que el Ayuntamiento posibilitara y potenciara el asociacionismo de mujeres. En los ochenta y noventa ya se crearon un montón de asociaciones de mujeres en Córdoba y siempre estuvo Hierbabuena, de las que aprendí muchísimo. Pero en las primeras fases no era feminismo. Lo que pretendíamos era crear espacios donde las mujeres se encontraran y debatieran lo que les pasaba.

P. El debate sobre la violencia ni se planteaba.

R. Ni existía. Se hablaba del sufrimiento y era patente que muchas mujeres acudían a los encuentros a escondidas de sus maridos. Nuestra prioridad era crear espacios para encontrarnos y hablar de todo eso. Esos espacios terminaron siendo las asociaciones de mujeres que surgieron en torno a actividades diversas como la gimnasia o diversos talleres. Al Alba, La Jara o El Despertar fueron estos espacios donde fuimos despertando al feminismo porque entramos en contacto con todas estas mujeres sabias, como Carmen Ruiz, que estaban integradas en la Asamblea de Mujeres Hierbabuena. Empieza a crearse entonces unas red pero cuando ocurre lo de Ana Orantes [mujer asesinada en Córdoba en 1997 por su marido, quien la ató en su casa y quemó viva]. Aquello fue un detonante para el cambio de la estrategia feminista. Ese caso nos hizo poner el foco en el maltrato y en los asesinatos. En esa lucha podíamos unirnos todas y ese mismo año fundamos la Plataforma Contra la Violencia de Género. Aquello fue terrible pero recuerdo que abrió paso a un momento ilusionante de cambio. A diferencia de ahora, que estamos en una fase oscura. La humanidad en general creo que entra en un momento oscuro.

P. Acaba de ganar Donald Trump las elecciones a presidente de los Estados Unidos. Durante los próximos cuatro años, su esposa Melania va a ser un modelo de mujer para muchos.

R. Un modelo de mujer florero, instrumentalizada y orientada solo para el placer del hombre. Es terrible que una persona así [Donald Trump] haya llegado al poder en Estados Unidos. Es un clavito más en esa caja negra que te decía. A diferencia de ese momento ilusionante de los noventa, ahora todo son trabas. Y el liberalismo se ha apropiado del feminismo y lo que predomina es el llamado feminismo liberal. Incluso puedes escuchar a mujeres que son profundamente de derechas decir que son feministas. Y no puede ser porque el feminismo y una ideología conservadora están reñidos por su esencia misma. El feminismo es transformador, revolucionario y va más allá de una teoría social; es un estilo de ser y de vivir, una forma de relacionarte con las demás personas, con el medio ambiente y eso supone romper con muchas cosas. Es lo que plantea el ecofeminismo o la economía del cuidado de la que antes te hablaba. Pero el sistema no lo va a aceptar, puede integrar nuestras ideas en sus leyes pero luego no las aplica. Y quieren que pase con esto como lo ocurrido con el movimiento obrero, que ha terminado siendo engullido por el sistema y perdiendo todos los derechos logrados durante siglos. Nosotras no queremos perderlos porque los tenemos recién estrenados.

La muestra de amor definitiva ya no es el sexo sino entregar las claves de tu móvil a tu novio

P. Tu generación está al final de su lucha. ¿Qué trabajo les queda a las generaciones que os sigan? ¿Qué trabajo le quedará a tu nieta?

R. El mismo que nosotras y que básicamente consiste en no parar de luchar. A veces se nos olvidan dos cosas: los derechos hay que conquistarlos pero también hay que defenderlos. Porque el sistema a los que se los arrancamos hará todo lo posible para quitárnoslos de nuevo. Si eso significa que el ser humano tiene que estar en permanente lucha, aceptémoslo. Y por otro lado, hemos olvidado que la conciencia hay que estar educándola permanentemente porque si no, la educa el sistema. Y eso es lo que ha ocurrido: no hemos educado las conciencias.

P. Y ahí aparece el eterno debate sobre el sistema y el modelo educativo.

R. Obviamente es un instrumento potencial de cambio, por eso el primer control de los gobiernos es el de la educación. Y ahora mismo toda la educación está enfocada en crear ese modelo de ser humano que produzca y que consuma, nada más. Los valores humanos... ¿Dónde están? Nos hemos creído que teniendo cosas materiales íbamos a ser más felices. Pero de todas formas, dentro de esta masa anodina existen grupos que seguimos luchando aunque sea de manera minoritaria por cambiar la realidad y torcer el actual rumbo. Tal vez lo logremos cuando, como decía el marxismo, toquemos fondo tras agudizar las contradicciones.

El feminismo y una ideología conservadora están reñidos por su esencia misma

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