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ENTREVISTA

Azahara Palomeque: “La meritocracia es una fábrica de frustraciones”

Entrevista N&B a Azahara Palomeque, escritora y periodista

Juan Velasco / FOTOS Y VÍDEO: MADERO CUBERO

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Cuando vivía en Filadelfia, la escritora y periodista Azahara Palomeque (Castro del Río, Córdoba, 1986) solía ver a una mujer que vivía en su coche en una calle por la que pasaba a menudo. Hasta que un día asfaltaron la calle y la mujer simplemente desapareció de su vista, aunque no de su cabeza. Lo cuenta en esta entrevista, como cuenta algunas de las veces que sintió el desprecio porque su acento y su rostro no encajan en el canon por el que en Estados Unidos se atiende con amabilidad. O como cuenta que su capital cultural y universitario no le ayudaron a integrarse en el entorno privilegiado de la Universidad de Princeton.

Son sólo algunos episodios de su etapa en el país del american dream, del neoliberalismo salvaje, las Ivy League y el culto al dinero. Recuerdos de un pasado reciente que llegó a marcar incluso la manera en la que se relacionaba y del que siempre ha hablado sin idealización. Hoy, afortunadamente, lo hace desde España, el país al que esta periodista, escritora y poeta, volvió tras vivir durante 13 años en la meca del capitalismo, adonde emigró con 23 años, en plena resaca de la crisis inmobiliaria de 2008, provocada precisamente en el país en el que acabó trabajando y donde se doctoró en Estudios Culturales por la Universidad de Princeton.

Hoy, Palomeque dice que está viviendo una luna de miel con España. Aunque el enamoramiento no le impide desnudar las muchas contradicciones que se esconden tras el discurso del “aquí se vive muy bien”, que habitualmente tapa los gravísimos problemas laborales y sociales de un país que comienza a parecerse peligrosamente a Estados Unidos en algunas cuestiones. En las básicas, además. Parte de esta mirada está en su último poemario, Currículum (Ril Editores), en el que carga contra ese concepto importado que es la meritocracia, que está en conflicto permanente con ese otro tan ignorado que es la salud mental (y física).

Esta última obra se une a otros poemarios suyos como RIP (Rest in Plastic) (RiL Editores, 2019), En la Ceniza Blanca de las Encías (Isla de Siltolá, 2017), o American Poems (Isla de Siltolá, 2015), pero entronca también con su ensayo Año 9. Crónicas catastróficas en la Era Trump (RiL Editores, 2020) y con su labor como periodista y columnista, en medios como El País, CTXT, La Marea o Carne Cruda, entre otros.

PREGUNTA. La verdad es que hasta hoy mismo no sabía de tus raíces cordobesas. 

RESPUESTA. Sí, por eso me pusieron Azahara.

P. ¿Cordobesa por parte de madre o por parte de padre?

R. De los dos. Mi madre es de Castro del Río y mi padre es de Baena. Sí, es que en realidad yo no tengo prácticamente familia que no sea cordobesa. Bueno, mi hermana nació en Badajoz, pero aparte de ella, todo el mundo en mi familia es de Córdoba.

La sanidad pública es lo que hace que este país no se venga abajo

P. No sé si se puede considerar como emigración irte de Castro del Río a Badajoz. 

R. (Se ríe) Bueno, mis padres estaban buscando trabajo, y tampoco se fueron tan lejos. Son menos de 300 kilómetros.

P. No sé si buceaste en tus raíces mientras hacías tu tesis. Tengo entendido que iba sobre el exilio republicano, y Castro del Río fue un bastión republicano, sobre todo ya en la guerra.

R. Sí, pero yo esa historia la conocí mucho después. O sea, fue a raíz de estudiar la Guerra Civil de manera teórica, cuando me empecé a interesar por la historia de mi familia. Supe que mi abuelo materno siempre se consideró republicano de Azaña y que a buena parte de su familia la mataron, o que un tío suyo era diputado en Córdoba y lo mataron. Pero de todo eso me enteré después, al igual que de la fosa que hay en Castro del Río, a base de investigar. En mi familia es que no se hablaba prácticamente de política y yo me empecé a interesar por el exilio cuando me vi a mí misma desarraigada completamente. Cuando estaba ya en Estados Unidos, en plena crisis, me empecé a plantear que no podía volver porque el paro juvenil aquí era del 50%. Entonces, como que esos temas, y esas lecturas aparecieron un poco por intentar dar respuesta a lo que me pasaba a mí. Y cuando hubo una investigación histórica, luego hubo un interés incluso más profundo en toda la historia de mi familia.

P. Es curioso que esa tesis la hagas en Estados Unidos, donde creo que una de las pocas cosas que ellos tienen idealizado de España es precisamente todo lo relativo a la Guerra Civil y la República.

R. Sí, pero en mi caso no. La gente se piensa que yo estaba muy politizada de pequeña o que crecí en una familia en la que se hablaba de política. Y no, todo lo contrario. De hecho, yo crecí sólo con mi madre la mayor parte de mi infancia, mi padre se fue cuando yo era pequeña. Básicamente crecí en un ambiente muy femenino en el que la política era algo muy masculinizado. Entonces, pues no. Era el matriarcado de mi casa, y se hablaba de las novelas que leíamos, de las tareas del colegio, de cosas… no sé, de chicas.

P. Pero la tesis la haces en Princeton, ¿no?

R. Sí, exacto. Lo de Princeton fue un cambio radical, porque yo estudié en universidad pública, en la Carlos III, y toda mi vida he estado en colegios públicos. Luego estuve en la Universidad de Texas, en Austin, haciendo un Máster en Estudios Brasileños, pero también era una universidad pública. Y Princeton no. Princeton fue la primera vez en las que sentí que no encajaba dentro de un entorno educativo. Hasta entonces no me había ocurrido. Bueno, a alguien que le gusta leer y tal, siempre encajaba en una universidad, pero en Princeton no, porque era un sitio muy elitista.

P. Sí, te lo decía precisamente porque me parece muy curioso el interés, casi idealizado, de los entornos académicos norteamericanos por la Guerra Civil española. 

R. Sí, hay mucha investigación y, sobre todo, mucho cuidado por los archivos, mucha conservación… Compran todo lo que sale, más todo lo antiguo. O sea, yo estuve trabajando con un archivo de textos de los años 30, 40 o 50 que no se han vuelto a editar. Lo que no tenía Princeton, me llegaba de Harvard, que tiene una biblioteca brutal, y me mandaba los libros prácticamente a casa. Hablo de ediciones que las abrías y se te caía prácticamente las páginas. Que pensabas, ¿pero cómo puede ser que tengan esto y te lo manden por correo? Pero sí, es verdad que tienen muchísimo dinero y mucho afán de investigación y preservación de ese patrimonio.

P. ¿Qué paralelismos hay entre aquel exilio republicano y el exilio que estabas viviendo tú en aquel momento?

R. Bueno, hay sentimientos comunes, hay una nostalgia que se repite. Yo estaba leyendo, por ejemplo, las memorias de María Teresa León, Memoria de la melancolía, y ella pues se siente desarraigada. En general casi todos los exiliados echan de menos el sol, echan de menos la comida… Los que se exiliaron en Estados Unidos más todavía, como por ejemplo Eugenio Granell o Américo Castro. Entonces, yo creo que emocionalmente es muy parecido. Luego hay gente que muchas veces me dice: ¿Cómo puedes hablar de exilio si estabas en Princeton, que es un sitio súper privilegiado? Pero bueno, ¿dónde se cree que estaban estos exiliados de la Guerra Civil?

Lo que hace la universidad española es burocratizar los enchufes

P. Los que se pudieron ir.

R. Claro. Obviamente, Miguel Hernández no estaba en Princeton, estaba muerto en la cárcel. Pero los que se fueron a Estados Unidos tenían cierto poder adquisitivo. Esto es también como un estereotipo, eso de que si te vas parece que tienes que ser pobre. Como cuando vienen refugiados aquí y se les señala porque traen móviles, y se dice que por tener móviles no son pobres. Bueno, cuando tú te vas, te vas buscando oportunidades, pero te vas con algo. Porque si no, directamente no te vas.

P. Muchas veces persiguiendo un sueño, o un ideal de un sueño, más bien.

R. Total.

P. Esto lo he hablado con muchos inmigrantes, algunos incluso africanos, que no siempre huyen de la pobreza, sino por el mero hecho de mejorar en torno a una idea que les han vendido culturalmente. En su caso, Europa. 

R. Sí, pero yo no me fui a Estados Unidos con ningún sueño; me fui para buscarme la vida y no depender de mi madre, porque además ella no podía pagarme un máster ni nada de esto. Yo antes había hecho una Erasmus, había estado en Brasil… Bueno, dije: otra aventura más; voy y me vuelvo. Y luego me di cuenta de que no. De que fui y ya no era capaz de volver. Así es que lo empecé a entender como una emigración o como un exilio. 

P. Ahora vamos a seguir hablando de eso, pero como estoy muy acostumbrado a hablar de la fuga de talentos, pero muy pocas veces tengo la oportunidad de hablar con el talento que retorna, quiero preguntarte cómo has vivido la vuelta a España. De eso se habla menos.

R. Yo estoy contentísima por haber vuelto. Y te explico: creo que cuando estás allí hay un momento en el que deja de merecer la pena. Y que, a lo mejor otras generaciones, pues se iban, y ganaban mucho más y por eso se quedaban allí. Por ejemplo, mis suegros son portugueses, y ellos se fueron huyendo de la dictadura de Salazar, llegaron a Estados Unidos, que era un país que crecía, donde se podía ganar dinero sin tener estudios -estoy hablando en los años 60 o 70-, mi suegro huía de la guerra de Angola… Es decir, mi suegro ganó muchísimo y no perdió prácticamente nada. Y yo creo que ya no es así, que marcharse a Estados Unidos con ese propósito ya no merece la pena. Yo empecé a valorar la sanidad pública que tenemos aquí, la calidad de vida, el hecho de que en Estados Unidos cada vez hay más crimen -de hecho, con la pandemia aumentó-… Entonces, llega un momento en el que dices: no me compensa. Y, cuando llegó la pandemia, dije: “Yo esto no lo aguanto más”. O sea, como que ya me daba igual no tener trabajo. Me daba igual tenerlo o no tenerlo, no me importaba. Me tengo que volver… Y, bueno, es verdad que la pandemia hizo que pudiera ahorrar y se dieron una serie de circunstancias que me permitieron volver.

P. Y aquí estás.

R. Sí. Pasar de vivir en Estados Unidos a volver a España ha sido como una luna de miel. O sea, ha sido como un reencuentro con un montón de gente, un reencuentro conmigo misma en esta geografía. A veces me da la sensación de que el tiempo no ha pasado y de que voy a volver a ser la misma que era a los casi 23 años cuando me fui. De hecho, escribí una tribuna hace poco en El País en la que hablaba del sentimiento de que mis abuelos están vivos porque es como si hubiera vuelto a hace trece años, cuando ellos estaban aquí. Obviamente, el tiempo ha pasado, y yo me he vuelto mayor y todo eso, pero sí que es verdad que hay algo como revitalizante en la vuelta que me hace sentirme más joven, menos preocupada, tengo menos ansiedad, me siento más segura. 

P. Hombre, más segura que en Estados Unidos, seguro.

R. Me siento más segura en las calles sabiendo que no hay armas. Y más segura también sabiendo que si viene una ambulancia no me voy a arruinar. Hay un círculo de protección que noto y que me hace sentir súper a gusto. Y eso es algo completamente nuevo del retorno. Y luego cosas simples como que la gente me trata muy bien. O sea, a mí la gente no me trataba bien en Estados Unidos porque tengo acento y una cara rara. Pensaban que yo era turca. Me identificaban con Oriente Medio. Y siempre notaba esa reticencia a hacerme algún favor o, cuando iba a una administración pública, siempre había algún problema. Y aquí llegas, y es distinto, todo el mundo te sonríe. Eso es el privilegio de pertenecer. Yo me había olvidado del privilegio de pertenecer. Y es maravilloso porque no tienes que estar todo el rato luchando, porque las cosas fluyen y no te tienes que pelear para que pasen.

El sueño del ascensor social es algo fantasioso a no ser que te metas en política o seas futbolista

P. Ahora mismo, cualquier asesor de Pedro Sánchez, estaría encantado de copiarte el discurso. Pero seguro que hay cara b. Cuéntame la cara b de la vuelta de una investigadora, escritora y docente desde Estados Unidos a España, donde la universidad es, por ejemplo, radicalmente distinta.

R. Bueno, el problema es que las puertas de la universidad están completamente cerradas. Hay montañas y montañas de burocracia que hay que hacer para optar a una plaza universitaria en la que se gana poquísimo. Y, bueno, yo he decidido que no lo voy a hacer porque no me merece la pena. Los puestos de profesor asociado son ridículos a nivel salarial. Y luego, pues la carrera literaria es muy difícil también porque depende mucho de conocer a gente, de caer bien, y, como no tengo esos contactos de cuna… Los tengo que hacer en persona, pero tampoco es que yo esté yendo a cócteles o fiestas, ya que tampoco me interesa ese tipo de superficialidad.

Es difícil. Yo sabía que iba a volver a España a ganar muy poco, así que me inventé mi propio trabajo y me di de alta como autónoma. Empecé a publicar en un periódico por aquí y otro por allá… todo salió de manera espontánea. Bueno, como fueron las elecciones en Estados Unidos, ahí tenía muchas cosas que contar y conseguí una serie de colaboraciones y algunas las he mantenido. Pero, realmente, a mí lo que me da tranquilidad en España es el ahorro que conseguí hacer en Estados Unidos. Yo no sé cuánto voy a ganar el mes que viene. Pero bueno, a mí me merece la pena. No tengo hijos y no pienso tenerlos. Soy una persona muy austera, vivo con poco y luego tengo el pequeño colchón de Estados Unidos para que, si un mes viene malo, no pase nada. Pero, contestando a tu pregunta: en términos económicos, este país es una ruina. 

P. Bueno, he aquí un titular.

R. (Se ríe) Bueno, es maravilloso haber vuelto a España, pero qué difícil es llegar a fin de mes. Sí, es una putada.

P. Tiene que haber un término medio, que es algo que se nos da fatal a los españoles, entre el modelo de Princeton y el modelo español de universidades.

R. Bueno, lo que ha hecho la universidad española ha sido copiar la burocratización del modelo de Estados Unidos pero, en realidad, lo que ha hecho es burocratizar los enchufes. Es decir, sigue habiendo la misma endogamia, pero requiere más papeles. O sea, tienes que conocer a gente, tienes que hacer la tesis con Fulanito y cosas así. De todas maneras, yo hace tiempo que decidí que la investigación académica no me gustaba. Porque a mí me gusta escribir cosas que la gente lea y los artículos académicos no se leen. Yo he escrito artículos de esos, y me sentía… Mi marido no entendía mi frustración, y yo le decía: “Imagínate que te pasas todo el día haciendo pasteles y cuando tienes una bandeja de pasteles lista, la tiras a la basura. Eso es escribir artículos académicos”. Yo me sentía así, porque es muchísimo trabajo para que luego nadie lo leyera. Entonces, bueno, tengo un par de contratos de libro y lo que estoy haciendo ahora es escribir libros para que la gente los lea.

P. A mí del retorno me gusta mucho esa idea de la persona que ha vivido fuera y que, por un lado, donde tenía sus raíces se vuelve un territorio difuso, y, por otro, donde las está echando, no termina de ser su sitio. Está, de hecho, en tierra de nadie.

R. Sí, pero yo me he sentido así desde pequeña. Porque, como mis padres eran de Córdoba pero a mi familia no la veía mucho porque vivía en Badajoz, pues no tenía contacto con ellos salvo en Navidad, Semana Santa… Y luego, yo recuerdo de pequeña que confundía las banderas de Andalucía y Extremadura, porque una era verde y blanca y la otra verde, blanca y negra. Y aquello era como el hazmerreír en el colegio. Los árboles, qué es una encina y qué es un olivo -que en realidad se parecen mucho-, pero cosas así, porque yo nunca me he sentido de ningún sitio. Y, si tu ves mis libros, yo pongo que soy de El Sur. Porque es un territorio simbólico con el que me siento identificada y que vale lo mismo para Córdoba que para Cuba o Texas. Ese sentimiento siempre lo he tenido, porque la gente en España tiende a ser súper regionalista y, en el momento en que tienes una historia un poco diferente, como que no encajas. Y luego, yo empecé a salir fuera muy pequeña -me dieron becas de inglés, pasaba veranos en Irlanda, estuve seis meses en Sao Paulo, hice una Erasmus en Lisboa-, pero luego llegó Estados Unidos y fue brutal porque no tengo nada en común con ese país. Con otros lugares yo podía empatizar con la gente. Con los irlandeses, siendo tan diferentes, comparten un sentimiento de pueblo colonizado, pero es que en Estados Unidos, y en la Costa Este, estaba en las antípodas de mi ser. O sea, era insoportable.

P. Ser del Sur supone situarte en un lugar periférico.

R. Sí, totalmente, me siento periférica y es un sentimiento constante vaya. Además, como he estado en tantos sitios, no tengo ningún tipo de complejo. Que hay quien te dice: “Te van a llamar cateto”. Y yo la verdad es que estoy de vuelta de eso. Me siento periférica y a mucha honra. 

P. Supongo que, para mucha gente, lo lógico es volver de Estados Unidos a Madrid. 

R. Me lo ha preguntado mucha gente. Y bueno, me invitan a veces a dar charlas y he ido. También a alguna fiesta, pero no me vuelvo yo loca por vivir en Madrid. Aparte, después de vivir tanto tiempo en una ciudad como Filadelfia y en un sitio tan contaminado, he aprendido a valorar la tranquilidad, a valorar el margen y a tener tiempo y paz para escribir, que es lo que me apetece ahora.

Hay estar alerta para que el “aquí se vive muy bien” no enmascare todos nuestros problemas políticos

P. ¿Cómo te llevas con tu idioma materno, ahora que has vuelto?

R. Al principio me costaba. Y, de hecho, sigo dudando, a veces, porque yo con mi marido hablo en inglés a diario. Pero ya me voy sintiendo más cómoda. Es verdad que, cuando intervenía en la radio desde allí, a veces me ponía más nerviosa por eso, por la falta de vocabulario. No era capaz de improvisar absolutamente nada, me daba un poco de miedo. Ahora, apunto mucho vocabulario, porque hay palabra que digo: “Anda, esto no lo había leído yo en años”. Así que voy y lo apunto.

P. ¿Cómo afecta el idioma a la hora de moldear tu propia personalidad?

R. Pues en Estados Unidos he sentido que a medida que iba perdiendo vocabulario en español iba perdiendo matices de pensamiento. Porque, además, en Estados Unidos la gente usa un vocabulario muy simple. Yo he tenido alumnos ingleses y tenían un inglés muchísimo más rico que el inglés estadounidense, que es muy pobre. Entonces, uno va perdiendo conceptos.

P. ¿Cómo fue el proceso, si es que lo has vivido, de desespañolizarse?

R. Es que nunca me he desespañolizado. Creo que ese es el problema, que nunca tuve como objetivo integrarme en Estados Unidos. Hay quien llega a Estados Unidos con la idea de integrarse, se olvidan de su lengua, empieza a escribir en inglés -que yo no tendría problema porque mi inglés siempre ha sido bueno-, pero yo no quería. No quería asumir el tipo de feminidad, por ejemplo que hay en Estados Unidos.

P. ¿Por?

R. Porque el tipo de feminidad que hay en Estados Unidos es súper restrictiva. Estoy generalizando, pero, bueno, las mujeres no gritan, las mujeres no responden… A mi marido le llama mucho la atención que las mujeres españolas somos muy bossy, muy mandonas. Y bueno, es que tenemos personalidad. Y yo eso intenté no perderlo en Estados Unidos y me generaba ciertos conflictos. Tener opinión en el trabajo, no sonreír todo el día, yo no sé cómo lo hace la gente. Así que no me desespañolicé, no. 

P. No estaba en tus planes.

R. No. Aparte de perder vocabulario y eso, siempre he tenido muy claro donde estaban mis raíces.

P. ¿Tenías idealizado Estados Unidos cuando te fuiste?

R. No, de hecho nunca me gustó. Yo había estado antes. Me dieron una beca con 16 años para estudiar un mes allí. Porque siempre me ha gustado el inglés como aprendizaje. Pero me gustan casi todos los idiomas. Pero la primera vez que fui a Estados Unidos no me gustó. Tenía 16 años y fui a Nueva York y dije: “Qué horror de sitio”. Mi primer recuerdo de Nueva York es el humo que sale de las alcantarillas. Y por qué no entra el sol en la calle -por los rascacielos y tal-. Pero, bueno, pensé que quizá no me había dado tiempo a explorarlo bien. Y, luego, como tenía pensado volverme, pensaba que no pasaba nada, que iba a regresar. Pero luego al final no regresaba. No, cuando yo quería.

Las películas americanas hacen un trabajo de propaganda fantástico

P. ¿Y por qué tiene tan buena prensa Estados Unidos en España?

R. Porque las películas americanas hacen un trabajo de propaganda fantástico. Y a mí nunca me ha gustado el cine comercial, y yo ese trabajo no lo tenía. Yo ese lavado de cerebro no lo llevaba de casa. Pero la gente que ve series, todo esto de Sexo en Nueva York o Mujeres Desesperadas… Algún capítulo he visto y te cuentan lo bonito, pero ninguna te cuenta la gente que se muere por falta de sanidad o las adicciones o la violencia en las calles.

P. Eso nunca abre un telediario. La gente en España desconoce la de americanos que viven en coches.

R. Sí, eso es normal allí, vivir en coche. Recuerdo que en Filadelfia pasábamos por una calle donde había una mujer viviendo en su coche, con un montón de cajas y mantas. Y un día asfaltaron la calle y tuvo que irse. Y me acuerdo perfectamente de ese momento, de pensar: ¿Qué habrá sido de ella? Sí, esto ocurre. Hay estudiantes, o profesores incluso, que viven en precario, en el coche, en el parking de la universidad. Y que encima tienen que pagar por dejar el coche en el parking.

P. Ahora se habla mucho de un auge de lo latino en Estados Unidos. ¿Cuánto hay de verdad y cuánto de burbuja mediática? 

R. A ver, esto no es nuevo. Siempre se habla de lo latino y de que el futuro es en español y es mentira. Cuando ha ido Pedro Sánchez o Díaz Ayuso siempre cuentan lo mismo y es mentira. Hay una comunidad de inmigrantes no letrados o que no tienen educación universitaria y todo lo que se proyecta para ese tipo de población suele ser cultura folclórica. Es decir, rancheras, festivales de tacos, cosas así… Todo es como muy folclórico pero muy segregado. Es decir, ellos tienen su festival de tacos, pero los puertorriqueños tienen otra cosa, que ni siquiera está dentro de “lo latino”, porque la comunidad puertorriqueña tiene una cultura diferente de la mejicana. Eso en cultura popular, en el estrato bajo. Y luego están los departamentos de español, que son completamente marginales en las universidades norteamericanas y tienen muy poco presupuesto. Y ahí es donde se mueve la poca, digamos, alta cultura, entre comillas. Esto de “me han invitado a la NYU o Princeton”. Sí, esta gente te paga el vuelo y tú das una charla y es tan minoritario que a la charla van diez personas. Tú puedes tener a Muñoz Molina allí, cuando vivía en Nueva York, y tener clases con 15 personas y charlas con 15 personas. O sea, es algo completamente minoritario. Y luego, no hay conexión entre los departamentos de español y la comunidad migrante que está allí cogiendo fruta. Es como dos mundos distintos. No hay ningún tipo de vínculo. 

P. ¿Y en tu caso?

R. Pues en Filadelfia, por ejemplo, estuve casi un año haciendo voluntariado con una ONG trabajando con niños mexicanamerican. Nacidos en Estados Unidos, pero de padres mejicanos, muchos de ellos indocumentados. Y ahí no había nadie de una universidad. Era yo la única, prácticamente. Y con esos niños tampoco se hacía trabajo cultural de ningún tipo. Estaban ahí sobreviviendo. 

P. Da la impresión de que allí todo está compartimentalizado.

R. Sí. Y además se ve mal que tú cruces un tipo de línea. Incluso cuando estaba allí de voluntaria no se veía bien. Era como: “Ah, esta habla español, pero no es nuestro español, no viene de Puebla”. Es difícil.

P. La falacia del American dream está vinculada con otra falacia que está totalmente instalada en España, que es la de la meritocracia.

R. Sí, completamente. Es que en España se plagian mitos americanos porque vienen de la meca del neoliberalismo. Y la meritocracia es mentira. Tú lo ves en términos estadísticos y la gente emprendedora que tiene éxito es porque tiene un capital familiar. No sólo económico, sino cultural, social, contactos… Sabes que si algo va mal, tienes un colchón en el que caerte. O sea, nadie empieza en un garaje y de repente está arriba, no; vienen de unos círculos determinados donde se te da muchísimo apoyo. Y yo eso lo he visto porque he trabajado en las Ivy League en Princeton y en la Universidad de Pensilvania. Yo he tenido alumnos que eran de esa élite. Y tienen 20 años y ya los contratan de becarios en Goldman Sachs o van directos a Wall Street. Y algunos ni siquiera sacan buenas notas, lo que tienen son padres que trabajan de eso. O sea, tienen contactos. Y luego, también lo contrario, alumnas negras increíblemente inteligentes, con muy buenas notas, con títulos de estas universidades Ivy League y con dificultades tremendas para encontrar trabajo. Porque lo único que tienen es un currículum. Pero no tienen todo ese otro círculo.

Nunca me he desespañolizado, nunca tuve como objetivo integrarme en Estados Unidos

P. Yo esa cultura de la meritocracia y el “si quieres, puedes” creo que es más una fábrica de tarados que de riqueza. 

R. Sí, genera mucha frustración. De eso va mucho mi último libro, Currículum. De que generas unas expectativas, crees que de alguna manera se va a valorar el trabajo que haces y luego te das cuenta de que no. Y ese fue un proceso de darme cuenta. Yo recomiendo que la gente lea a Bordieu. Como dice la columna de Antonio Maestre, todo está en Bordieu. En eso estoy de acuerdo con él. Pero sí, la meritocracia es una fábrica de frustraciones, hay que darle menos importancia al trabajo y desenmascarar este mito y dejar de sentir una culpa tremenda si algo sale mal, porque probablemente todo va a acabar mal. Así que, por lo menos, que no nos carguen con ese peso en la espalda. Porque, si se individualizan los problemas, no ves, como dicen en inglés, the big picture, no te das cuenta de lo que está pasando.

P. Claro, el problema es que estamos instalados en la era del individualismo. Todo ese modelo que explotó en los 80 en Estados Unidos y que ya está extendido en todo el mundo. ¿Has notado en tu vuelta que en España se ha perdido el sentimiento colectivo en favor del individuo? 

R. Sí y no. Creo que avanzamos hacia ese lugar, que esos son los mitos que prevalecen. Pero también creo que la gente en España es más crítica que allí porque nos están intentando encajar un modelo que no es el propio. Y luego por otra razón, por los sueldos que tenemos aquí. O sea, en Estados Unidos sí que hay gente que asciende, no mucha, pero el sueño se mantiene más o menos. Pero en España, el sueño del ascensor social es algo fantasioso a no ser que te metas en política o a futbolista. Porque aquí no hay un tejido productivo como lo hay en Estados Unidos que permita mantener ese sueño. Entonces, creo que es más difícil y que la gente tiene más espíritu crítico.

P. ¿Qué peligro hay detrás de decir que en España se vive muy bien? Porque antes me has vendido un país en el que se vive muy bien.

R. Bueno, se vive muy bien, pero estamos perdiendo muchos derechos. Y yo creo que, sintiendo que se vive muy bien en comparación con el inframundo de donde vengo, es verdad que hacia donde vamos se parece mucho a eso. Entonces, hay que mantener las alertas. Hay estar alerta para que el “aquí se vive muy bien” no enmascare todos nuestros problemas políticos, como por ejemplo la destrucción de la sanidad pública. Yo creo que la sanidad pública es lo que hace que este país no se venga abajo, porque en España no hay una población con capacidad para pagar gastos médicos. O sea, la gente aquí vive con muy poco dinero porque tiene lo básico cubierto. En el momento en que eso sea privado y te empiecen a subir los precios, que es lo que hacen, ¿cómo vas a pagar una operación si ganas 1.000 o 1.500 euros al mes? Si ya de por sí la vivienda es el gasto más gigantesco que tiene la gente y no hay un acceso al crédito como hay en Estados Unidos, pues la mayoría no puede asumir gastos extras. Entonces, creo que sin eso, el país se vendría abajo.

Y luego hay otra cosa que la gente no tiene en cuenta: no es que la sanidad te la pagues si tienes dinero o no, es que si pagas por la sanidad, se pervierte la relación con tu médico, que va a empezar a considerarte cliente. Y, a partir de ahí, vas a ser una persona a la que venderle cosas y no alguien a quien mantener sano. Y luego, que una población que no está sana, al final tiende a la adicción, la violencia y otro tipo de problemas. O sea, no es que la salud sea como un contenedor y no afecte a otros compartimentos. Los niños enfermos en Estados Unidos, ¿qué pasa? Van al colegio y no son capaces de aprender a leer y eso repercute en la calidad de los colegios públicos. O la gente que se arruina con la sanidad es más proclive al crimen o a hacerse adicta. Eso es como un efecto raíz, se ramifican los problemas, y eso sí que me preocupa mucho. Porque eso no lo solucionan unas cañas. 

P. Mi impresión es que el futuro se está pareciendo mucho al pasado. Tengo la impresión de que vamos a una sociedad en la que la clase media está siendo eliminada, y la clase media es un concepto esencialmente moderno, y en el que la brecha entre poderosos y pobres se agranda. ¿Eso está ocurriendo ya en Estados Unidos? 

R. Hay una clase media renqueante, con muchas deudas y con miedo a que le pase algo o a los problemas de salud. Es una clase media que se endeuda para mandar a sus hijos a la universidad -allí la matrícula puede costar 200.000 euros-… 

En términos económicos, este país es una ruina

P. ¿Y aquí?

R. Aquí subsistimos porque los colegios públicos son más o menos de calidad, porque la sanidad pública todavía está cubierta. Entonces, cuando te ahorras esos gastos, aunque la vivienda te asfixie, sólo tienes que poder comer. 

P. Lo que hay en España es un sentimiento equivocado de pertenencia de clase. Gente que vive en precario y se ve a sí mismo como clase media.

R. Sí, veo que se ha perdido mucho poder adquisitivo en estos años.

P. No me quiero despedir sin preguntarte por el papel que ha jugado la poesía en tu etapa americana y ahora, en tu retorno.

R. Mira, ahora tengo que vivir del periodismo, pero en realidad lo que dicta lo que escribo es mi salud mental. Imagínate una escalera, pues cuando estoy abajo, cuando estoy en lo peor, es poesía. Cuando voy subiendo peldaños, la poesía se vuelve más prosaica o directamente escribo prosa. Tengo un par de novelas escritas y una de ellas va a salir en octubre. Y conforme voy subiendo y estoy mejor de las depresiones y la ansiedad, tengo ganas de escribir prosa porque se me articula mejor el lenguaje, se me vuelve menos simbólico y menos críptico, y puedo contar más cosas. Y el periodismo es, digamos, la parte alta de mí; cuando mejor estoy me gusta comunicar para protestar y para denunciar cosas. Entonces, ahora mismo no estoy escribiendo poesía. Y creo que cuando vuelva escribir poesía, será cuando vuelva a estar mal. Así que espero que sea dentro de mucho tiempo.

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