Esta música de Lorca
“Quiero dormir un rato, un minuto, un siglo; pero que todos sepan que no he muerto”.
Los versos de Federico García Lorca de la Fábula y rueda de los tres amigos recitados por boca de Miguel Poveda abrieron anoche en la Axerquía el concierto Enlorquecido, la última gira del cantaor que ha hecho parada en el Festival de la Guitarra. Un término que Poveda tomó prestado del hispanista y lorquista Ian Gibson, quien define así el hecho de sentirse electrizado con el granadino, para reivindicar que murió el hombre pero no el poeta. El cantaor emprendió así un viaje por “los miles de Federicos que existen”. Un compromiso desde la palabra.
Y allí estaba el poeta con su mono de La Barraca. El poeta mudo del que aún no conocemos su voz -la sonora- clavando sus ojos negros en la repleta grada desde las pantallas del escenario. Se sucedían imágenes de su vida en blanco y negro, tocando el piano, con su hermana Isabel en el regazo o caminando por Madrid con Rafael Rodríguez Rapún mientras Poveda aullaba “no me encontraron”.
El viaje recorrió la Vega de Granada y la juventud del poeta; las canciones populares (Cuatro muleros, Anda jaleo) oídas antes en boca de Camarón o Carmen Linares; un guiño a Rafael de León con la copla Ojos verdes, el marqués a quien Lorca pudo dar la pauta desde su Verde que te quiero verde. Y llegaron poemas de los Sonetos del amor oscuro (El amor duerme en el pecho del poeta); de Poeta en Nueva York (Grito hacia Roma desde la Torre Chrysler building) y el Lorca caribeño y habanero de Son de negros en Cuba. Pero si algo cortó la respiración en este tramo lorquiano del concierto fue la Oda a Walt Whitman. El cantaor a capella poniendo la piel de gallina acompañado a las palmas: “Por eso levanto mi voz contra vosotros, maricas de las ciudades, de carne tumefacta y pensamiento inmundo, madres de lodo, arpías, enemigos sin sueño del Amor que reparte coronas de alegría”.
El maestro Joan Albert Amargós -“el Falla de nuestro tiempo” en palabras de Poveda- controlando el concierto desde el piano con el buen gusto que lo caracteriza y la guitarra inmensa de Jesús Guerrero envolvieron de luz musical y flamenca los difíciles versos escogidos por el cantaor, aquellos que encierran los más negros presentimientos lorquianos.
En la segunda parte del recital de casi tres horas de duración, Poveda se quitó la chaqueta y se puso la camisa negra. Sentado en la silla de anea, el camino tiró para lo jondo porque en un homenaje a Lorca no podía acabar la cosa ahí. No hay respuesta clara a si Lorca es flamenco o es el flamenco lorquiano. Tal vez por eso tiró Poveda por soleas, bulerías, tangos y unas alegrías de Cádiz en las que el cantaor se desmelenó. Terminó bailando con El Pele, a quién invitó a subir a cantar y quien agradeció a Rosa Aguilar el haber hecho “tanto” por Córdoba para estupefacción de la grada.
El final del viaje fue Camarón con La leyenda del tiempo y el público enloquecido. Nada mejor para un lugar en el que flotaba la electricidad de Lorca. Y así nos fuimos a casa, recordando aquello de “Tardará mucho en nacer, si es que nace, un andaluz tan claro, tan rico de aventura”.
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