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Mayte Martín resucita a todos sus muertos

Mayte Martín | TONI BLANCO

Juan Velasco

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Con todo lo espabilado que anda el flamenco últimamente, mirando como tiene que ser al futuro, y todavía hacen falta recitales sanadores como el que ha ofrecido Mayte Martín este viernes en el Teatro Góngora -entradas agotadas-, dentro del marco del Concurso Nacional o de la semana conmemorativa del título de patrimonio mundial para el arte jondo. Lo mismo da, que da lo mismo.

La falta que hace un espectáculo como el que ha ofrecido la cantaora charnega nacida en Barcelona para que los ensimismados no se olviden de que los cantes que se cantan, aunque sean de dominio público, tienen un dónde, un cuándo y un por qué. Y Martín tiene en su garganta todas las respuestas, porque lleva décadas formulando todas las preguntas, sabedora de que lo revolucionario no es una etiqueta, sino una sala de espera.

Y que no le digan por dónde tiene que ir. “Gracias por vuestras sendas peticiones, pero voy a cantar un poquito por bulerías”, reprendía en el bis del concierto a dos espectadores que le reclamaban algo de su cancionero. Esta noche era de otros. De Pastora Pavón, de Marchena, de Chacón, de Valderrama, de Mairena. Que no se pierda un cante cuando se apague una voz, si hay teatros donde se pueda rezar un memento, que es el título del espectáculo que ha traído a Martín al Teatro Góngora.

Un espectáculo que ha arrancado puntual con una granadina sobria a la que ha seguido una mezcla de petenera andaluza y mexicana, antes de plantarse en el Romance de Juan Osuna, elevarse a los altares para romperlo en unas bulerías con las que se había comido la mitad de la velada, compartida con el brillante guitarrista alicantino Alejandro Hurtado (quédense este nombre, 25 años tiene).

Antes de viajar a los cantes de ida y vuelta, Martín ha frenado el ritmo con una soleá emocionante, que ha modulado a su antojo, bendecida ya por el público en el mismo arranque. Un par de sorbos a una botella de agua después, han caído unas seguiriyas, que ha combinado para acabar el concierto una milonga, una colombiana y una guajira.

Una hora y cuarto llevaban encima la cantaora y el guitarrista cuando se han levantado para despedirse. El público los ha imitado poniéndose en pie, pero para que no se fueran. Y Martín entonces se ha retirado del escenario para que la ovación fuera para Hurtado, antes de sentarse y, con el temple que la caracteriza, regatear las peticiones para hacer lo que ha querido y resucitar a sus muertos, a los que les ha cantado una nana de despedida.

Porque sin faltarle el respeto a nadie, todo lo ha cantado a su manera, recabando en sus entrañas los cantes que le ha dado la gana, como cuando ha cerrado una de sus exhibiciones con El querer que yo te tengo, unos versos de Manolo Fregenal que a los más jóvenes del público les habrán sonado porque los popularizó hace un par de años una joven que fue alumna de Mayte Martín en la Escuela Superior de Música de Cataluña (ESMUC). Seguro que la conocen, se llama Rosalía.

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