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A. Fresno

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Muchos cordobeses, cuando les hablan de la Fiesta de los Patios, rápidamente piensan en puntos tan populares como el de la calle Marroquíes, en el barrio de Santa Marina, o cualquiera de los que se pueden contemplar en la calle San Basilio, en la zona del Alcázar Viejo. Sin embargo, existen otras rutas no tan conocidas ni famosas pero que atesoran una riqueza y belleza simpar. Hablamos de rutas como la de Regina-Realejo, rodeada -y colindante en muchos casos- por otras como la de san Lorenzo, la de Santa Marina-San Agustín o la de Santiago-San Pedro.

Precisamente comenzamos nuestra ruta en la calle Escañuela, 3, desde donde se puede contemplar a la perfección la torre del campanario de la fernandina iglesia de San Lorenzo. Allí nos encontramos con uno de los patios más populares de la zona, el que se ubica en la sede de la Asociación Cordobesa de Amistad con los Niños y Niñas Saharauis. Como suele ser habitual en esta ruta, no existen colas para poder acceder al recinto y tras el pertinente chequeo de temperatura, podemos contemplar la belleza de este rincón con total tranquilidad -apenas hay unas tres o cuatro personas más-.

Desde allí nos dirigimos al patio de la calle Pedro Verdugo, 8. Un lugar que se encuentra muy escondido, tal y como nos comenta una pareja que acaba de salir de su interior. Además, las cercanas obras de la calle Santa María de Gracia -uno de sus puntos de acceso- dificulta en gran medida el posible flujo de personas que pudieran llegar hasta él. En el interior de este patio nos encontramos una arquitectura antigua, donde podemos observar una galería superior con vigas de madera de lo que un día fue un antiguo orfanato de monjas, reconvertido a casa de vecinos posteriormente. Continuamos nuestro camino y tras subir por Santa María de Gracia y la calle Realejo, giramos a la derecha en la calle Enrique Redel para llegar al patio situado en la calle Pedro Fernández, 6. Allí de nuevo sigue la tónica general de otros patios de esta ruta; la escasa afluencia de público. 

Muy cerca de allí, en la calle Santa Marta, 10, encontramos una de las novedades de la ruta y del concurso de la edición de este año. Se trata del patio de acceso al convento de Santa Marta, que por primera vez participa en el certamen. Nada más llegar y tras acceder al mismo, nos encontramos frente por frente con la bella fachada perteneciente a la iglesia, construida por Hernán Ruiz I en el siglo XVI. En el patio propiamente dicho varias personas contemplan y toman fotografías de todo el recinto, magníficamente decorado por las religiosas que viven en su interior y por un grupo de voluntarios de la hermandad de la Misericordia, muy vinculados a esta congregación. Sin duda, una de las sorpresas del concurso que merece ser visitada por los cordobeses y por todas las personas que llegarán a la ciudad en estos días.

Continuamos nuestra ruta atravesando los Jardines de Orive para llegar al patio situado en la calle Gutiérrez de los Ríos, 33. Nuevamente no tenemos que esperar colas y accedemos a un patio de arquitectura moderna, con paredes de color albero donde destaca una pequeña piscina-fuente en uno de los extremos, además de distintas variedades de flor, un olivo y un frondoso limonero. Abandonamos el recinto y giramos a la derecha en la calle Duque de la Victoria para llegar hasta la calle Diego Méndez, 11, donde nos encontramos con otro patio. Allí nos recibe Chari, encargada de cuidar este recinto perteneciente a un conjunto de viviendas ubicadas en este punto. “He visto que hay varias televisiones grabando los patios de Córdoba. A ver si se pasan por aquí y nos graban, que, aunque no seamos tan conocidos, también tenemos un patio muy bonito”, señala a CORDÓPOLIS entre risas. 

Nuestra ruta va tocando a su fin y nos dirigimos ahora al patio situado en la calle Isabel II, 1, hogar que fue del pintor y músico cordobés Rafael Botí. Nada más entrar en la calle percibimos un intenso olor a pimientos fritos, probablemente de alguno de los vecinos que se prepara para almorzar. En el arco de entrada a la casa leemos el lema “patio al-yumn” (patio de los sentidos). No es para menos. Lo que observamos es todo un compendio de belleza. Una de las encargadas de cuidar este recinto -junto a dos familias más que viven en él- es Julia Sesma, quien nos explica parte de la historia que acogen sus muros. “En los arcos se pueden observar dos capiteles, uno de avispero de época califal, otro de época visigoda y las columnas, de origen romano. En la fuente de la derecha, además, hay una serie de tejas árabes que nos regaló una arqueóloga”.

Salimos de este maravilloso enclave -mientras, en la puerta, una guía turística explica la historia del lugar a unos visitantes- y nos dirigimos ahora a la plaza de las Tazas para poner punto final a esta ruta. Allí nos encontramos con otro de los recintos más populares de la zona, en lo que hasta finales del siglo XIX fue un picadero de caballos que había en el barrio de la Magdalena. De hecho, lo que en su día fueron cuadras, pasaron a convertirse en “maravillosas habitaciones encaladas”, tal y como recogen una serie de paneles colocados a la entrada. Los distintos visitantes se toman fotografías bajo una enorme buganvilla que da color a la parte principal del recinto. “Esto es como el paraíso”, exclama una señora que recorre de las distintas estancias con su nieta agarrada de la mano. Tradiciones de siempre que perviven en el siglo XXI. 

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