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Un generoso titán llamado Stanley Clarke

Stanley Clarke | ALEX GALLEGOS

Juan Velasco

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Si hay una cualidad inherente a la música del bajista Stanley Clarke es, por encima de su virtuosismo, su búsqueda de un sonido cinemático. Toda la belleza de lo que lleva a la partitura o al escenario está dotado de una capacidad enorme de dibujar espacios mentales en los que, como la vida misma, todo es impredecible y nada es lo que parece. El contexto que todo lo envuelve es el único patrón de una música que huye precisamente de patrones establecidos.

Por ejemplo, si uno mira las fotos que acompañan esta crónica, podría pensar que el concierto que ha ofrecido Stanley Clarke en el Festival de la Guitarra ha sido un recital de bajo eléctrico a cargo de uno de los maestros indiscutibles que quedan de la época dorada del jazz fusion. Pero no ha sido solo eso lo que ha ocurrido en el Gran Teatro.

Lo que ha ocurrido difícilmente ha podido ser captado por los fotógrafos, pues solo han dispuesto para hacer su trabajo de los cinco primeros minutos de un concierto que ha durado cerca de dos horas y que quedará en la retina de cuántos lo han presenciado.

Decía que lo que ha ofrecido Stanley Clarke y su prodigiosa banda no ha sido un recital bajo eléctrico, sino una clase magistral de libertad musical y de jazz en estado puro, salvaje, indómito, cautivador y espiritual. Sobre todo esto último. Abrazado a su contrabajo, el maestro de Filadelfia ha cerrado en Córdoba su última gira. Era, ha explicado cuando se ha dirigido al público, el último concierto de un tour agotador antes de volver a casa. Se ha ido desde luego por la puerta grande. Y sino que le pregunten al maestro cubano Leo Brouwer, que a sus ochenta años no podía dejar de bailar en los bises del concierto, la única concesión al jazz funk que ha hecho Clarke, que ha recurrido para ello a sus composiciones junto a George Duke.

La clave quizá está en eso. En la maleta de Clarke cabe todo un universo. Desde el clasicisimo jazz de los 70, pues se forjó tocando con Stan Getz, Joe Henderson, Horace Silver, Art Blakey, Dexter Gordon, Pharaoh Saunders, Wayne Shorter, Petrucciani o Gil Evans, hasta la experimentación del jazz fusion, un género del que, cuando uno habla, es inevitable acabar mencionando a Return to Forever, la banda en la que Stanley Clarke militó junto a Chick Corea. Clarke es historia viva de un género, sí. Pero afortunadamente no es pasado, sino presente.

La prueba de ello está en los miembros de su banda, un auténtico prodigio de selección. Desde el teclista Cameron Graves, un excelso pianista con pinta de metalero y que es miembro de la banda de Kamasi Washington -que a su vez también formó parte del conjunto de Stanley Clarke-, pasando por el baterista Shariq Tucker -“el espíritu de la banda”, según Clarke-, hasta el violinista eléctrico Evan Garr, un joven de Detroit que ha llevado en su dedos gran parte del peso melódico del concierto. A estos se suma el percusionista alemán de ascendencia afgana Salar Nader, un maestro de la tabla que ha sorprendido al público también por su cante en qawwali y por la riqueza que ha aportado al conjunto.

Todos ellos han brillado. Todos han tenido su espacio, pues el concierto ha sido una sucesión de pasajes improvisatorios liderados por el omnipresente contrabajo de Stanley Clarke, que se ha reivindicado no solo como una leyenda, sino como un líder generoso que quiere ser testigo de los nuevos movimientos del jazz formando parte de ellos, desde el escenario, con su instrumento a punto.

Ver al bajista de Filadelfia limpiar con una suavidad extrema su contrabajo mientras no quitaba oído a sus compañeros ha sido una de las imágenes más bellas del Festival de la Guitarra de este año y, quizá una metáfora del mismo: Hay que cuidar con mimo todos los conciertos de esta cita, puesto que la música, como la vida misma, siempre es impredecible.

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