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Europe triunfa sobre Europe

Concierto de Europe en la Axerquía | TONI BLANCO

Manuel J. Albert

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https://youtu. be/u2NGSHbPrfE

Para quien firma esta crónica, ligar el nombre de Europe a un grupo de música le supone de entrada un flashback directo a los años ochenta más cardados, además de a una acusación directa y sincera por el drama del agujero de la capa de ozono. No es un buen comienzo, reconozcámoslo.

Resumiendo mucho: para este redactor, Europe no era más que otro ejemplo de one-hit wonder (two hits, si a The final countdown sumamos Carrie, la balada de las baladas) caídos en el olvido tras golpear y hacer temblar la lista de Los 40 Principales a mediados de los años ochenta.

Con dicha premisa, se acercó al Teatro de La Axerquía este miércoles con un doble miedo metido en el cuerpo. Primero, el provocado por no saber si le dejarían pasar al recinto sin un bote de laca Sunsilk en la mochila. Y segundo, por el temor fundado de encontrarse potencialmente a los suecos cincuentones más ñoños del panorama del hard rock continental en pleno subidón de azúcar baladístico bordado en un solitario punteo de guitarra.

Pero nada de eso.

Como si la edad o el bajonazo de aquellos éxitos desorbitados de hace tres décadas les hubiesen centrado, los cinco componentes de la banda ofrecieron un recital del hard rock más solvente, directo y falto de artificios.

Un placer, en definitiva, para los fans que a miles abarrotaron las gradas de La Axerquía y buena parte de las pistas más cercanas al escenario. Un público que, eso sí, se sentó ¿cómodamente? en sus butacas de piedra perfectamente numeradas.

Sin duda quien más bailó fue el vocalista Joey Tempest, que hizo honor a su apellido con una voz que mantuvo el tipo perfectamente a lo largo de todo el concierto. Incluso, cuando se acercaba la primera hora y se descolgó con Carrie, la balada total.

En ese momento dio igual que este periodista acabase odiando la melodía allá por 1987. Sin dudarlo, lanzó su portátil a un lado y se sumó a la masa de espectadores para encender el móvil en modo vídeo y preservar ese momento con una sonrisa sincera y una lagrimilla hija de puta asomándole.

Pero a dios gracias, se contuvieron. Liderados por un incansable Ian Haughland a la batería (impresionante cómo aporrea este señor el instrumento, en especial durante su desquiciado solo) y un Mic Michaeli la mar de divertido a los teclados, el resto de la banda de colegas (John Leven al bajo y John Norum a la guitarra eléctrica) no desfallecieron en ningún momento con un sonido tan contundente como genuino.

A lo largo del concierto hicieron un repaso por su carrera discográfica, con temas de Walk the Earth, su último álbum grabado en los estudios londinenses de Abbey Road. También tocaron sus joyas más populares y hasta una versión del No woman no cry, de Bob Marley por ahí perdida que sorprendió a una audiencia entregada a lo que fuese.

Un público que esperó paciente hasta el final a que el órgano más mítico del año 86 marcase, merced a Mic Michaeli, los acordes más horteras y maravillosos de aquella década: los de The final countdown. Entonces sí, la gente no aguantó y saltó al unísono repitiendo a gritos aquello de que el tiempo se acaba. Para todos. Y sin bises.

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