Volver a ser lo que fuimos
Un 25 de agosto de 2014, el Córdoba abría la Liga de Primera División en el estadio Santiago Bernabéu ante un Real Madrid campeón de Europa. Algunos de quienes asistieron a aquel episodio formidable estaban en El Arcángel para presenciar el retorno a la Segunda B tras 12 años, 3 meses y 6 días de la última vez que el recinto acogió un partido del campeonato regular en esta categoría. Ser cordobesista implica un peculiar sentido del deber: hay que estar donde hay que estar. Aunque sea un domingo de agosto, contra el filial del Granada y con el ánimo avinagrado por el enésimo bochorno de la entidad: inscribir al equipo a última hora por morosidad en los pagos. Pero entró. Y de qué modo.
Después de una algarada en la puerta cero, donde le dedicaron cánticos en los que llamaban de todo menos bonito a Jesús León -al que abroncaron también cuando llegó al palco-, llegaron unos prolegómenos emocionantes. El himno sonó como en los mejores días, con el aliño de la rabia contenida; Javi Flores y Enrique Martín fueron ovacionados durante la presentación. Todo iba perfecto, pero... Primer toque, balón servido a la banda, Chus Herrero da una patada al aire y... robo, centro y gol del Granada. Catorce segundos. Bienvenidos a la Segunda B.
Lo de la afición blanquiverde es de auténtica traca. El club la suele etiquetar como su mejor patrimonio cuando quiere vender el negocio como “tema de ciudad”. Son más de diez mil abonados en Segunda B -ojo: un campeonato con menos glamour que unos calcetines sudados- pero los trata con desdén. La gymkana empieza a la hora de sacarse el abono -un homenaje a épocas pasadas- y continúa con los asientos sucios, los ambigús cerrados y los aseos asquerosos. Cuando se pasa el trapo y todo toma un aspecto más decente, el cordobesista se siente un poco más feliz. Porque el cordobesista, en el fondo, es muy agradecido. Solo quiere tener un equipo del que sentirse orgulloso -en el cincuentapuntismo no se vive tan mal-, una alegría de vez en cuando, que le tengan en cuenta y no le tomen por tonto. Eso es lo que más le solivianta. Y por eso ha colocado en el centro de sus iras a Jesús León López, empresario montoreño que llegó como mesías y que ha liderado un proceso de hundimiento global que tiene al Córdoba donde está ahora.
A la media hora, algunos focos del estadio dejaron de dar luz. La gente cantó “tieso, tieso, tieso...”. Poco antes, por megafonía, se recordó a los presentes que “las barras del estadio están funcionando con normalidad”. Los seguidores reaccionaron con mofa. Es lo que tiene querer hacerse el digno en unas circunstancias sonrojantes. Javi Flores arregló el panorama con su primer gol -celebrado con todo el exceso que la ocasión merecía- y el pleito llegó al intermedio con cierta paz social. Aplausos para los futbolistas y reproches para la cúpula, que fueron sofocados por una megafonía a plena potencia. Un clásico.
Los hinchas hicieron lo que tenían que hacer. Los tornos del estadio dieron un número de 8.704 asistentes, una entrada top en la Segunda B. Animaron al equipo de un modo conmovedor tras verle batido en apenas unos segundos. Son los que pagan sus abonos, llevan las camisetas del club y ejercen como sus mejores embajadores. Aguantaron un partido más bien pestiño y se tragaron la amargura de ver a los suyos en un trance delicado. La Segunda B es para aguantarla. ¿Quién les puede echar nada en cara? Eran los que más se merecían una alegría después de tanta bazofia. Su equipo ganó de penalti en el descuento. Así empieza esta historia.
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