Y volver a ser aquel niño
Un cosquilleo invade su estómago. Es la primera vez que lo siente en meses. Incluso algún año transcurrió desde la última ocasión. Muestra una amplia sonrisa. Y los ojos le brillan de manera especial. Su rostro refleja una desconocida ilusión. Es demasiado temprano. Baraja la posibilidad de escuchar música, de encender la televisión y dejar llevarse sin más, de retomar el libro que empezó tiempo atrás. Piensa en la forma de ganarle la partida a las manecillas del reloj, pero no consigue dar con ella. Decidido, coge las llaves y sale a la calle. No son siquiera las doce. Camina con paso acelerado, como si así las horas se sucedieran a mayor velocidad. Pero no.
A su regreso a casa apremia a su mujer para almorzar. “Venga, que nos pilla el toro”, dice mientras se acomoda en el sillón. Mira el reloj y las manecillas parecen inmóviles. A toda prisa come, y después toma café. Son las tres y media de la tarde y respira. El alivio se confunde con la ansiedad. “No puedo más”, repite en dos o tres ocasiones. Y su pareja, extrañada, agarra el abrigo y el bolso. “Anda, vámonos ya”, le sugiere. Él se levanta como una exhalación y se anuda la bufanda al cuello. En sólo unos segundos están ya en el coche. En el trayecto tararea una canción. Ella le observa y no consigue impedir que una sonrisa se le escape.
Son menos de las cuatro cuando el matrimonio ya se dirige al estadio. “Tenemos que ganar sí o sí”, comenta él. Las puertas permanecen aún cerradas. Deben dar un par de paseos, y alguno más, alrededor del templo al que regresan. De repente, sobre las cuatro y media, él descubre que ya es posible acceder. Sube las escaleras, y después las baja. Busca su asiento en la grada baja de Tribuna. Anda como si fuera un niño en su primera vez, como si hubiera vuelto a su infancia. La memoria le hace recordar los días en que entrara al viejo campo de la mano de su padre. Y tras muchos años en la inocente y feliz compañía de su hijo.
Poco a poco El Arcángel se llena. La música, con un repertorio memorable, acompaña y le arranca más de una carcajada. Conversa con un antiguo compañero de grada. “Ya estamos de vuelta”, le comenta. Una ovación rompe la calma antes del encuentro. La afición recibe entre aplausos a Jesús León, el hombre que contra viento y marea logra convertirse en el nuevo propietario del club. “Y ponen Libre, no tienen guasa ni nada”, bromea su viejo amigo. La mujer observa y sonríe.
El himno suena como antes de que los malos tiempos comenzaran. Arranca el partido y los nervios le comen por dentro. Sí, pero no. Cuidado con el Albacete. “Falta mucho que mejorar”, le habla al aire. Al descanso, todo sigue igual. Pero el inicio del segundo tiempo, que es una auténtica locura, trae la felicidad olvidada. Después de un par de acciones peligrosas del rival, llega el gol de Sergi Guardiola. El 2-0 se escapa desde el punto de penalti, y él levanta la cabeza y mira al cielo. Toca sufrir. Demasiado. Más de lo debido quizá. No importa, porque al final el Córdoba gana. Todo parece diferente. El hombre, de golpe y porrazo, siente reverdecer su más añeja pasión. A sus sesenta y pico vuelve a ser un niño.
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