El pequeño estadio de los horrores
Nuevo golpe para la afición del Córdoba, que atiende a una derrota cruel de su equipo y muestra síntomas de agotamiento | Los jugadores reciben la reprimenda de la grada
No puede ser. Eso es imposible. El balón está dentro de la portería, besa las mallas. Otra vez sucede. El silencio llega a estremecer. Alguien golpea el asiento. Nadie dice nada. Todos mantienen la respiración contenida. En el campo, los que visten de azul festejan. Y los que van de blanco y verde… no entienden cómo vuelve a ocurrir. El esférico está de nuevo donde no debiera, en el círculo central. Rueda. El estadio es algo así como un velatorio. La reacción de la grada es la que quizá resulta más lógica. La afición está tan incrédula como abatida. En esa realidad oscura, en la que el ruido no existe, sólo se escucha un lamento. “Siempre nos empatan”, afirma rota una niña. Llora casi sin consuelo. Ella tampoco lo comprende y lo muestra con toda crudeza. El Getafe iguala la contienda de una manera cruel: a Fede Vico el despeje se le cuela en su propia puerta. Es la historia tantas veces vivida esta temporada.
La pequeña llora. Pareciera que ante sí tiene una película de terror, que en cualquier momento pudiera surgir un temible payaso como en ‘It’ o el tal Freddy. Sin embargo, esto no es ‘Pesadilla en Elm Street’. Aunque podría serlo, pues es en el sueño de Primera donde el monstruo de la derrota persigue al Córdoba. El cuchillo, más que en la boca de sus jugadores, que también lo intentan llevar, está en las manos del rival. Está fastidiada esa joven aficionada, que lamenta lo que antes otros en Segunda A o Segunda B. Es su dulce condena, una condena que resulta amarga. Como para el resto de una afición que todavía tiene que asistir a un golpe más. Porque hasta que los títulos de crédito no surgen en pantalla, de todo puede suceder. Y este argumento da miedo. Pánico. Aún existe opción de que sea peor. En el tiempo de añadido, cuando el protagonista camina herido, pero camina… el ser de las pesadillas ataca otra vez.
No puede ser. Eso es imposible. El balón está dentro de la portería, besa las mallas. Otra vez sucede. El silencio estremece ahora mucho menos. Son más los que en este instante golpean su asiento. La respiración ya nadie la contiene. Nadie reprime sus palabras. Las de algunos de dura crítica, las de otros de desesperación. Y muchos marchan a San Fernando, un ratito a pie y otro caminando. Las gradas comienzan a dar sensación de soledad, de vacío. Como el que la afición tiene en estos momentos. Como el que a buen seguro tienen, aunque haya quien no lo crea, los que visten de blanco y verde y quien desde un banco en la banda les dirige. Todo eso, mientras los que van de azul celebran como si no hubiera un mañana. En esa realidad oscura, en la que el ruido no existe, sólo se escucha un lamento. Ella sigue sin comprender y lo muestra con toda crudeza. El Getafe da la vuelta al marcador y está a un paso de ganar.
Y vence el rival. Y pierde el Córdoba. Y termina la película. Y… En el estadio apenas quedan aficionados. Son muy pocos los que aguantan hasta que sale el último nombre en pantalla. La niña, a la que no logra consolar su padre, se marcha envuelta en lágrimas. “Esto es fútbol, hija”, le apunta el progenitor con la intención de acabar con su tristeza. Mientras, es seguro, por dentro siente tanto dolor como ella. Comienza a sonar, poco antes del pitido final, eso de “jugadores, mercenarios” o “esa camiseta, no la merecéis”. Es la banda sonora de una película que no protagoniza ni Jonathan Haze, ni Rick Moranis -'La pequeña tienda de los horrores'-. Es la música que acompaña a una serie de escenas que dan miedo. Pánico. Pareciera que todos la ven y que ninguno le gusta. Es la historia del sueño hecho pesadilla, de la planta carnívora que devora a todo aquel que por delante se le pone. El Arcángel es esta noche, extraña noche de lunes, 'El pequeño estadio de los horrores'.
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