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Palabra de Esnáider y realidad de un Córdoba descompuesto

Esnáider observa pensativo el juego de su equipo desde la banda. FOTO: MADERO CUBERO

Paco Merino

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“El responsable de la derrota he sido yo”, apuntó el técnico argentino tras el nuevo desastre en Gijón y la apertura de un ciclo de imprevisibles consecuencias

Liquidación por derribo. Ya no se escucharán en los medios oficiales ni en la sala de prensa de El Arcángel historias sobre la posibilidad de una gesta tardía, apelaciones al orgullo profesional ni descabelladas fórmulas matemáticas a propósito de la consecución de una plaza en el play off de ascenso. No lo conseguirá el Córdoba en las cuatro jornadas que faltan porque, sinceramente, ni siquiera amasó una razonable candidatura a hacerlo durante las 38 citas anteriores. La última, en El Molinón, resultó especialmente decepcionante. No porque no se viera venir, sino porque en el ánimo del sector cordobesista más irreductible aún quedaba el deseo de ver a los suyos hacer algo importante en un sitio relevante. Aunque no sirviera para mucho más que para alegrarse momentáneamente. Ni eso. El 3-0 ante el Sporting desnudó otra vez las carencias de un equipo que no da para más. Ni tiene ni puede ni quiere. El fin de ciclo ha llegado. La luz se apagó y los protagonistas rebuscan en su arsenal de excusas y tópicos para escapar lo más pronto posible de este mes de turbulencias que aguarda al club.

“Nos lo merecimos”, dijo Juan Esnáider en la sala de prensa asturiana, recalcando el mensaje que expuso una semana antes en Chapín, pero a la inversa. Allí dijo que su equipo no mereció vencer por 1-3 a un Xerez Deportivo que era un cadáver andante y que acabó descendiendo esa misma tarde a Segunda B. Ese triunfo, a última hora y frente a un adversario machadado, ha sido el único sumado por los blanquiverdes en sus siete últimas salidas. ¿Aspirante a ascender? El técnico argentino recordó, y mucho, al Rafa Berges crepuscular que ponía sobre la mesa amargas reflexiones sobre la imposibilidad de exprimir el rendimiento de un grupo que prometía mucho más de lo que ha ofrecido. “Jugamos para este resultado, pero creo que el principal problema he sido yo. Planteé un partido ofensivamente con dos delanteros para tener más peso arriba, pero me equivoqué. Me hago cargo, el responsable de la derrota soy yo, aunque luego se hable con los jugadores para sacar conclusiones”, dijo Esnáider.

Y de los futbolistas, ¿qué?. “Hoy de cambiar hubiera hecho más de tres cambios, pero no se puede... El resultado fue muy malo y el vestuario está muy dolido porque teníamos sensaciones diferentes antes de empezar el partido”, expuso Esnáider, quien ofrece cada vez más la impresión de estar metido en un torbellino incontrolable. “Quitando la ocasión de Rennella, el resto de llegadas fueron muy tibias. No llegamos con contundencia, fuimos bastante frágiles en defensa y cuando no se ganan esas situaciones lo normal es que se pierda”, apuntó. La plantilla está en entredicho. Pero no parece ser ésa una cuestión que preocupe a un grupo que se dispersará en cuanto el árbitro pite el final de la jornada 42. Algunos tienen ya hechas las maletas para sus nuevos destinos y otros, hasta con contrato en vigor, se plantean mirar para otro lado sea por voluntad propia -o inducida- o porque se les busca traspaso.

A Esnáider le trajo el club para causar un efecto revulsivo inmediato en un equipo que con su anterior entrenador, Rafa Berges, se mantenía a una distancia razonable de los puestos de play off. La intención era dar un último salto y, al menos, pelear por el objetivo declarado por la entidad hasta última hora. Es evidente que la apuesta no ha tenido ningún efecto positivo. A falta de cuatro partidos por disputarse, cuatro trámites engorrosos, el Córdoba tratará de certificar el vano consuelo de una clasificación por encima del décimo puesto para al menos poder tirar de estadística y alardear, a través de sus altavoces oficiales, por firmar una de las mejores clasificaciones de los últimos cuarenta años. Esnáider fue honesto al autoinculparse por la derrota, pero él es el primero que sabe que no es el único.

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