Días de vinagre y cardos
No son estos días de vino y rosas. Más bien, de vinagre y cardos. O de ortigas. Lo que uno prefiera. Es sólo por poner un ejemplo. La situación es compleja. Casi como nadie pudiera imaginar en verano. En el estío real, puesto que parece continuar. Por estos lares de la presencia del otoño no hay quien tenga constancia. Quizá en unos días. El frío, la lluvia y la caída de hojas sí se producen en el Nuevo El Arcángel. Es metáfora, claro. Lo cierto es que corren tiempos convulsos en el coliseo ribereño. En nada ayuda el hastío acumulado, que por si fuera poco recibe el apoyo de un inicio de temporada mediocre. Así es como la afición muestra de forma cada vez más clara su hartazgo. Y casi da igual con quién. La propiedad, el banquillo y el vestuario son dianas en mayor o menor medida.
El temporal, lejos de amainar, gana en ímpetu en cada nueva jornada en medio de El Arenal. Una prueba: la absoluta ausencia de aliento que padece Luis Miguel Carrión. Los silbidos, habituales desde meses atrás, son casi unánimes ya. Es como el sonido del viento en un huracán. Y este domingo la regla no encuentra su excepción. Justo en el instante en que fue nombrado, el técnico recibió una colosal pitada. Mal comienzo, que fue peor en poco más de un minuto. Menos de ese tiempo transcurrió realmente con el balón en juego. De repente, el Nàstic marcó y la tormenta pasó a ser diluvio. Ya entonces se escuchaba aquello de “González, vete ya”. Ese cántico tomó cuerpo antes del choque con los catalanes incluso. Y al cuarto de hora, el segundo gol visitante. Un poco más de vinagre, en la herida, y de cardos, bajo las posaderas. O de ortigas, lo que uno prefiera.
Un gol de Guardiola sirvió para atemperar, al menos hasta el final de la primera parte, los ánimos. Pero los nervios están, y esta vez lo estaban más que nunca, a flor de piel. Cualquier mínimo detalle en contra era razón más que suficiente para mostrar el total desacuerdo con la trayectoria del equipo. La propiedad recibió una sonora invitación a salir. También Luis Miguel Carrión, para quien la puerta comienza a estar plenamente abierta. Sobre todo, porque además de no tener el más pequeño de los respaldos los resultados le condenan. Apenas había recuerdos de un arranque de Liga, en Segunda A -lo de Primera tras Las Palmas fue otro asunto-, tan negativo. La paz social en el Nuevo El Arcángel, con un buen puñado de banderas de España que no ayudaron a ganar, presenta, cada vez más, un notable parecido con la que se vive en el país. Por aquello del desafío soberanista de Puigdemont y compañía.
A pesar de todo, el Córdoba trató de aferrarse a su ardiente clavo. Aunque éste le quemaba cada vez más las manos. La afición procuraba mantener la esperanza. Y la realidad es que los minutos dictaban, lenta pero inexorablemente, su sentencia. Había que remontar, una posibilidad sin sustento en lo que va de campaña. Ni lo consiguió en las jornadas anteriores, ni lo hizo en ésta. De hecho, el Nàstic agudizó el dolor de su rival. Kieszek, dentro la actual fiesta del desastre, cometió penalti y encajó otro más después de detener el lanzamiento. Ni siquiera eso salió bien. Después llegó el cuarto y el estadio empezó a vaciarse de manera veloz al tiempo que tronaba un “directiva dimisión” sobre el palco. Lo dicho, corren tiempos convulsos. Y hubo un quinto (1-5). Son días de vinagre y cardos. O de ortigas, en el corazón del cordobesismo.
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