El Córdoba, lo urgente y lo importante
Hay algo peor que tener a veinte mil personas protestando en un estadio. Que las gradas estén vacías. Que el asunto ya no despierte el interés de casi nadie y que los pocos que acudan lo hagan descreídos y mohinos, como autómatas o devotos de una secta. Que parezca que el producto haya caducado. Que realmente lo haya hecho. El Córdoba actual está enredado en ese bucle, buscándose en medio de un panorama caótico en el que el relato deportivo sostiene el débil esqueleto de una ficción que se desmorona. Al estadio cada vez va menos gente, pero aún así son muchos los aficionados que permanecen enganchados a esta historia rocambolesca y adictiva. Más que en casi ningún otro campo de Segunda B. Se ocuparon 9.096 asientos, según informó el club. Ese dato muestra la grandeza del Córdoba y lo impropio de su presencia en esta tercera división nacional. Pero es lo que hay. Se trata de encontrar la llave para huir de este cenagal y están en ello, cada uno a su modo. No es lo mismo salir por la puerta grande que escaparse por la ventana del cuarto de baño.
El gol de Miguel de las Cuevas fue el ingrediente maestro para que el potaje de sensaciones que se cocinaba en El Arcángel acabara con buen sabor. “Todos los partidos son jodidos”, explicó en la sala de prensa un Enrique Martín feliz por haber superado un escollo importante. Su imagen había dejado de ser intocable. El navarro y sus métodos se habían situado en el disparadero. Seguramente continuará el debate, pero el escudo de los resultados es poderoso. Tres puntos y puerta a cero. ¿Que el rival era el filial del Cádiz? ¿Y que? “Tenemos que ser como el Miguel Induráin en nuestro Tour”, dejó dicho Martín tras escoger la frase apropiada en su peculiar libreta de anécdotas, metáforas y chascarrillos varios.
Había examen al presidente. Algunos dicen que ya lo tiene suspendido, pero aún quedan quienes ven una posibilidad de reválida. Si alguien respiró hondo tras el gol de De las Cuevas fue el controvertido rector blanquiverde, que seguramente se salvó de una bronca final de dimensiones descomunales o de más absoluta indiferencia en medio de un silencio sepulcral. No se sabé qué es peor. El caso es que a León le dijeron de todo. Un sentido “¡Tieeeeeeeso!” atronó el estadio unos instantes antes del himno, que se cantó con la sangre caliente. Al montoreño le increparon desde que puso pie en El Arcángel y la tensión estuvo a tope. El mandatario blanquiverde respondió con una peineta a los insultos de un seguidor desde la grada de Tribuna en los prolegómenos del partido. Ese instante polémico fue recogidos por aficionados y compartido en las redes sociales, donde se respira un clima mucho más crispado y visceral que el que luego se detecta los domingos en el estadio. La rabia virtual es luego desidia real.
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A Martín le pareció buena idea cambiar de jugadores y de sistema. Lo de caer derrotado ante el filial del Sevilla fue una experiencia desagradable y una llamada a remover el once. Fernández e imanol García, que habían estado siempre, se quedaron fuera. El lateral tuvo que entrar después porque se lesionó Jesús Álvaro; el mediocentro no estaba ni en el banquillo. Irrumpió Zelu, un futbolista del que el club intentó desprenderse hasta el último momento en el mercado de verano y que esta vez tomó el rol de revulsivo. El filial amarillo, arropado por una veintena de seguidores en la tribuna -familiares de los jóvenes cadistas, la mayoría-, se dedicó a lo que se puede esperar de un conjunto que jamás ha pasado de Tercera División frente a un adversario que se cayó después de doce años del mapa del fútbol profesional. La media entrada de El Arcangel suponía para algunos jugadores del Cádiz B el partido con más público que habían disputado en su vida.
La hinchada se olvidó de León hasta el minuto 54, establecido desde hace años como espacio de libre expresión para expresar orgullo -el himno a capella- o repulsa por la gestión del mandamás de turno. Le cayó otra buena andanada de improperios al presidente y máximo accionista, que estuvo acompañado en el palco de autoridades por veteranos del club y representantes de la Federación Andaluza.
Hubo sufrimiento, claro que lo hubo. Hasta que Miguel de las Cuevas, en una acción embarullada en el área cadista y en el tiempo de descuento, soltó un latigazo que entró en la portería mientras unos pedían penalti por una acción anterior y otros se echaban las manos a la cabeza. Una acción que simboliza el galimatías blanquiverde y que desató el delirio más absoluto. Enrique Martín corría por la banda como si no hubiera un mañana. El final fue delirante, como si el Córdoba hubiera ganado una final. A su modo, lo hizo.
Ahora el Córdoba aborda unos días en los que se le mezclan lo importante y lo urgente. Es semana de cobro para los trabajadores, de cuentas en lo deportivo ante dos salidas de riesgo -Algeciras y Cartagena- y de nuevos giros de guion en esa batalla entre el atrincherado León y sus enemigos íntimos.
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