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El viaje de Juan, el hombre de la voz frágil

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Marta Jiménez

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Una mañana de sábado lluviosa a cántaros Juan Serrano me habló de la muerte. Era marzo de 2017. Acababa de fallecer su compañero de Equipo 57 Pepe Duarte y un centenar de artistas y gentes de la cultura nos reunimos delante del mural que el artista realizó en el Jardín de los Poetas y que justo le fue encargado por Serrano cuando éste era arquitecto municipal en época de Anguita.

“Queremos que esto desemboque en una fiesta porque creemos que la vida, cuando se acaba, hay que entenderla como una continuidad de la vida alegre. Estamos recuperando ese aspecto de asociar la muerte a algo que no sea triste, sino de gente contando cosas”, decía Juan Serrano aquella mañana.

El pasado viernes, tumbada en el centro de Alhambra, la instalación de Juan Serrano en el C3A inaugurada hace unos días, sabiendo que la muerte le susurraba y que él le respondía con geometría, color, espejos... con un espacio plástico lleno de juegos, sentí que Juan había dejado de tenerse miedo. Que ya no tenía problemas, mejor dicho, esos problemas que él imaginaba que tenía, para situarse en el mundo en el que vive. En el que vivió hasta ayer.

Sé que de una necrológica o artículo de despedida o lo que quiera que sea este texto que me han pedido que escriba con el corazón roto, se espera un recorrido por el hombre que ha hecho historia en esta ciudad llena de desdén a todo lo que huela a vanguardia o a revolución. De sus soluciones estéticas que, en realidad, eran políticas; de cómo sus obras plásticas han servido para revalorizar, explicar, potenciar o anular un espacio. O de su labor como arquitecto municipal y su compromiso con el casco histórico, sobre el que dejó un desconocido catálogo de tres tomos de casas-patio elaborado pateando sus calles en la década de los 80 junto a Cristina Bendala.

Pero hoy solo resuenan en mi cabeza palabras como cooperación, coexistencia, idea de lo colectivo o huída del personalismo. Su voz frágil de hombre eternamente joven diciendo que lo individual no es real porque todos somos subsidiarios de alguien o de algo. Que nuestra sustancia es un cúmulo de cosas que hemos recibido.

Juan Serrano quiso seguir recibiendo cosas hasta el final. Pero solo cosas que lo convirtieran en el hombre que aspiraba a ser: justo todo lo contrario a lo que se esperaba de él. Juan aprendió a desaprender, a diluir su ego, a escuchar mucho y pensar desde otra posición en la vida, se hizo feminista, activista y se convirtió en el más revolucionario de los Amigos de Medina Azahara, colectivo al que entregó su última militancia. Por eso me resulta tan complicado escribir sobre su viaje artístico sin señalar la enorme importancia de un viaje emocional que parece que nunca pesa en los hombres y, aún menos, en los señores de cierta edad.

Acostumbrada a dar tantas cosas por sentado, Juan también me enseñó que son posibles estos viajes personales al centro de lo que en realidad uno quiere ser. El último regalo que le dio la vida a su porte patricio de camiseta y deportivas fue Amasce, un estudio de arquitectura y activismo cultural con Curro Crespo y Antonio Lara al mando, que ha sabido traer el espíritu del Equipo al siglo XXI y a quienes agradezco la felicidad que inyectaron a los últimos años de Juan.

Entre todos seguiremos contándonos cosas. Continuando la vida alegre.

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