Nada más valioso que un instante cantado por Drexler
La boca enorme de una guitarra en el escenario y toda La Axerquía como caja de resonancia. Así construyó anoche Jorge Drexler el efímero refugio del exterior -“de las inclemencias y de las derrotas”- en el concierto número 80 de su gira Salvavidas de hielo. Un asilo de la realidad. Y aunque no sea necesaria ninguna justificación para invitar al uruguayo a cualquier celebración de la vida, la de esta ocasión era cien por cien oportuna en el festival cordobés: su último disco está grabado exclusivamente con guitarras.
Así quedó patente que en el país donde este instrumento se desarrolló, actualmente solo conserva una sola variedad de guitarra. Lo contrario que Latinoamérica, donde existe una gran diversidad de modelos, algunas poéticamente nombradas y recordadas por el músico: el tololoche, las jaranas, las leonas…, una de estas últimas hecha de un solo trozo de madera mexicana y presente en el escenario derrochando notas graves.
En lo musical, con una banda de cinco instrumentistas, el concierto fue explorando la cantidad de sonidos que puede conseguir el cuerpo del artefacto recordándonos que el uruguayo también sabe funcionar en directo con banda. Pero en lo emocional, para qué mentir, en un concierto de Drexler con su voz basta. Su levedad es capaz de hacer un canto a la belleza de lo cotidiano. Transmitir un modo de ver el mundo con los colores de la cumbia y del tropicalismo envueltos de una gran finezza.
“Yo no soy de aquí, pero tú tampoco”, cantaba en la canción que abrió el concierto, Movimiento. Con esta rotundidad inauguraron el músico y su banda un viaje pendular de la alegría al desasosiego, con homenajes llenos de elegancia y belleza a Cohen, a su padrino Sabina -“Creo que sabes que el regalo que me hiciste/ me cambió la vida entera”-, a su recién desaparecida madre o a su hijo mayor. Parando el mundo con las canciones más desnudas. De amor y de casualidad o Milonga del moro judío a guitarra y voz. Tocando el espacio como solo su cantar sabe. Convirtiendo un teatro al aire libre en un lugar de enorme intimidad.
El gran conversador que es Drexler supo meterse a la grada en el bolsillo entre canción y canción, demostrando que la improvisación no solo es patrimonio del rap. Hubo al final sutiles toques de electrónica, Bailando en la cueva; un alegato a la ausencia de ruido mediático y mental en Silencio y una capella en Quimera.
Con la cuna de su voz el músico logró que el mundo se quedara fuera durante dos horas. Y es que el deseo de luz solo puede producir luz.
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