Tiempo muerto tras la luna de un coche
Alba Blanco expone en la sala Arte 21 'Desterritorios', una muestra de su obra fotográfica conceptual sobre el paso del tiempo y el intento de preservar la memoria
¿Se puede capturar el paso infatigable del tiempo a través de la luna de un coche? Alba Blanco (Madrid, 1981) lo persigue en Desterritorios, un trabajo conceptual sobre “mi obsesión con el paso del tiempo y a la vez intentar guardarlo todo” que desde anoche y hasta el próximo 24 de mayo se expone en la sala Arte 21.
Tiempo muerto es un inmenso panel de fotografías que empezó a pergeñar Alba Blanco en 1996. Ese año, con su cámara, comenzó a retratar paisajes que en su mayoría ya no existen: “Al principio fotografiaba lo que me llamaba la atención, de manera instintiva. Me interesaba la fugacidad de estas imágenes que aparecían en el marco de la ventanilla del coche, del tren, del autobús, del tranvía. Poco a poco empecé a centrarme en los espacios pertenecientes a las afueras de las ciudades, espacios en construcción o deconstrucción: espacios en proceso”. Muchos de estos espacios ya no existen o se han transformado tanto que no son ni parecen lo que aparece en la fotografía.
Pero, ¿y cómo capturar la memoria? Sobre las fotografías se superponen sus propias agendas personales, en las que Blanco ha ido apuntando “todo” lo que era su día a día, con sus códigos. “Son otra forma obsesiva de guardar el tiempo, de intentar recordarlo todo”, admite. En estas 92 imágenes en las que se superponen los paisajes en construcción y las agendas hay signos completamente legibles de la vida personal de Alba Blanco, pero también otras grafías misteriosas, codificadas, a las que sólo ella podría encontrarle el significado exacto.
En su obsesiva persecución de la memoria, la exposición alcanza la proyección de un diorama que se llama Lejos, en el que se suceden más fotografías de Blanco sobre lugares de paso, cruzadas con sus emails. “De esa manera conduzco al espectador de la sistematización a la intimidad. De lo concreto a lo abstracto”, agrega.
La tercera parte de la muestra es la más íntima. En una absoluta falta de marcos, el visitante tiene varios guantes a su disposición para pasar, tocar y ordenar arbitrariamente o a su gusto una serie de 22 fotografías de 50 x 70 apiladas sobre una tabla y caballetes. En esta zona íntima, es el propio espectador el que desterritorializa el material, el que lo asume y lo hace propio. “Pero no deja de ser un decorado, simplemente el espacio. Un espacio que ya no existe”.
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