Susana Raya: “Mi familia me llama la anti-diva”
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La cantante de jazz más internacional que ha dado Córdoba llama al mecenazgo desde este selfie para hacer realidad su próximo trabajo, Rosa de los vientos, grabado en Nueva York
selfieRosa de los vientos,
Susana hace honor a su voz. Es magnífica. Considerada por el prestigioso crítico e historiador de jazz Ted Gioia como “la andaluza Eva Cassidy” (para muchos, una de las mejores cantantes del siglo XX), Susana se ha ido a Nueva York a grabar su nuevo disco Rosa de los vientos. Ahora espera conseguir el mecenazgo suficiente de sus fieles repartidos por el mundo, vía verkami y antes de 18 días, para conseguir los fondos necesarios para mezclarlo, masterizarlo, realizar el diseño gráfico y fabricar las copias en primavera. La cantante que ha visto crecer la ciudad vive en Amsterdam desde hace seis años, pero vuelve cada vez que puede al sur que marca su brújula y ahora, la Navidad obliga. Por eso la hemos invitado a este selfie bajo el cielo de Córdoba.
P. Casi 5.000 de los 7.000 euros conseguidos ¿el mecenazgo tiene swing?
R. ¡Sí! La campaña está siendo un éxito. Gente de todo el mundo se está animando, incluso desde muy lejos: Australia, Taiwan, Japón, Estados Unidos… y por supuesto estoy encontrando el apoyo de muchos cordobeses.
P. ¿Qué encontraremos en tu Rosa de los vientos?
R. Canciones que hablan de nostalgia, liberación, amor, la experiencia de viajar, sentimiento de pertenecer y no pertenecer... Es una vuelta a conectar con algo más personal. Partiendo de la guitarra y la voz hemos construido todo el álbum. Lo más especial de esta grabación fue que la hicimos en directo. Siempre es arriesgado porque no tienes la posibilidad de corregir fallos, pero queríamos conseguir una interpretación honesta, esa magia de tocar todos juntos. Creo que valió la pena.
P. ¿Hacia adonde apunta tu brújula?
R. Pues esta brújula me ha zarandeado mucho, me ha hecho viajar, salir de mi zona de confort, he sido un “culo inquieto”, como diría mi madre. Pero siempre ha apuntado a la música, allá donde he sentido su llamada.
P. Ira Coleman, grabación en Nueva York... has debido sentirte como Diana Krall
R. Jajaja, en absoluto. Nunca me he sentido como una diva, que es la imagen que se me viene a la cabeza cuando me hablas de Diana Krall, aunque ella misma confiesa no sentirse identificada con esa etiqueta. Ira Coleman venía de una gira con Sting, lo que te da una idea de su dimensión musical más allá del jazz. Conté también con Clifford Carter, pianista habitual de James Taylor; Leonardo Amuedo, guitarrista de Ivan Lins y Chris Botti; Cyro Baptista, percusionista en discos de Cassandra Wilson y Yo-Yo-Ma, entre muchos otros. Como invitado, contamos con el legendario bajista de jazz Steve Swallow. Todos músicos sensibles y todoterreno con la capacidad de sacar todo el potencial a una canción. ¿Cómo me he sentido? Me quedo con la sensación de tocar a corazón abierto con una banda comprometida. Hubo momentos donde los músicos se agarraban el pecho tras terminar una toma. Fue bonita esa comunión musical. Siento que todo mi esfuerzo ha valido la pena. Vendrá lo que venga, pero eso queda. Grabamos en el estudio Clubhouse a dos horas en coche de Manhattan, rodeados de naturaleza, con dos perros y un gato que eran el centro de atención constante. Como curiosidad, te contaré que me preguntaron si conocía a un artista español que acaba de grabar su nuevo disco la semana anterior en ese mismo estudio, un tal Manolo García. ¡Qué conexiones tan inesperadas!
Volviendo al tema del divismo… es que siempre me ha hecho mucha gracia cuando me han llamado por ahí “dama del jazz” y quiero dejar zanjado el asunto. Yo siempre he ayudado a mis compañeros bateristas a recoger los bártulos al final de la actuación, he conducido furgonetas a las tantas de la noche, he cargado amplis, en fin, hazte una idea, mi familia me llama la anti-diva.
P. ¿Cómo decidiste convertirte en cantante de jazz?
R. Tengo en mi memoria hechos puntuales que me llevaron a cultivar este género. Escuchar la voz y la trompeta Chet Baker en el Soul, por ejemplo, disfrutar de noches interminables cantando standards de jazz en petit comité en El Quiñón, descubrir que existía la improvisación más allá de mi formación clásica… Era como un gusanillo todo ese mundo del jazz y lo exploré durante años. Sin embargo, de un tiempo a esta parte, se ha producido un proceso intenso de destilación musical, acelerado por mi estancia en Amsterdam. De esa cantante de jazz queda básicamente el interés por la improvisación y por la especial comunicación entre los músicos, propios de este estilo. Que conste que yo conservo aún mi uniforme de “cantante de jazz”, un par de vestidos de Adolfo Domínguez que luciré gustosa cuando el protocolo lo exija. Pero luego me pones una guitarra y me vuelvo más gamberra, siempre con mi punto romántico, sí, pero más acústica y sincera. Y no te digo yo que en próximos discos me enfoque de nuevo más en este género, sólo que Rosa de los vientos, aunque con influencia jazz, va por otros derroteros, digamos que prima más la canción. Podríamos decir que el término “cantante de jazz” se ha expandido actualmente mucho y recoge manifestaciones que transcienden al imaginario colectivo.
P. ¿Qué tesoros has encontrado en el camino?
R. Diferentes actitudes ante la música. Lo intelectual y cool de los jazzistas europeos, esa melancolía de los músicos polacos, la determinación y el buen hacer de los músicos estadounidenses, los guitarristas fingerstyle y songwriters de Nashville, el lazo marítimo con músicos de Israel y Siria… Ha sido muy enriquecedor tocar con músicos de diferentes países.
P. “El jazz trata acerca de estar en el momento presente” decía Herbie Hancock ¿Es el género más existencialista?
R. Lo suscribo. Estar de cuerpo y también de alma presente. Capacidad de reacción. Cambiar el transcurso de un tema con sólo insinuarlo. Inspirar al resto de músicos con una frase musical nueva. Esa comunicación de la que te hablaba. Por supuesto que en todos los géneros musicales tiene que haber comunicación. Pero en el jazz cobra una dimensión determinante. Por eso tienes que estar presente, para ser capaz de mantener una conversación con el resto de instrumentos.
P. ¿Cómo es el cielo de Amsterdam?
R. Traicionero. No sabes qué te va a deparar el día. Una ya está curtida y voy súper preparada, con el traje de lluvia en la bicicleta. Un cielo gris la mayor parte del tiempo. Pero no siempre es el reino de Mordor, como diría mi hermana María. Tenemos días gloriosos, donde el sol brilla y la gente se vuelve loca. Lo aprecias de una manera que ni te imaginas, Marta. Pasa que allí en Holanda necesitas tirar de tu sol interior, es decir, encontrar una motivación, una felicidad propia que te dé energía. He notado que aquí en el sur, cada uno con nuestras circunstancias, es más fácil estar alegre, simplemente saliendo a la calle y notar el sol en el cuerpo ayuda muchísimo.
P. El tuyo ha sido un exilio ¿obligado o voluntario?
R. Voluntario. Yo vivía feliz en Córdoba pero quería ampliar mis estudios musicales en Amsterdam. Quería salir, vivir nuevas experiencias.
P. ¿Cómo le sienta el clima del norte a la expresión de tu voz?
R. Se ha vuelto más delicada, tengo que cuidarme más. Me he aficionado a los tés de jengibre, miel y limón que son estupendos para la voz y para prevenir resfriados.
P. La copla de la Piquer 'En tierra extraña' hablaba de la nostalgia ¿El adjetivo le va más a Córdoba o a tu ciudad holandesa?
R. Ay… cuando uno vive en el extranjero durante algunos años, seis en mi caso, llevas la nostalgia acuestas. La nostalgia es una compañera engañosa. Te hace acordar sólo de lo bueno de cada sitio, hasta el punto de idealizarlo. Estás aquí y echas de menos las cosas de allí y viceversa.
P. ¿La lejanía ha cambiado tu concepto de la nostalgia?
R. Sí, la lejanía te empuja a un ensalzamiento de tus orígenes que no imaginaba. Por ejemplo, jamás pensé que haría un disco con una canción que hablase de Córdoba, la calle Alfaros, de la comida de mi madre, lo perritos del Lucas, las plazas con sus fuentes de piedra, los claveles…me hubiera parecido, no sé, como que muy coplero. El hecho de vivir fuera me ha llevado a escribir canciones en castellano de nuevo, apuntar al sur esta vez.
P. Córdoba suena mucho a jazz ( a veces está por todas partes) ¿Qué puede significar eso?
R. Recién he aterrizado y me comentan que si hay algunas jams nuevas, que si el flamante Golden club programa jazz, que si han puesto un piano de cola increíble en el antiguo Millenium…(sí, Marta, yo me quedé en esa época y ¡no sé cómo se llama ahora!). Vamos, que están saliendo “cositas”. Yo lo percibo como un quiero y no puedo o un puedo y no quiero, yo qué sé. No acaba de despegar, parece. Hace un par de días hablaba con Jose María Aljama de esto, remontándonos a la época de miembros de la Junta Directiva de nuestra asociación “Cordobajazz”. Al final llegamos a una encrucijada, una pescadilla que se muerde la cola. Cuando se programan cosas “gordas” de jazz vienen cuatro gatos. No puedes meter a la fuerza una música a la gente, pero por otro lado si no la conocen ¿cómo van a poder apreciarla?
P. Colgar en tu web en 2009 la versión en castellano del clásico My one and only love ¿se conviritó en el premio gordo de la lotería de la música?
R. Algo así. Como sabes, el crítico e historiador de jazz Ted Gioia me conoció gracias a este vídeo casero. He encontrado mucha gente que intenta llamar su atención a través de las redes sociales. A mi me vino de rebote, sin buscarlo.
P. ¿Qué tienes de especial para haberle robado el corazón al crítico Gioia?
R. Me hizo mucha ilusión porque yo tenía alguno de sus libros. Te abre puertas. Por ejemplo, él ha apoyado mi campaña crowdfunding en su twitter. Pero sobre todo, fue como una palmadita en la espalda, venga, lo estás haciendo bien, no dejes de tocar.
P. ¿Una se siente muy pequeña o muy grande al estar junto a grandes figuras del jazz en la publicación The jazz standards: a guide to the repertoire, de Gioia?
R. Muy pequeñita, como estas imágenes de la tierra en medio de todo el universo.
P. ¿Qué significa para ti la tradición?
R. Eso que nos une. Te pongo un ejemplo. El otro día me encontré con una agrupación en mitad de la Corredera, señores con sombrero y capa a lo Julio Romero de Torres cantando Soy cordobés. Por supuesto que yo me puse ahí a desgañitarme como el resto del público en el corrillo. Los pelos como escarpias. Será este corazón emigrante que se ha vuelto muy sensible. Antes, lo hubiera dejado pasar.
P. Si el rock es una piscina ¿El jazz es todo un océano?
R. Sea lo que sea, a mi me encontrarás preparada con flotador y manguitos bien inflados.
P. ¿La vida es como el jazz, que es mejor cuando improvisas?
R. Me gusta esa analogía. Cuando se interpreta un standard de jazz, se parte de una rueda de acordes que siempre se repite, una base, y a partir de ahí dejas volar tu imaginación. Para mí quiero una vida con esa estabilidad, es lo que me permite ser libre para improvisar. Si no tuviera esos acordes, esa rutina, sería demasiado caótica.
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