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RODRIGO CORTÉS ENTREVISTA

Rodrigo Cortés: “Gran parte de nuestro uso del lenguaje es amablemente hipócrita”

Rodrigo Cortés

Juan Velasco

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“Al final, lo que cuenta es lo que parecen las cosas, para bien o para mal”, dice socarronamente Rodrigo Cortés, que acaba de reconocer que, por mucho que uno luche contra los prejuicios, la construcción social está basada en la apariencia. Claro que en su caso es fácil, el escritor y cineasta parece tan brillante e incisivo en sus respuestas de una entrevista, como lo son las definiciones de Verbolario (Random House, 2022), el libro que lo ha traído a Córdoba este jueves.

Cortés, que define la memoria como “presente en salmuera, recuerda haber pasado en otra ocasión por la grabadora de Cordópolis. ”Las fotos son en blanco y negro, ¿no?“, pregunta, despejando a su vez la incógnita al traer al presente una entrevista realizada en el año 2014, cuando lo que le condujo a Córdoba era un libro que recopilaba sus tuits.

No lo son. Las fotos. Son a todo color, como su “antidiccionario”, un volumen divertidísimo que juega a decir las cosas como son y no como la academia quiere que sean. Cortés se apresura a rebautizarlo.

Socialmente, uno es lo que los demás dicen que es

Rodrigo Cortés Escritor y cineasta

PREGUNTA. Defines Verbolario como un antidiccionario, pero yo creo que es el diccionario definitivo, en tanto a que es un diccionario divertido.

RESPUESTA. A partir de ahora lo vamos a llamar ultradiccionario, vamos a inaugurar ese término en Cordópolis (Se ríe). Alguien podría pensar que ésta es la forma de decirle a los académicos: “Lo habéis intentado, habéis hecho un esfuerzo, pero vamos a decir ahora en serio qué significan las palabras”. Obviamente, no es una enmienda y, si lo es, es amable, porque alguien tiene que hacer el trabajo sucio para que después venga el niño a enredar. Siempre es más difícil hacer el jarrón que romperlo. Y yo me encargo de romperlo. Pero es verdad que cuando accedes al significado oculto de las palabras, descubres que casi siempre es lo contrario a lo oficial. Y que, contra todo pronóstico, es el significado que solemos emplear. Hay un gran porcentaje de autorreconocimiento en el lector. Cuando lee la definición, primero se ríe, pero en el fondo piensa: “Es verdad, es que yo uso así la palabra. Es que significa eso”. 

P. Esto nace en un trabajo diario en ABC. ¿En qué momento decides que se va a convertir en un ultradiccionario?

R. Pues la verdad, años después. Porque yo no sabía cuánto tiempo iba a durar Verbolario en el diario o cuánto tiempo iba a durar yo en Verbolario. Porque pensaba: el Diccionario de lugares comunes de Flaubert, son sesenta paginillas y le llevó 30 años componerlas; el Diccionario del diablo de Bierce, su edición habitual, son novecientas y pico voces, y fueron casi veinte años de trabajo. Así que pensé, a palabra diaria, en tres años tengo 900. Sin embargo, después de tres o cuatro años, pensé: esto va a acabar siendo un libro. E incluso, ya de forma estratégica, empecé a añadir palabras con la Ñ o con la W, sabiendo que las iba a necesitar el libro. Pero sólo cuando se constituyó un corpus robusto, en este caso de 2.500 definiciones, decidí que era un buen momento para dar el salto. También sabía que tenía que ser una edición especial, que tenía que ser algo más que un homenaje a la palabra, tenía que ser un homenaje al propio libro como objeto: un libro que leer con los ojos pero también con los dedos. 

P. En ese sentido me recuerda a ciertos volúmenes poéticos, porque invita a leerlo a saltos. Aunque no sé si es la lectura que recomienda su autor.

R. Yo hago una recomendación muy resignada que parte de la derrota. Incluyo un manual de uso que viene a decir: “Yo querría que lo leyeras así, tú vas a pretender leerlo sin embargo así, y lo que va a suceder de verdad va a ser esto”. Creo que cualquier lector sensato, que no esté aquejado por un trastorno obsesivo compulsivo, va a empezar picoteando. Es inevitable, es lo que haría yo. Incluso, lo razonable es partir del picoteo en la propia librería, para decidir si lo quieres o no. Y, en ese sentido, cada página debería ser representativa del libro. Deberías coger al azar un término con el dedo y debería funcionar. Pero, antes o después, alguien se va a ir a la A para cazarlas todas, y uno tiene que contemplar esa lectura, de la A a la Z, que es cuando el libro resuena de una forma particular. Porque el libro no recoge sin más los términos del diario y deja que el alfabeto los ordene a su manera, sino que, una vez que esto sucede, hay detrás todo un trabajo de revisión y recomposición, de reescritura. En ese proceso, yo el libro lo he leído como si fuera prosa, como si la escritura de la A a la Z fuera posible, para que cierre su musicalidad. Y cada vez que el jersey se enganchaba en un clavo, había que bajar ese clavo para que la sinfonía no se detuviera. 

P. Te ayuda también el hecho de que siempre te ha gustado la síntesis. Es algo que está muy presente en tu escritura.

R. Me interesa la síntesis en un sentido casi poético. Porque la poesía, de alguna manera, parte de una información o de un sentimiento muy complejos y, en lugar de definirlo desde una prosa literalista, lo codifica. Y comprime sus aromas en un espacio pequeño que contenga, sin embargo, todas esas resonancias. Se trabaja con la connotación. De manera que, cuando el lector ingiere esa píldora, ve como se deshace en su boca y recupera todos esos aromas originales y toda esa información codificada. Tiene que ver con eso. Tratas de comprimir la mayor información posible en el menor número de palabras posibles, y después trabajas esa prosa de la forma más inevitable posible. Tratas de elaborarlo tanto que parezca más y más fácil cada vez. 

Hay una película en María Moliner, en esa señora que un día decide que va a definir todas las palabras

Rodrigo Cortés Escritor y cineasta

P. Has mencionado algunos diccionarios, pero yo quiero pedirte otras dos dedicatorias. ¿Si le mandaras este libro a María Moliner, qué le pondrías en la dedicatoria?

R. Le diría Lo siento mucho, doña María, lo lamento. Claro, es que su trabajo es ingente. El trabajo de María Moliner es ciclópeo, hay una película detrás de María Moliner, de esa señora que un día decide que va a definir todas las palabras del castellano, de una en una. Es casi una quimera insensata. No es un grupo de lexicógrafos, como en Oxford o en la Real Academia, no. Es una mujer que decide describir a su manera, con un alcance más poético que el de la RAE, todos los términos del castellano. Claro, Verbolario no es una obra de consulta. Si tú buscas una voz determinada, es posible que no la encuentres, porque no están todas. En ese sentido, si lo que te apetece es el picoteo, y que el pulgar decida dónde vas a leer, más bien lo puedes usar como libro oráculo, a ver qué te cuenta cada día. Pero, la labor de Doña María, mucho más que meritoria, es inexplicable.

P. Y otra dedicatoria que te pediría sería para Gómez de la Serna.

R. Ah, Don Ramón. Ramón tiene mucho que ver, como espíritu inspirador. Ramón y todas las vanguardias de principios de siglo. Y Jardiel. En dos sentidos, porque hay una parte poética. La poesía y el humor están muy conectados, porque miran la realidad desde cinco grados de diferencia y la definen de otra manera. Pero hay algo maravilloso en todos estos autores, que evitaron la solemnidad de la gravedad. Y, a través del humor, trataron de llegar a sitios muy hondos. Las greguerías fueron muy importantes para mí en mi adolescencia, fueran de Ramón o no. Hay una pequeña brevería de Perec, que dice algo así como que las mortadelas las hacen los ciegos. Es una frase muy fácil de entender y muy difícil de explicar, y que dice muchas cosas, precisamente a través de la resonancia y a través de la poesía: uno entiende muy bien que la mortadela sólo puede ser obra de un ciego. Creo que hay mucho de eso en Verbolario. Hay muchas definiciones muy ramonianas.

P. Es un diccionario muy sincero. Pero hablemos de la sinceridad, que es una de las cualidades más sobrevaloradas que existe. Yo, cuando alguien me dice “voy a serte sincero” preparo el alcohol y la tirita.

R. Sí, yo confío poco en la sinceridad para las relaciones sociales. Una de las cosas que desvela Verbolario es que el lenguaje sirve para descubrir cosas y también para ocultarlas. Y que gran parte de nuestro uso del lenguaje es eufemístico y amablemente hipócrita. Y me atrevería a añadir que afortunadamente, porque las relaciones serían imposibles desde la sinceridad plena. Y mucho menos desde la sinceridad no solicitada. Y esa es la razón por la que tantas veces, cuando defines algo a través de su opuesto, te encuentras con que estás poniendo el dedo en la llaga y en cuál es su uso habitual. La definición de “Sí” es “No”. 

P. En este ámbito, una obra así cobra todo el sentido en momentos de fake news y de reescritura y revisión de la historia para despojar de significados. Porque, si todo tiene mil significados, entonces no tiene ninguno.

R. Claro, pero es que la lengua funciona así. Cuando eres niño y descubres que las palabras tienen distintos significados, te enfadas bastante, porque el niño tiende al literalismo y no quiere que le líen. Aprende algo y, de repente, ve que alguien lo usa desde la ironía, y tarda en comprender cuál es el sentido de la ironía. La ironía funciona definiendo algo a través de su opuesto, que es lo que hace constantemente Verbolario, que se abraza a eso. Pero es que, en el diccionario ortodoxo, muchas palabras tienen acepciones que son casi antonímicas. “Escatología” define lo más elevado y lo más pedestre, referido directamente a las heces. 

Las relaciones serían imposibles desde la sinceridad plena, y mucho menos desde la sinceridad no solicitada.

Rodrigo Cortés Escritor y cineasta

P. He percibido que el humor es algo que está mucho más presente en tu literatura que en tu cine. Está ahí, pero es menos obvio. Quitando Concursante, tu cine ha sido más solemne.

R. No, solemne no. Claro, es que el humor no debe confundirse con la comedia, porque son cosas distintas. Amo la comedia, pero no la he practicado, hasta ahora. Lo más cercano a la comedia sería Concursante, que no sabría muy bien como definirla, si comedia negrísima o thriller financiero. Otra cosa es el humor, porque el humor no siempre es divertido. Pero el humor impone una determinada distancia. Es decir, en Kafka hay humor. No es divertido, pero no puedes escribir El proceso si de forma muy consciente no sabes que estás sometiendo a tu personaje a todas las penurias posibles y lo vas a exceder desde todos los flancos. Eso se parece mucho a escribir After Hours o El apartamento. Están escritas desde el humor, es imposible que te creas lo que está sucediendo. Sabes lo que estás haciendo. Si piensas en el cine de Yorgos Lanthimos, es terrorífico. Pero, claro, hay humor. Ves que hay alguien que juega al ajedrez desde arriba y coloca a los personajes en determinados sitios. Otros autores, sin embargo, algunos de ellos muy buenos cineastas, parecen practicar el juego de la tortura, que es desposeer de todo humor a su historia y llegar a un lugar asfixiante que personalmente no entiendo y del que desconfío. Así que Buried es una película que no tiene gracia pero que sí tiene humor. Y que puede ser interpretada como una comedia de alguien que quiere cambiar de compañía telefónica y que se encuentra con muchos problemas, y en el call center le dicen que pulse uno y que pulse cero… Así que siempre hay humor en todo lo que hago, aunque algún día haré algo genuinamente divertido. 

P. Es curioso que en Verbolario no hay definición de cine.

R. ¿Sabes cuándo la he definido? Hoy en ABC. 

P. No me digas, ¿hoy?

R. Sí. Es que me lo ha dicho mucha gente, que no sale cine. 

P. ¿Cuál es?

R. Sortilegio tejido de asombro y espanto. También valdría sábana puesta a tender. Y ahora voy a completar la definición aquí. La razón de esto es que con las palabras no trato de definir un universo personal. Inicialmente miraba a mi alrededor y decía: “Planta, cuadro, espejo”… Claro, después de varias veces mirando alrededor se acaban las cosas. Así que llega un momento en que te pones la radio y, en un discurso arbitrario, extraes voces que te parecen interesantes. Las reúnes y cuando tienes varias, apagas la radio y te pones a juguetear con ellas. Tiene más que ver con el juego que con otra cosa. No me siento a decir: ¿Cuáles son las palabras que definen mi universo personal y me definen a mí mismo? Así que probablemente el cine se filtre en muchas definiciones, pero es posible que no esté porque nadie por la radio dijo “Cine”. Estará en la edición ampliada.

P. Sí que defines “censura” pero no “autocensura”. ¿Te has censurado? ¿Has dejado deliberadamente fuera algún término?

R. No, es una palabra perfecta para Verbolario, me la apunto para definirla. Pero claro que se han quedado fuera, es que es un proyecto en construcción. Sigue publicándose una palabra cada día en el periódico, así que ya hay unos cientos de palabras que no están. 

P. Y escribir en un periódico viene de perlas para un proyecto así. El Deadline es un impulso estupendo.

R. Claro, de hecho el deadline es una de las fuentes más eficaces que se conocen de inspiración. La otra es un cheque. 

P. ¿Cuál es tu palabra favorita?

R. Si después de definir 2.500 palabras tuviese una favorita, tendrías la definición objetiva de fracaso. Pero voy a escoger, por ejemplo, neologismo. Neologismo es algo así como palabra que sale crujiente del horno pero que no hay quien se coma fría. 

P. La mía es “rezar”.

R. ¿Cuál es esa?

P. Reprobar a dios.

R. (Se ríe) Claro, fíjate, hay dos que dialogan entre sí. La definición de ateo es “persona en general confiada que de cuando en cuando mira al cielo”. Y la definición de creyente es “ateo cuyo avión atraviesa una zona de turbulencias”. 

El 'deadline' es una de las fuentes más eficaces que se conocen de inspiración. La otra es un cheque

Rodrigo Cortés Escritor y cineasta

P. Por cierto, no está tampoco la definición de Dios. Que yo esperaba algo como “Martin Scorsese” o “Stanley Kubrick”.

R. No, no… Tampoco haría ese juego. Haría otro. ¿No está Dios no? Esa también podría caer. 

P. ¿Uno es lo que es o lo que los demás dicen que es?

R. Como ser social, uno es lo que los demás dicen que es. Es una forma de decir que las cosas no son lo que parecen, pero sí lo son (Se ríe). Es que al final lo que cuenta es lo que parecen las cosas, para bien o para mal. Y verbolario trabaja mucho más con lo que las cosas parecen que con lo que son.

P. Para terminar, ¿quién es el mejor actor del mundo y por qué Robert de Niro?

R. (Se ríe) Mira, no sé si es el mejor, pero siendo seguramente el mejor, hay pocas dudas de que es el más grande. Robert de Niro es esa persona que, si conoce al Papa, a quien le hace ilusión es al Papa. No se te ocurre una figura de su tamaño y alcance, incluso para generaciones de actores. Como referente, como imán, como pequeño altar andante. Bueno, trabajar con él excede el privilegio. Es una de esas insensateces que no tiene explicación posible. Si alguien me hubiera enseñado con un catalejo de mirar futuros, mientras estaba escribiendo el guión, que en el cartel iban a aparecer esas caras flotantes y esos nombres asociados al mío, simplemente no lo habría creído y no habría pensado que hay un camino lógico que pueda conectar un punto con el siguiente. Pero, en fin, sucedió, y lo mejor es no darle muchas vueltas al asunto. 

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