Pablo López y la intimidad de un piano
El artista malagueño presenta su segundo disco, 'El mundo y los amantes inocentes', ante un Gran Teatro con todas las entradas vendidas
Como la canción de Billy Joel. Un hombre sentado al piano. Pero no en un viejo café. Pablo López puso su bandera en el escenario del Gran Teatro en la presentación de su segundo disco, El mundo y los amantes inocentes. Un concierto donde el cantante quiso que el público supiera en todo momento lo que pensaba y sentía.
Los acordes de La séptima mayor dieron comienzo a una actuación que supo aprovechar a la perfección el ambiente intimista que ofrecen las paredes de un teatro. Un té contigo. Un “te canto solo a ti”. Ese halo le facilitó el trabajo al artista. El mundo y los amantes inocentes es un disco dedicado, casi en exclusividad, al amor prohibido. Al que se esconde y al que huye del mundo. O al que quiere que lo dejen en paz.
“Yo estoy enamorao de este teatro”. Cayó rendido en su primera cita. Le coqueteó, le sacó los colores y lo enmudeció en uno de los momentos más especiales de la noche. López decidió cantar sin su banda Lo saben mis zapatos y Mi casa. Al piano, como extensión de su cuerpo. Pero sin micrófono. Con el teatro en silencio, el artista actuó en soledad. Aunque con mil ojos observando. Lo repetiría más tarde con Dímelo tú, canción de su primer álbum.
Entre tema y tema, y guiños a sus primeras canciones, el artista sacó su lado cómico y relató pequeñas pinceladas de la vida de un “pianista malaguita”. Anécdotas que arrancaron las risas y los aplausos del público. “Mientras hablo, voy a tocar un poco el piano para que os acordéis de que estáis en un concierto, ¿vale?”.
Dicen que las letras más bellas nacen cuando el viento no sopla a favor. Y es ahí cuando el cantante malagueño acaricia las teclas del piano y surgen canciones como Dos palabras, Romper con vos o El mundo. El artista pidió que “nos miremos como iguales, que aquí no somos superiores”. Que Tu enemigo es también el suyo. Que sus manos son su bandera. Que tiene de frontera una canción.
Le cantó a los amores “deformes”. Aquéllos de días “pero que no son peores que los que duran años”. Aquéllos que surgen sin querer. O cuando se intentan evitar. O aquéllos que están predestinados a ocurrir. Aquéllos repletos de “debería” y arrepentimientos circunstanciales. Aquéllos que son bellos por su deformidad.
Estas cosas siempre pasan cuando uno menos se lo espera. Recordó que todos somos amantes. Culpables o inocentes. En pequeña o gran medida. De manera furtiva o reconocida. Pero qué más da. Y si mañana nos encuentran enredados, que nos dejen descansar del mundo.
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